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lunes, abril 29, 2024
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Luces rojas ***

Red Lights

Luces rojas. Después de Buried, Rodrigo Cortés nos propone otro interesante juego de intriga en el que brilla especialmente Sigourney Weaver.
Sacándole el máximo partido a sus actores, Cortés proporciona en Luces rojas uno de los mejores papeles que hemos visto interpretar a la protagonista de Alien en los últimos tiempos. No es que Sigourney Weaver necesite reivindicación de ningún tipo a estas alturas, pero lo cierto es que el personaje de la doctora Matheson (en la entrevista que publicamos en la edición en papel de la revista nos aclara qué significado tiene para él ese apellido),  que Cortés le propone en Luces rojas es uno de los más interesantes que le hemos visto interpretar a la actriz desde hace mucho tiempo. Ocurre lo mismo con el personaje de psíquico interpretado por Robert De Niro, actor muy dado a autoparodiarse o autoexplotar su imagen en los últimos años y que en esta ocasión tiene sin embargo algo a lo que agarrarse para construir un personaje muy interesante. Como suele ocurrir en el cine del director de Concursante o Buried, su personaje de villano va más allá de lo previsible y supera con relativa facilidad las barreras del tópico para convertirse en otra cosa a medida que avanzamos hacia un final con revelación sorpresa. Es especialmente curioso el trabajo de guión para que estos dos astros de Hollywood, Weaver y De Niro, puedan mantener un duelo en la película sin llegar a enfrentarse directamente.

Cuando le pregunté al director por la forma en la que había concebido este proyecto y destaqué su empeño por apartarse de los tópicos incluso desde el principio del relato, cuando aborda una sesión espiritista pero sorprende dando un giro inesperado a la situación con el que empieza a facilitarnos información sobre los dos proatagonistas, interpretados por Cillian Muphy y Sigourney Weaver, Cortés contestó: “La repetición de las fórmulas puede ser la tónica del cine actual, pero la experiencia demuestra que eso también es arriesgado. Si eso fuera la clave del éxito, sería fácil, pero es que tampoco es así. Al final la observación del entorno te permite darte cuenta de que las posibilidades de éxito son muy escasas. Y la gente hace películas por consenso que no funcionan. Y hay películas personales que tampoco funcionan. Y películas personales que sí y películas por consenso que sí. Y en general son noventa que no funcionan y diez que sí. Dado que la posibilidad del éxito es muy escasa, al menos que sea con algo en lo que creas, en algo en lo que puedas poner tu corazón, tu cabeza, tus huesos, tus músculos y tu piel. Que por lo menos todo aquello que no le guste a nadie de tu película sea culpa tuya. Supongo que siempre ha existido esta tendencia a la repetición en el sentido en que todo el mundo busca, dentro de lo posible, seguridades y garantías, pero había un convencimiento mayor de que no era posible. En los viejos estudios seguro que había muchos problemas para poder expresarte con una voz personal, pero estaban regidos por gente que amaba el cine, sin duda. El dinero llegaba. Ahora mismo, mucha de la gente que trabaja produciendo el cine, no toda, no ama el cine, y lo considera lo mismo que una caja de zapatos o una hamburguesa, y su capacidad de hacer dinero con el cine no ha mejorado. Así que sería conveniente que intentáramos convertir nuestras películas en la mejor versión posible de sí mismas y confiar en que el resto de llega”.

Es esta capacidad para arriesgarse otorgándole personalidad propia a su fábula sobre los fenómenos paranormales  lo que queda resumido a la perfección en el planteamiento argumental arriesgado de Luces rojas, película sobre la que hay que advertir que, afortunadamente, no es un vehículo de terror con sustos al uso, sino algo mucho más complejo y completo, un juego con el espectador que personalmente me ha recordado a las célebre muñecas rusas que se esconden en el interior de sus hermanas mayores, hasta quedar reducidas a su máxima expresión. La película elige un camino para desarrollarse que requiere como herramienta esencial una cierta complicidad con el espectador ganada sobre todo merced a ese personaje de la doctora Matheson interpretado por Sigourney Weaver, a partir del cual, y siguiendo claves que en mi opinión remiten a la fórmula de Psicosis, juega con el público aprovechando la situación de desequilibrio que genera un suceso que se produce más o menos a mitad de la película y marca el desarrollo del relato a partir de ese momento que marca una alternancia en el protagonismo dentro del relato, que no lleva a seguir el relato a través de otros ojos y con un punto de vista distinto. Sería lo más fácil pensar que la película pierde enteros a partir de ese momento, pero pienso que ese no es el caso. Simplemente es un puente a la sensación de creciente incomodidad que vamos sintiendo a medida que Cortés, como ya hiciera en sus producciones anteriores, consigue instalar en nuestra manera de ver la película dudas razonables sobre lo que estamos viendo en la pantalla. En ese sentido opera el personaje de Leonardo Sbaraglia con un papel que es más que un capricho del director para incorporarle como actor-fetiche al relato. Las dos apariciones de su personaje, Leonardo Palladino, marcan momentos importantes en las dos parte del relato, es como una especie de brújula que marca al personaje de Cillian Murphy de algún modo el camino que va a seguir, un guía que, como no podía ser menos en el juego contra el tópico practicado habitualmente por el cine de Ricardo Cortés, no guía ni da pistas cruciales, simplemente está ahí plantado, como una especie de marca o señal en el camino, facilitando un tránsito fluido de la parte del relato protagonizada por Matheson a la parte en la que domina Buckley, siendo en ambas el papel de De Niro, Simon Silver, una especie de sombra que crece en tamaño a medida que progresa la fábula, hasta convertirse en el antagonista total del relato.
Hay que decir por tanto que Luces rojas no es una historia de terror propiamente dicha, aunque al mismo tiempo va más allá del suspense, y tiene cierta cualidad de espejo, porque de algún modo nos vemos reflejados en esa especie de pulso entre creer y no creer que es lo más interesante de la película y mantienen el personaje de Sigourney Weaver con el de Toby Jones.
Una propuesta interesante por tanto, arriesgada y que no nos va a dar lo que quizá esperen algunos en una clave de espectáculo terrorífico, aunque proporcione un buen ejercicio de juego con nuestra capacidad para creer o no creer lo que vemos en pantalla  y para implicarnos en los acontecimientos que allí se suceden, en un esquema argumental sobre la verdad, la mentira y las incógnitas del mundo de lo inexplicable.  
Miguel Juan Payán

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