Mucho tiempo ha pasado desde que en 1954 viera la luz la que es considerada por la crítica la mejor película de samuráis de la historia del cine: Siete Samuráis. En aquella ocasión, el maestro Akira Kurosawa nos mostraba como un grupo de guerreros samuráis se unen para defender a los campesinos de una aldea que, hartos de ser asaltados periódicamente por un grupo de bandidos, deciden contratar a estos guerreros para que luchen por ellos a cambio de lo único que tienen: comida.
Menos honrosas son las motivaciones de este capitán Nathan Algren (Tom Cruise) que tras la Guerra de Secesión americana sobrevive a base de espectáculos que rememoran y ensalzan sus hazañas bélicas llevadas a cabo en las campañas contra los indios.
Incapaz de adaptarse a un mundo cada vez más cambiante en el que palabras como valor, honor, lealtad o sacrificio ya no tienen cabida, Algren pasa los días consumido por el alcohol… atormentado por los fantasmas de la guerra sin comprender para qué sirvieron todos esos esfuerzos y sacrificios, ya lejanos en la memoria.
Cuando el antiguo superior de Algren, el coronel Bagley (Tony Goldwyn), le ofrece un trabajo para adiestrar al inexperto ejército japonés lleno de reclutas y campesinos, no duda en aceptarlo por la suculenta suma de dinero que le ofrecen y por poder volver al campo de batalla, único lugar en el que cree poder olvidar esos fantasmas.
Al llegar a Japón, Algren se encuentra con un país en plena revolución industrial, política y social que busca el cambio de la sociedad feudal japonesa a una sociedad más moderna. Este cambio estaba siendo liderado por el joven e inexperto emperador Meiji (Shichinosuke Nakamura) quien se encontraba influenciado por un grupo de codiciosos consejeros encabezados por el empresario Omura (Masato Harada) quien no tiene reparo en pisar las costumbres y tradiciones ancestrales de su pueblo a cambio del beneficio personal que puede obtener de los provechosos acuerdos comerciales con Occidente.
Sin embargo, otro consejero, Katsumoto (Ken Watanabe), samurái y antiguo maestro del emperador, se niega a aceptar la perversión de la cultura japonesa en pro de los intereses de los empresarios y, por ende, de Occidente. Junto a un grupo de samuráis afines a su causa, se levanta en armas contra el emperador y el ejército al que Algren está adiestrando, pasando a convertirse en ronin.
Es entonces cuando convergen en el campo de batalla los caminos de estos dos guerreros. Aunque son superiores en número y utilizan armas de fuego, el ejército de Algren no es capaz de superar a estos ronin que, a pesar de luchar con espadas, arcos y lanzas, su experiencia y entrenamiento se muestra determinante para vencer a los inexpertos soldados del ejército japonés. Tras la derrota, el victorioso Katsumoto decide capturar y mantener con vida a Algren en reconocimiento al valor mostrado en batalla, llevándolo a su aldea en las montañas.
Es en este momento cuando el director da un paso hacia delante y nos muestra a este capitán que hasta entonces sólo pensaba en sobrevivir como un mero mercenario (recordemos que vino por dinero, no por principios ni creencias) y que inicia un viaje de redención con su propio pasado mediante el respeto y admiración por una cultura que, hasta entonces, Algren consideraba salvaje y bárbara.
A la vez que nuestro protagonista busca esa paz consigo mismo, tendrá que esforzarse para demostrar su valía a ese grupo de samuráis que le miran por encima del hombro ya que, al considerarlo un mercenario, lo convierte directamente en un guerrero indigno que, a la vez, coincide que es su enemigo.
Durante los 144 minutos que dura la cinta, el director consigue que nos sintamos atrapados por esta maravillosa historia que en muchas escenas nos recuerda a películas como Los siete samuráis y Kagemusha del maestro Kurosawa, películas en las que valores como el respeto, la lealtad, el honor, el valor… eran representados en su sentido más superlativo, consiguiendo que como espectadores sintiéramos admiración por esos personajes que en un determinado momento marcaban una línea roja en el suelo y decían: “pues hasta aquí hemos llegado” y tiraban hasta el final con todas sus consecuencias.
Por esto último, la película no me parece sobresaliente, ya que al final se desdice de todo lo que nos han contado hasta ese último momento, sin que lleguemos a entender por qué en los últimos 7/8 minutos el director nos deja con la sensación de que todo ha sido una broma o un malentendido por parte del emperador en plan: “pero hombre, haber venido a hablar conmigo, alma de cántaro… anda que la que habéis liao…”.
En conclusión, tenemos una película muy entretenida, con una historia muy bien contada, con un guión bastante sólido (salvo el final), con una fotografía sensacional a cargo de John Toll que nos recuerda al mejor Kurosawa (que se dice pronto) y una banda sonora compuesta por Hans Zimmer que, sin ser una de sus mejores obras, tiene un sabor oriental que nos introduce de lleno en esa cultura. Para terminar sólo me queda alabar las brillantes interpretaciones encabezadas por Tom Cruise y Ken Watanabe.
Rubén Arenal
COMENTA CON TU CUENTA DE FACEBOOK
★