El punto de partida de un huérfano que va a parar a una familia de acogida podría haber pecado de exceso de azúcar, pero la película la controla y sabe romper con los tópicos, como el de la hermana pequeña sabionda, que se gana al espectador tirando de ironía y no por ser adorable. No tiene el cafrismo ni el humor metaficcional de Deadpool, pero lo solventa lanzándole guiños al espectador adulto mediante el fuera de campo o riéndose de los tópicos del cine de superhéroes a través del Thaddeus Sivana de Mark Strong (atención al momento discurso del villano) o de Freddy Freeman y su fanatismo Deceíta. El motor principal de la película es la relación de Freddy con Billy/ Shazam y la impresionante química que tienen en pantalla Dylan Grazer y Zachary Levi, tanto en los momentos cómicos como en los dramáticos. La película sabe dosificar el humor y nunca se permite romper un instante dramático con un chiste, llegando a plantear dilemas morales tan potentes como si los lazos de sangre marcan en realidad quién es nuestra verdadera familia o si vestir en mallas y tener poderes ya nos convierte directamente en superhéroes. La forma de conectar la traumática infancia del protagonista con la del villano y la resolución de cierto reencuentro son buenas muestras de la madurez que llega a alcanzar la propuesta.
En su primera parte es una película de orígenes clásica muy disfrutable por las oportunidades y el humor que ofrece la situación, con un Zachary Levi que ha nacido para el papel; mientras que la segunda apuesta descaradamente por la aventura y la acción. Tiene mejor ritmo que Aquaman o Wonder Woman, aunque no goce de su escala épica. La historia que quiere contar tampoco la necesita, basada en personajes con una dimensión emocional pocas veces vista en el subgénero. En plena fiebre por los ochenta muchas producciones han intentado revivir el espíritu del cine de aquella época, pero pocas lo han hecho tan bien como esta Big superheróica. Al final, la mayor sorpresa es que ¡Shazam! sea el rayo de luz que DC andaba buscando entre tanta oscuridad.
Alejandro Gómez
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