El argumento del film empieza con la figura de Georges Fouquet (Romain Duris): un joven que inventa existencias para sí mismo con suma facilidad, mientras se cuela en las fiestas más lujosas y exclusivas para promocionar el concesionario de venta de coches que posee su padre. Un día, en una reunión de etiqueta, Georges conoce a Camille (Virgine Efira): una chica excéntrica y etérea, que inmediatamente se queda prendada de la elocuencia del muchacho. Sin pensarlo dos veces, la pareja escapa de la velada, para casarse sin sacerdote en una ermita abandonada. Desde ese instante, el destino de los amantes queda sellado, y espoleado por una asfixiante necesidad de huir de la realidad. Tras un tiempo de desenfreno y diversión hedonista, nace Gary (Solan Machado-Graner): el hijo anhelado por Georges y Camille, aparte de un confidente de su cruzada para evitar convertirse en adultos aburridos y ahogados por la normalidad.
Régis Roinsard compone un fresco cinematográfico cargado de imaginación y fantasía, en el que sobresale la naturaleza trágica de lo que se conoce como amour fou. El cineasta desata su vena romántica a la hora de retratar la psique vertiginosa y sorpresiva de los personajes de Romain Duris y Virgine Efira, quienes realizan sus respectivas interpretaciones con una total implicación y libertad, respecto a los cambios emocionales que experimentan sus impulsivos roles.
La relación absorbente que mantienen George y Camille es lo que dota de fuerza a la película, la cual muestra sus mayores debilidades al exhibir su incapacidad para establecer las recomendables diferencias entre lo que corresponde a la realidad y a la ficción. Pese a que el novelista Olivier Bourdeaut utilizó con eficacia el protagonismo del pequeño Gary como narrador del argumento (el niño es definido como un excelente continuador de la tradición parental, a la hora de inventar relatos de la más variada naturaleza), Roinsard despliega el guion sin la omnipresencia creativa del vástago de G y C. Un error que queda reflejado en la poca verosimilitud que transmiten muchas de las escenas, que parecen sacadas de un surrealismo lírico y audiovisual ajeno a una identificación realista mínimamente coherente y reglada.
No obstante, y con independencia de los extraños saltos entre invención y concreción comprobable por los sentidos, la película no cae nunca en la zozobra dramática. Entretenida de principio a fin, Esperando a míster Bojangles muestra una perspectiva agridulce sobre lo excitante que resulta alojarse en el territorio de la fantasía. Algo que ya comprobó con ecos vagabundos el Mr. Bojangles de la canción de Jerry Jeff Walker.
Jesús Martín
Entérate de las últimas noticias en nuestro canal de Telegram
COMPRA TU ENTRADA
★
haga clic en mí para abrirlo
cierre la etiqueta tanto en la parte superior como en la parte inferior