Mi Gran Noche ****
Es en esa dualidad donde el director se mueve como pez en el agua con un grupo de personajes esperpénticos que parecen, como siempre, sacados de una película de Azcona y Berlanga. Lo más florido y granado de lo que podemos ofrecer al personal, desde las estrellas musicales, al público con sus problemas personales a cuestas, pasando por el directivo de la cadena, el regidor que ya lo ha visto todo en esta vida, la realizadora y su compañera, el fan loco, los mánagers, las tronistas dispuestas a dar un pelotazo memorable y el que monta su negocio en la fiesta a toda costa. Eso da una noche de sexo, alcohol (de mentira y del real) y auténticas locuras que van creciendo y aumentando, con historias totalmente corales que nos llevan a descubrir nuestros vicios y pecados. A veces con un bisturí, a veces con un hacha de talar, de la Iglesia se encarga de hacernos reírnos de nosotros y con nosotros, haciendo que sus personajes se dirijan a un inevitable final. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por el éxito, la fama, el poder o el dinero? ¿Y por llegar a fin de mes? ¿O por no sentirnos solos? La clave, siempre, el humor, sarcástico, ácido y muchas veces negro. Y con un puntito friki, como esas continuas referencias entre Raphael en la piel de su alter ego, y Darth Vader, hijo incluido.
Eso nos lleva a ese reparto coral que tiene detalles de enorme grandeza, empezando por Raphael como una de las sorpresas del año, con ese tono de personaje endiosado y las ganas del cantante por reírse de sí mismo, de la imagen de divo que puedan darle, de lo que representa la fama y cómo desaparece con los años para dar paso a las jóvenes promesas, aunque muchas veces tengan mucho menos talento. Ahí entra en juego Mario Casas, brillante, con algunos de los momentos más hilarantes de la película, también con ganas de desmitificar su imagen de ídolo de jovencitas, para reírse hasta de su sombra. El actor debería callar definitivamente cualquier boca que diga que no sabe actuar. De una vez por todas. Lleva tiempo demostrando que tiene talento de sobra para enfrentarse a lo que le echen. No son ni mucho menos los únicos, desde Pepón Nieto y su personaje metido en un caos que no buscaba y del que no sabe salir, con una vida en la que todos le arrastran y él es incapaz de hacer algo por sí mismo, pasando por Blanca Suárez y su demencial personaje, o un favorito personal como Luis Callejo, cuyo regidor es para enmarcar. Hay muchos más nombres y seguro me dejo a más de uno en el tintero, pero no se pierdan a Terele Pávez, Hugo Silva, Carolina Bang, Enrique Villén, Santiago Segura, Carmen Machi, Luis Fernández, Marta Guerras (me da que esta chica va a hacerse notar, en serio), Tomás Pozzi o Carlos Areces. Mención especial para EL fan, Jaime Ordóñez. Qué pedazo de actor han encontrado ahí para la comedia en cine, desde Las Burjas de Zugarramurdi a ésta. Quizá la gran estrella de la función…
El resultado final es a veces irregular, con alguna trama que pierde fuelle a la mitad dejando olvidadas por el camino, quizá debido a lo breve de la película, que apenas pasa de los cien minutos, y evidentemente hay personajes que interesan más que otros, pero sobre todo queda la sensación de que nos hemos reído y nos hemos reído bien, a nuestra costa, a costa de la generación que vive atada a la televisión y sus mundos de mentira, con sus bebidas de juguete y sus estrellas de cartón. Puro artificio, pura mentira, como todos nosotros al final. Hay que saber reírse de ello y de nosotros mismos, de nuestras vanidades. Verla en compañía de unos amigos seguro que la hace ganar enteros, y se disfruta a varios niveles. El que quiera puede reírse sin más, el que quiera puede analizar un poco más a dónde dirige el director sus hachazos. El resultado es más satisfactorio que la anterior película de Álex de la Iglesia, para mí, quizá porque no pierde tanto los estribos al final como en Zugarramurdi. Pero es ése el mundo en el que nos mete, el de Muertos de Risa, el de La Chispa de la Vida o La Comunidad. Hay que saber apreciar el esfuerzo y el talento, en lugar de dejarse llevar por el postureo habitual. Hay que aprender a reírse de nosotros mismos…
Jesús Usero
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