Crítica de la película Blackwood
Terror sobrenatural disfrazado, para una película de género puro. Cuando nos hablan de una película para adolescentes con producción de Stephenie Meyer y basada en una novela para jóvenes adultos, como las llaman en territorio anglosajón, uno piensa más en la saga Crepúsculo de la propia Meyer que en lo que se encuentra en Blackwood. Lo que es una sorpresa en todos los sentidos, y convierte la visita a esta peculiar escuela en un viaje más que interesante y revelador. Una película de terror clásico, más interesada en crear una atmósfera y una sensación de angustia en el espectador, que en doblegarse a los intereses habituales de Hollywood, a quien a lo mejor le interesaba más una película en la línea de lo antes mencionado, en lugar de Blackwood.
El público sale ganando con esta historia, sin lugar a dudas. Un viaje de una joven a un recóndito lugar, a una escuela que se cae a pedazos, pero que parece el único lugar del mundo donde puede ser aceptada. Allí, junto a un reducido número de alumnas y profesores, y bajo la atenta mirada de una muy peculiar directora, las chicas desarrollarán increíbles habilidades en un campo diferente cada una, aunque los oscuros rincones de Blacwood esconden demasiados secretos, algunos de ellos podrían ser demasiado peligrosos y determinar el destino de las chicas. Lo curioso de la trama, tan sencilla y funcional, es que apenas hace caso al componente romántico, y lo relega al rincón como si se tratase de un incordio.
La película tiene una notable influencia del cine de terror de los años 70 y 80, pero no del género más campy, sino del serio, del interesado en mostrar el terror en cada esquina, en lo aparentemente cotidiano convertido en terrorífico. Con un punto sobrenatural y una iluminación brillante, donde comprendemos desde el inicio el título original, Down a Dark Corridor, porque esos pasillos oscuros existen, y Rodrigo Cortés, director de la película, les saca todo el partido. Siempre buscando (o casi siempre) crear tensión, generar en el espectador la angustia de lo que viven las protagonistas, ese camino de dolor que produce el arte. Pero no abusa de sustos, no quiere que sea ese tipo de película. No le interesa que sea la película previsible que, sin duda esperábamos.
La música es un componente imprescindible de la película, y hay que reconocer que AnnaSophia Robb y Uma Thruman ante todo (no quiero olvidarme de Isabelle Fuhrman ante todo) dan un empaque al reparto magnífico. Sobre todo porque los personajes tienen algo que contar. Pero el guión es demasiado autocomplaciente, demasiado visto en cine y televisión, como para sorprendernos lo más mínimo en sus giros, y sobre todo, demasiado acelerado al final, cuando los hechos empiezan a acumularse casi por necesidad, más que de forma orgánica. El resultado la hace irregular, pero el talento de su director y reparto, hacen que sea una grata sorpresa. Una película de terror que recuerda una forma de abordar el género casi olvidada. Pero que sigue siendo muy efectiva.
Jesús Usero
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