Que la industria cinematográfica sufre desde hace ya unos cuantos años una grave crisis de ideas es algo que a estas alturas del entuerto no se le escapa a nadie. Semana tras semana, aterrizan en las carteleras de todo el globo, segundas, terceras, cuartas, quintas – y así hasta décimas aproximadamente- partes de películas, remakes -que llegan a tener sus propias secuelas- spin-offs y así hasta el hastío. Ser conscientes del hecho de que más de la mitad de los estrenos anuales no son de nueva creación, sino variaciones de obras ya realizadas, es algo que hace sumirnos en la mayor de las penurias y conlleva plantearnos un duro interrogante: ¿No queda nada por exprimir en las seseras de los cineastas?
Para colmo de males, esta carencia de nuevas aportaciones al desolador panorama en el que nos hallamos se extiende – aunque no lo sepamos- al campo de la banda sonora. Quizá la razón por la que desconozcamos esta lamentable realidad se deba al hecho de que la banda sonora ha sido desde siempre la gran olvidada, desconocida e infravalorada contribución al séptimo arte.
Siempre han sido minoría los que caen en la cuenta de que, la música original en el cine, ayuda a interpretar, comprender y valorar las películas en su totalidad, convirtiéndose en un elemento clave de la película tan importante como por ejemplo las interpretaciones del elenco actoral. Fue a partir de los años treinta cuando, de la mano de compositores como Max Steiner (Lo que el viento se llevó) o Erich Wolfgang Korngold (Robin de los Bosques), la banda sonora comenzó a ser valorada. Después vendrían Bernard Herrmann, Miklós Rózsa, Alfred Newman, Ennio Morricone, Elmer Bernstein o Henry Mancini, para terminar con los grandes maestros John Williams y Jerry Goldsmith.
Todos ellos fueron quienes de asentar los pilares sobre los que se sostiene la que es considerada la música clásica del siglo XX, aportando lo suficiente como para quedar grabados en el imaginario colectivo (presumiblemente, quedan pocos despistados que no conozcan a John Williams) para terminar dejando el legado en manos de las nuevas generaciones. A partir de aquí, el presente – y peor aún, el futuro- se presentan de forma incierta.
Los dos ejemplos catedralicios de la situación que vive a día de hoy la banda sonora bien podrían ser los trabajos realizados por James Horner y Hans Zimmer. Ambos escenifican en buena medida la escasez de ideas que sufren los compositores actuales, que recurren al autoplagio, al plagio entre ellos o adaptando incluso obras de compositores clásicos.
Sin duda, el caso de James Horner es el más sangrante de todos, ya que ha pasado gran parte de su carrera realizando banda sonoras que se descubrían como variaciones de otras ya creadas, convirtiéndose así en un déja vu continuo. Así, podemos caer en la cuenta con suma facilidad de que determinados cortes de Apolo 13, Enemigo a las puertas y Titanic suenan prácticamente igual, y no sólo eso, sino que en este caso el autoplagio se puede considerar también plagio, puesto que existen similitudes con La lista de Schindler del maestro Williams.
Otros ejemplos vendrían con los parecidos entre las partituras realizadas para Willow, Enemigo a las puertas (de nuevo) y Troya – recordemos la sustitución a última hora de Gabriel Yared que provocó la entrada al proyecto de Horner, el cual tuvo que realizar un score a contrarreloj que repite pasajes durante toda la duración de la obra provocando cierta irritación- , pero también Una mente maravillosa, El hombre Bicentenario y Jumanji se asemejan demasiado. Por si fuera poco, el hecho de que el único Oscar que ha obtenido Horner fuera por la banda sonora de la anteriormente aclamada y ahora denostada Titanic no le ayuda en absoluto. Sin embargo, debo romper una lanza en favor de él y apuntaré que su partitura para la magnífica Braveheart fue plagiada en la secuela de Pokémon – no olvido la cara que se me quedó con diez años cuando caí en la cuenta del calco en el cine durante su visionado-.
Hans Zimmer tampoco se queda atrás, y es que es demasiado célebre el parecido entre el estruendismo sinfónico que podemos escuchar en Gladiator y Piratas del Caribe. El caso de Piratas del Caribe resulta muy interesante pues Zimmer no se cansó de realizar múltiples plagios (o si queremos recurrir al eufemismo, menciones). Así, nos encontramos referencias a lo largo de las tres películas de la saga de piratas a las bandas sonoras de El bueno, el feo y el malo , Titanic (de Horner) o Salto al peligro (del propio Zimmer). También es preciso apuntar que la partitura de la primera parte de esta saga fue realizada por Klaus Badelt con la ayuda de Zimmer, ya que este cuenta con su propia productora de soundtracks, la Media Ventures en la que participa el propio Badelt, y se ha hecho popular el apodado “sonido Media Venture” en referencia a partituras con un excesivo sinfonismo orquestal, siendo paradigmático el de la propia Piratas del Caribe.
Por el medio pululan Howard Shore, James Newton-Howard, los citados Gabriel Yared y Klaus Badelt, Alan Silvestri (con plagio a Zimmer en Van Helsing incluido) Danny Elfman o el perdido pero últimamente recuperado Alan Disney Menken. Todos ellos intentan hacerse un hueco dentro del particular Crepúsculo de los Dioses de los creadores musicales para el cine, aunque presumiblemente, debido al encorsetamiento al que los somete la industria y la propia autocomplaciencia de los músicos que repiten los mismos esquemas una y otra vez – y desgraciadamente, en cada ocasión con menos gracia- , se les augura un futuro complicado. Mientras tanto, continúa en el trono el todopoderoso Williams, el que nunca falla. Aunque bueno, ahora que me acabo de dar cuenta, existe alguna similitud entre un corte de JFK y Jurassic Park. Ups….
Lorenzo Chedas.