Crítica de la película Campeones
Javier Fesser nos trae una comedia con corazón. Quizá ahí reside el mayor de sus problemas, el tema del corazón, del sentimentalismo con el que el director y guionista entre otras de Mortadelo y Filemón, El Milagro de P. Tinto o Camino, vuelve detrás de las cámaras junto a uno de los mejores actores que tenemos en nuestro panorama de cine y televisión nacional, Javier Gutiérrez, quien da una personalidad increíble a un personaje un poco impresentable al principio, pero que poco a poco se hace con el corazón del espectador, según evoluciona la historia. Lo mismo que su equipo de disminuidos psíquicos. Pero fuerza tanto las cosas a veces, que casi pierde el gran trabajo con el que desarrolla la historia. Y su magnífico sentido del humor.
La película nos presenta a un entrenador asistente de un gran equipo de la ACB, que de repente se encuentra sin trabajo, sin esposa y con un accidente con la policía que le lleva a tener que aceptar un trabajo para la comunidad para evitar la prisión. Entrenar a un grupo de disminuidos psíquicos en un centro social, algo que le cambiará la vida. Si busca el espectador humor políticamente correcto, no está en la película indicada. Campeones juega a hacer reír rompiendo todas las reglas, siendo consciente de quiénes son sus protagonistas y que ellos mismos bromean con sus desgracias. Nunca, eso sí, da la sensación de que nos estemos riendo de ellos, sino con ellos. Ya sea de su particular forma de ver y entender el mundo, o de cómo se ríen ellos de la gente que les rodea.
Campeones provoca carcajadas. Muchas. La risa es sana, es continua y por momentos nos hace plantearnos cuántos se sentirán ofendidos por la película, porque no la entenderán. Porque en el fondo es una historia muy blanca, muy humana, muy cercana. Gutiérrez lidera a un grupo de chavales sensacional, con los que empatizaremos sin problemas, y con personajes secundarios como los de Luis Bermejo o Luisa Gavasa que son puro Fesser. Se comen la pantalla y la llenan con sus comentarios fuera de lugar, con sus chistes privados de los que pronto somos partícipes, y de ese humor descacharrante tan habitual en este director. Ahí es donde triunfa.
El problema es que, primero, se le va la mano con la duración. Dos horas de película que podían haberse reducido considerablemente (la discusión con la esposa del protagonista se repite demasiadas veces sin avanzar hasta el tramo final). No se hace excesivamente larga, pero se nota ese pequeño lastre. Y el sentimentalismo es excesivo. Recarga las escenas dramáticas con la música y los diálogos, como forzando al espectador a emocionarse, algo que no le hace falta, porque la historia es emotiva de por sí. No necesita más. No le hace falta. Y sin embargo ahí está. No empaña del todo el resultado final, el buen rato que vamos a pasar, pero nos deja pensando que podía haber sido una película mejor.
Jesús Usero
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