Crítica de la película Cascanueces y los cuatro reinos
Un retorno a las aventuras clásicas de Disney, con una excelencia en lo visual que nunca llega a alcanzar el guion.
Con un proyecto que no ha levantado mucha expectación y un rodaje en el que el director Lasse Hallström tuvo que dejar los reshoots en manos de Joe Johnston (artesano tan eficaz como impersonal e impredecible), todo parecía indicar que nos íbamos a encontrar un desastre de las proporciones de Un pliegue en el tiempo. Nada más lejos de la realidad, pues El cascanueces y los cuatro reinos llega a la cartelera con la función de ser un entretenimiento familiar prenavideño de influencias dickensianas. Y la cumple, aunque con algunos peros.
La película de Hallström y Johnston se trata de una adaptación libre del cuento El cascanueces y el rey de los ratones. Más allá de los personajes protagonistas, la trama poco tiene que ver con la del cuento de E.T.A. Hoffman: Clara recibe como regalo de Navidad de su fallecida madre un huevo, pero para abrirlo necesita la ayuda del fabricante, el señor Drosselmeyer. En una fiesta navideña organizada por este, encuentra una pista que la lleva a un mundo paralelo, donde conoce a los que rigen los Tres Reinos (la Tierra de los Copos de Nieve, la Tierra de las Flores y la Tierra de los Dulces) y se une a ellos para enfrentarse a la Madre Jengibre, con la intención de recuperar la llave y la estabilidad del lugar.
La trama y el tono de la cinta recuerdan a la Alicia de Tim Burton, con un marcado espíritu aventurero y una atmósfera y elementos cercanos a lo gótico (tiene escenas como la de los payasos que protegen a la Madre Jengibre que pueden resultar siniestras para los más pequeños), pero menos excéntricos que los particulares universos y personajes del creador de Pesadilla antes de Navidad o La novia cadáver. Incluso contiene homenajes visuales nada velados a la entrada de Alicia en la madriguera del conejo. La película presenta un vistoso diseño de vestuario (una muy seria candidata a ganar el Oscar en esta categoría) y un detallismo enfermizo en la puesta en escena que la acercan a otro éxito reciente de Disney, La Bella y la Bestia, y que demuestran que a nivel visual y técnico la película es intachable. Sin embargo, teniendo en cuenta que Hallström está curtido en el drama y es experto en dotar de alma a sus personajes, se echa en falta que la película tenga más corazón y le dé una dimensión emocional a alguno de ellos más allá de la protagonista. Es preocupante como desaprovecha a Richard E. Grant como el Rey del Reino de la Nieve o al célebre comediante mexicano Eugenio Derbez en el papel del Rey del Reino de las Flores, que ni siquiera sirven como contrapunto cómico; pero lo que está a punto de tirar todo el trabajo por la borda es la interpretación de Keira Knightley como la histriónica y sobreactuada Hada de Azúcar. Lo que hace bien la película es darle el peso protagónico a Mackenzie Foy (la conocida Murph de Interstellar), toda una promesa que cumple sobradamente como heroína Disney (al fin tenemos una en el cine de acción real que pueda plantarle cara a Merida) y que no se amedranta ante actores de la talla de Morgan Freeman o Helen Mirren, que logran imprimir su sobriedad hasta en los papeles más anecdóticos.
Es tópica y predecible, con un viaje y giros que nos sabemos de memoria y personajes poco memorables, pero también es tremendamente entretenida, visualmente preciosista y funciona como un reloj en su poco más de hora y media de metraje. Dicho de otra forma, es más dinámica que La Bella y la Bestia, cuya sucesión de canciones y números musicales estiraban el film hasta las dos horas e interrumpían la acción.
Alejandro Gómez
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