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lunes, mayo 6, 2024
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Cirque du Soleil: Mundos Lejanos ****

Cirque du Soleil: Mundos Lejanos ****

La perfección técnica, musical, escenográfica y circense no tiene necesariamente que traducirse de igual manera cuando la conversión conlleva transformar un espectáculo propio del vivo y el directo en una película de cine. Y algo de esto subyace en el número en 3D que monta la compañía responsable del excelente Quidam, para mostrar sus visiones sobre mundos paralelos.
Un pretexto argumental un tanto leve, como es el del amor platónico y sin palabras entre una joven y un artista que trabaja en una feria ambulante, sirve al director neozelandés Andrew Adamson (realizador de las dos primeras entregas de Las crónicas de Narnia y Shrek) para exhibir la fuerza contorsionista de la compañía canadiense, con todas sus variantes en torno a los elementos de la Naturaleza (de entre los que sobresale la presencia permanente del agua).

El hecho de que la propuesta de Cirque du Soleil trascienda de los márgenes del séptimo arte no se debería entender, no obstante, como un posicionamiento negativo; sino como una realidad que protagoniza cada imagen y secuencia, como si se tratara de un vehículo donde los bailarines y la banda sonora toman el testigo dramático; muy por encima de las posibilidades de los intérpretes que encarnan a la pareja aparentemente principal en el guion (Mia y The Aerialist).

El cineasta oceánico comprende a las mil maravillas las limitaciones constitutivas del cuadro de nadadores, equilibristas y payasos que alimentan los trabajos de los norteamericanos; por lo que deja las líneas narrativas abandonadas en una isla desierta, diseñada a base de un barroquismo que no desentonaría en una cinta pergeñada por ejemplo por Peter Greenaway o Lindsay Anderson.

Así, Worlds Away no podría digerirse con un análisis clásico de una obra cinematográfica al uso; ya que de lo que va el asunto es de una conjunción sensitiva en la que el desparrame cromático y arquitectónico es de tal ensamblaje que funciona como un mecanismo de relojería suiza. Nada sobra o está descompensado en los cerca de noventa minutos que dura el largometraje (denominación errónea, ya que más bien cabría en la categoría de grabación de una representación de ballet); lo que hace adquirir al resultado un peso específico en el que queda el gusto de una sucesión continua de fotogramas a cual más bello, independientemente de explicaciones racionales más o menos coherentes.

Y eso que la movie comienza de una manera bastante trillada en el género fantástico sobre ferias de pueblo. Este inicio lleva la retina del espectador a un paisaje desértico, en el que una chica de nombre Mia (Erice Linz) se adentra tras los carteles luminosos de un circo. A partir de que la heroína penetra voluntariamente en el número del llamado The Aerialist (Igor Zaripov), la trama se vuelve una especie de híbrido entre Alicia en el país de las maravillas y una transmutación extraña de la historia mitológica de Orfeo y Eurídice. Adamson identifica los papeles de la chica y el equilibrista con los mencionados personajes de la tradición clásica griega (aunque en el filme sea la nueva Eurídice la que baje a los infiernos en busca de Orfeo, perdido en el insondable abismo de los demonios y de las figuraciones fantasmagóricas).

La riqueza escenográfica de origen asiático y orientalista es la que toma rápidamente el timón de un viaje en el que los vuelos sin motor de los miembros de Cirque du Soleil (siempre sujetos debidamente con tiras elásticas y cables que se maquillan para que no los note el público) se suceden con una rapidez pasmosa, engrasados con batallas frontales de tonos étnicos y de teclas de percusiones ensordecedoras.

Sin embargo, la pretendida novedad de Worlds Away bien puede remitir directamente a maestros del calado del David Lynch de Twin Peaks; la ambivalencia macabra de la Parada de los monstruos, de Tod Browning; o las piscinas interminables de Los libros de Próspero, del ya citado Peter Greenaway. La sabiduría impresa por estos antecesores de talante cinematográfico otorgan un ideario que Cirque du Soleil reproduce con notoria habilidad, siempre acomodados a las exigencias de los circuitos del terreno acrobático, en el que suelen cimentar sus titánicas estaciones curriculares.

Como si un laberinto de espejos se adueñara de la pantalla, el atribulado espectador asiste con determinación a un acto casi litúrgico, en el que la conductora es la ingenua Mia, quien intenta desesperadamente salvar de las entrañas de la tierra al desconocido The Aerialist. La pareja vive desencuentros frecuentes y repetidos por ese inframundo plagado de disfraces de máscaras, movimientos insinuantes, calibanes pintados hasta en las pestañas y espíritus con una predisposición realmente asombrosa para mover el esqueleto.

Dentro de ese esquema por recrear la grandeza atronadora de colores y formas, el tramo dedicado a Las Vegas es uno de los más logrados; con música a lo Elvis Presley y unos individuos saltando sobre camas elásticas al más puro estilo de la ciudad del juego. Aunque igualmente sería de justicia resaltar la belleza onírica de la parte de la Luna, con una gimnasta buceando sensualmente en una pecera de aspecto selenita.

No obstante, una de las cosas que más dinamismo demuestra es la ruptura sinfónica y escenográfica, auténticamente rotunda, que se marca Adamson en claro homenaje a The Beatles. La manera en que el neozelandés tiene de interpretar canciones legendarias como Get Back o Lucy in The Sky With Diamonds es simplemente genial. En este sentido, el ejercicio de coreografía que lleva a cabo el compatriota de Peter Jackson es de los que coronan los vítores de las audiencias entregadas; pléyades masificadoras que con Cirque du Soleil son de las que se dejan llevar de la mano y de la retina sin rechistar, auxiliadas en todo momento por estos magos de las carpas del futuro.

Ahora cabe preguntarse si este tipo de grabaciones son las que dotan de significado a la utilización del tan denotado 3D. Y la respuesta a tal cuestión, a tenor de lo que se puede ver en la pantalla, es que la tecnología luce mucho más en este género de obras que en cintas comerciales con actores de tirón hollywoodiense, en las que las tres dimensiones son bastante prescindibles… y además dan dolor de cabeza.


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Jesús Martín
Soy un auténtico apasionado de las películas que despiertan la imaginación

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