Crítica A todo tren 2
Pocas novedades, salvo por el cambio en el protagonismo adulto de Santiago Segura y Leo Harlem por el de Paz Vega y Paz Padilla, se perciben en esta segunda entrega de la exitosa A todo tren: Destino a Asturias.
Las películas españolas con niños en sus argumentos suelen oscilar artísticamente entre las recreaciones nostálgicas y generacionales de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) y Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), y las aproximaciones coloristas y amables de los films de Parchís, Enrique y Ana y de la serie televisiva Verano azul. Inés de León, y antes que ella Santiago Segura, inscribe A todo tren 2: sí, les ha pasado otra vez en la segunda categoría. Una decisión que implica la creación de un universo convenientemente alocado y humorístico a lo patio de colegio, casi surrealista, como el que refleja esta cinta situacional y altamente comercial.
El relato coral que expone A todo tren 2 comienza al año siguiente del accidentado viaje de la pandilla de niños a los que intentaron tutelar el caótico Ricardo (Santiago Segura) y el comprensivo Felipe (Leo Harlem). Después de los problemas ocurridos en ese traslado ferroviario, las encargadas de ocuparse de la excursión de los pequeños son ahora la perfeccionista Clara (Paz Vega) y la neurótica y excéntrica Susana (Paz Padilla). La situación parece estar bajo control, pero un desliz hace que las dos mujeres pierdan el tren, dejando a los críos solos en el convoy. A partir de ese momento, todo gira en torno a una carrera a contrarreloj para que Clara y Susana puedan alcanzar a los infantes, antes de que Ricardo y Felipe se enteren de su metedura de pata. Sin embargo, en el tren, los menores descubren una oscura trama para matar a un misterioso hombre con aspecto de científico.
Sin excesivos riegos o sorpresas con respecto a la primera entrega, A todo tren 2 despliega su argumento sobre los raíles de una comedia situacional bastante rebajada en intensidad chistosa. Ni los papeles de los adultos (voluntariamente caricaturizados) ni los roles de los niños (esquematizados hasta el punto de responder a categorías excesivamente delimitadas) muestran un trabajo de conveniente verosimilitud psicológica y humana. Esto genera que la película sea percibida como un simple juego de travesuras sin fin, donde la acción está diluida por un espíritu de confraternización excesiva, que evita cualquier salida de tono.
Inés de León vuelca el sentido de la historia por el lado de los pequeños y de su desconcierto al quedarse fuera del ámbito protector de sus progenitores, y fuerza a los adultos para que entren en el cosmos infantil, perdiendo cualquier rasgo de sensatez racional. Una fórmula que somete las encarnaciones de Paz Vega y de Paz Padilla a una experiencia artificial y retorcida. Desde el episodio del motín en el avión a las escenas en un autocar para la tercera edad, las sustitutas de Ricardo y Felipe repiten los tics y actitudes fuera de cualquier normalidad de sus precedentes masculinos, lo que no ayuda a distanciar este segundo capítulo del primero.
No obstante, Inés de León (que se reserva el divertido papel de la novia que llega tarde a su boda) acierta a la hora de escenificar los gags sin pretensiones y ligeros que esgrime desde el inicio de la película. Un camino que marca el ritmo historietista de una obra que, sin duda, hará las delicias de familias enteras de espectadores (muchas de ellas fans de A todo tren: Destino a Asturias).
Jesús Martín
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