Crítica de la película De Gaulle
Aproximación poco inspirada hacia la figura de Charles de Gaulle. Gabriel Le Bomin muestra un retrato demasiado idealizado del legendario militar y gobernante.
Cuando Joe Wright estrenó El instante más oscuro, en 2017; un convincente y enérgico Winston Churchill (interpretado por Gary Oldman) se quejaba amargamente de la incompetencia de los altos mandos políticos y militares de Francia. El primer ministro británico lamentaba profundamente las decisiones del ejecutivo del país de La Marsellesa, consistentes en aceptar la rendición ante el temido Tercer Reich. Esta visión un tanto pesimista del espíritu galo en la Segunda Guerra Mundial parece inspirar el argumento de De Gaulle, para dejar claro que no todos los oficiales franceses actuaron de la misma manera que Pétain y sus partidarios.
Como si se tratara de un héroe espartano, Charles de Gaulle se presenta en la pantalla como una especie de Leónidas; el cual tiene que luchar bravamente contra las hordas nazis, y contra los insensatos defensores en El Elíseo de una paz que no era tal.
La acción de la cinta se sitúa en junio de 1940, cuando las tropas germanas tienen sitiadas a las fuerzas de la nación con la bandera tricolor. En momentos tan asfixiantes, el presidente Paul Reynuad (Olivier Gourmet) contacta con el general Charles de Gaulle, para ocupar un cargo en su gabinete. El objetivo de esta maniobra se centra en mantener vivo el espíritu de lucha, y no ceder ante las presiones del mariscal Phillippe Pétain. Convencido de la misión para la que ha sido convocado, De Gaulle se convierte en la voz más clara contra los planes de sentarse a negociar con Hitler; lo que le lleva a tener que formar un gobierno paralelo en el exilio, con la ayuda de Churchill y Gran Bretaña.
Conforme se suceden estos acontecimientos, la movie de Bomin también presenta la complicada situación de la esposa y los tres hijos de De Gaulle, quienes deben huir fuera de Francia, para reunirse con el afamado oficial.
En una línea semejante a la efectuada por Gary Oldman con Churchill, la película de Gabriel Le Bomin centra gran parte de su eficacia en la caracterización de Lambert Wilson, en la piel del esforzado defensor de la lucha en todos los frentes, para frenar las aspiraciones expansionistas del imperio de la esvástica. El actor de Jacques es el principal atractivo de un film demasiado plano en la recreación del contexto socio-político de la Francia de 1940; el cual solo se preocupa de engalanar con oropeles de valentía la esbelta figura de Charles André Joseph Marie de Gaulle.
En este sentido, resulta un tanto desesperanzadora la caricaturesca visión de personajes tan determinantes en la trama como el mariscal Pétain y el presidente Paul Reynaud. Decisión que parece estar tomada para reforzar el aura titánica del protagonista, destinada a eliminar cualquier fisura que pudiera enturbiar el discurso del que fue presidente del gobierno provisional, mientras Francia sufría el yugo de la ocupación teutona.
Al igual que ocurre con Reynaud y Pétain, el film también muestra un Winston Churchill estereotipado y exagerado en sus ademanes.
No obstante, Le Bomin sí acierta al incorporar al largometraje la relación mantenida entre De Gaulle y su esposa Yvonne; una unión marital que potenció el nacimiento de su hija Anne, aquejada de síndrome de Down.
Jesús Martín
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