Crítica de la película Richard Jewell
Una de las mejores películas de Clint Eastwood en los últimos años.
Mejor que 15:17 Tren a Paris, este largometraje no supera a El francotirador, pero se sitúa entre las mejores realizaciones del director en los últimos años, desde que comenzara su ciclo sobre el heroísmo, al que esta película pertenece claramente junto con las dos citadas y Sully. Los héroes y su gestación, así como las consecuencias del encumbramiento al pedestal de lo heroico han sido tema de la filmografía de Eastwood desde siempre, pero adquieren mayor protagonismo temático en la misma desde que iniciara el ciclo con Las banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Y entre las películas citadas, tocadas todas ellas por un poso de amargura que acosa a sus personajes a lo largo de todo el viaje heroico que traza para ellos Eastwood, pienso que Richard Jewell es como un punto final, o al menos la vuelta de tuerca más amarga del asunto heroico. En ella además Eastwood se muestra más duro que nunca con la facilidad que tiene la sociedad estadounidense para encumbrar y derribar a velocidad de vértigo a sus héroes.
El caso real en el que se basa es material de partida muy bien utilizado por el director para trabajar un relato en el que encontramos un protagonismo en conflicto, que no es tal. En realidad el protagonista del mismo no es el vigilante bautizado primero como héroe y posteriormente acusado de terrorista, sino el abogado que se ocupa de su caso, y que está presente en el relato desde el primer momento.
Aunque por definición el personaje central es Jewell, y por tanto debería ser el protagonista, un Eastwood muy astuto traslada todo el peso del protagonismo al personaje del abogado en el segundo acto de su historia, de modo que dicho personaje se convierte en un motor de energía renovada para la misma, tanto por su carácter como porque ejerce como la voz de la cordura del espectador cuando entra en el mundo disparatado del guardia jurado. Me parece un juego muy interesante con el protagonismo, más aún porque encaja con el dilema que plantea la película respecto a los héroes puestos en cuestión.
De la misma manera que el heroísmo de Jewell es puesto en cuestión, Eastwood juega a poner en cuestión también su protagonismo de manera sutil durante buena parte de la película. Consigue así trazar un paralelismo entre el tratamiento del tema y el personaje tanto en la historia como en su película. Juega con el espectador, al que le presenta a Jewell como protagonista, pero al que luego le quita protagonismo y tiempo en pantalla para poner a funcionar al abogado dándole una cobertura dramática y visual más interesante.
Desde el momento en que el abogado entra en la trama -insisto, no olvidemos que está como cebo para picar en este juego con el espectador ya desde la primera escena de la película-, el peso de la acción recae de su lado, mientras Jewell pasa sutilmente a un segundo plano. El protagonismo del abogado detona con la frase “Le están cargando el muerto, hay que ayudar a este chico”, y con la secuencia de montaje en paralelo de la carrera del atleta en los juegos olímpicos y el recorrido del abogado hasta los teléfonos desde los que el terrorista realizó la llamada demostrando que ha sido imposible que el vigilante acusado sea el que puso la bomba (observemos que es el mismo recorrido que luego hará la principal antagonista de la historia, la periodista).
A partir de ese momento veremos al abogado dinamizando la trama y con coberturas visuales que lo respaldan. La entrevista en televisión, el descubrimiento de las armas en la cama -introduce aquí Eastwood una mirada humorística dentro de la pesadilla que está contando-, convirtiendo al abogado en una especie de Alicia que entra a través del espejo en el mundo de ilusiones de Jewell y su madre-, dando paso a la parte central de la trama que es el registro de la casa del sospechoso por el FBI. Finalmente será el abogado, ejerciendo como mentor o figura paternal de cordura en la ilusa manera de mirar todo lo que ocurre de Jewell, el que consiga conducir a éste último a recuperar su protagonismo en la escena del interrogatorio en la sede del FBI, ya en el tercer acto. En ese momento, Paul Walter Hauser como Jewell me ha recordado el discurso clave de Charles Laughton en Esta tierra es mía (Jean Renoir, 1943), que habla precisamente del heroísmo. El personaje recupera así su protagonismo, completa su viaje, y demuestra lo astuto que ha sido Eastwood a la hora de plantear su película manteniendo esa inteligente alternativa de protagonismo Jewell/abogado.
El buen ritmo de la narración es una de las notas muy positivas de la película en una historia difícil de trasladar al cine. El comienzo, presentación de Jewell, su mundo, sus ilusiones, su madre, y finalmente la bomba, tiene un ritmo que se modifica al tiempo que entra en la película el personaje del abogado. Y Eastwood no engaña: ya ha planteado esa alternancia en la primera escena con el encuentro de Jewell con el abogado que habla por teléfono.
Así que podríamos hablar más de co-protagonismo, o protagonismo bicéfalo alternado como herramienta para contar una historia en la que la madre de Jewell interpretada por Kathy Bates es un punto de apoyo esencial para la construcción del relato, aportando al mismo la parte más emocional, que Eastwood plantea con secuencias hermanas, la de la contemplación de su hijo como héroe y la contemplación de su hijo como abogado, rematando el viaje de ese personaje con la rueda de prensa, en la que, como hace con el camino a los teléfonos del abogado, busca un eco en el personaje de la abogada antagonista, jugando la baza de la redención de la misma en el plano contraplano con la madre.
Película bien construida, con una medida pero muy contundente carga emocional, aspecto en el que es mejor que las dos anteriores películas del director, Mula y 15:17.
Miguel Juan Payán
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