Crítica de la película Doctor Sueño
Mejor de lo previsto, decae en su desenlace víctima del exceso de mimetismo con El resplandor.
Secuela innecesaria de la película de Stanley Kubrick, hace sus primeros movimientos con cierta solvencia y habilidad para configurarse como una buena propuesta de cine de terror, ajeno eso sí a los sustos que quizá espere la gente. Es más sólida de lo que cabía temer después de ver su tráiler, que por otra parte merece pasar a la historia como uno de los peores tráiler del cine y no le hace ningún honor a lo que podemos encontrar en la película.
Funciona correctamente en el primer y segundo acto, e incluso tiene el valor de distanciarse del cine de susto más gratuito que me temo pueden esperar -equivocadamente- algunos espectadores. En eso respeta en cierto modo el tono de El resplandor que se apartó del terror más convencional para buscar lo inquietante jugando a la contra del terror superficial de susto facilón. Incluso me parece positivo que en sus primeras escenas Doctor Sueño haga una especie de declaración de principios e independencia de la película de Kubrick presentando el personaje de Rebecca Ferguson. Y aprovecho ya para decir que la actriz es lo mejor de la película, el motor de la misma, y su personaje tiene por sí mismo interés suficiente como para que en lugar de habitar una secuela de El resplandor contaran su propia historia y la de su grupo de colegas. Aunque tampoco es que con este grupo de antagonistas Doctor Sueño sea una innovadora porque en 1987 Kathryn Bigelow ya nos presentó unos vampiros de neowestern en su película Los viajeros de la noche en los que es difícil no pensar cuando vemos a Ferguson/Rose y su grupo.
El camino estaba ahí, en ese cambio de propuesta, en pasar de puntillas por la inevitable explotación de la marca “El resplandor”, y comenzar a desarrollar rápidamente una identidad propia para esta secuela. Mike Flanagan rueda su mejor trabajo, o por lo menos el que me parece más interesante, en su filmografía de hombre del terror, con las dos primeras horas de este largometraje. Eso hay que aplaudirlo, como hay que aplaudir Kyliegh Curran, joven actriz que muestra una brillante madurez a la hora de desarrollar su personaje en este largometraje. Y sin duda Ewan McGregor realiza un gran trabajo interpretando la versión adulta de Danny Torrance hasta el punto de que en algunos momentos se puede advertir algún gesto que recuerda a Jack Nicholson, que interpretara al padre de su personaje en El resplandor, y no necesariamente en el desenlace, ojo. Nada que objetar por ahí.
Sin embargo la película evidencia limitaciones y cierta fragilidad en su lenguaje visual que es testimonio de la debilidad de su objetivo: ser una secuela, esto es, seguir explotando el carácter icónico de El resplandor. Y a la hora de hacer los guiños a la película es casi siempre menos sutil, más obvia, más torpe de lo que nos ha propuesto Joker, a la hora de incorporar ecos o guiños de clásicos del cine de los setenta como Taxi Driver, por poner un ejemplo reciente. El repetitivo uso del plano cenital en asociado a los vampiros va en esa línea. El uso del sonido de latido en la llegada al hotel al final es excesivo, obvio, torpe. El trabajo con la incorporación reiterada de planos de coche en carretera acaba empachando un poco y pasa de ser guiño o pincelada a devaluarse como tópico dentro de la panoplia visual tomada prestada de la película de Kubrick.
Por otra parte es un error incorporar a esta película elementos actorales clonados muy forzados en un momento especialmente frágil de la película en su desenlace, cuando todo lo narrado con acierto en la dos primeras horas, con un buen pulso de intriga contrario al susto fácil, empieza a derrumbarse por ese innecesario intento de seguirle la pista a la película de Kubrick. De los planos y momentos que rinden homenaje a El resplandor el mejor, por sutil y elegante, es la entrevista de Danny con el doctor, que recuerda la de su padre con el gerente del hotel en la película anterior, pero otros, como la repetición innecesaria del paseo en triciclo de Danny y la mirada a la puerta, los que atañen a Wendy y casi todo lo referido a la parte final, evidencian la mayor fragilidad de la película, que se deja atrapar voluntariamente en el juego de las comparaciones con su predecesora de manera muy torpe y, lo que es peor, totalmente innecesaria.
La llegada al hotel debería haber sido capaz de imprimir un ritmo más potente y hacia arriba a la propuesta, dotarla de plenai independencia frente a la propuesta de Kubrick para seguir volando a su aire pero más alto. Sin embargo ocurre justo lo contrario. Es en ese momento cuando la película empieza a perder interés y además resuelve el conflicto con la antagonista de manera un tanto precipitada que no hace honor a su desempeño en el resto del metraje. Además es totalmente previsible, poco sorpresiva, la herramienta aplicada por Danny a su duelo final con Rose.
También es floja y de tono telefílmico la aportación de los padres de Abra, y todo el interés sembrado inicialmente en el personaje de la rubia Andi -la secuencia del cine, etcétera-, no acaba de ser bien recogido posteriormente, resultando en un personaje y una ocasión desperdiciados.
Por otra parte, el uso efectista de imágenes supuestamente impactantes que se prolongan en exceso, como el “vuelo” nocturno del personaje de Rebecca Ferguson, es otra debilidad de esta secuela, que en sus momentos más flojos evidencia en exceso su carácter de oportunismo más forzado, debilitando a toda la película en su conjunto.
Miguel Juan Payán
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