Crítica El baño del diablo película dirigida por Severin Fiala, Veronika Franz con Anja Plaschg, David Scheid, Maria Hofstätter
Los directores de Buenas noches, mamá, regresan con una cinta de terror muy real.
De qué va El baño del diablo
Agnes es una joven que vive en la Austria del siglo XVIII, y que acaba de casarse. Espera una vida mejor y desea convertirse en madre. Pero la peculiar relación con su esposo y la comunidad a la que se traslada, hacen que oscuros pensamientos ocupen su mente, lo que la lleva a plantearse cometer un acto atroz para conseguir la salvación.
Una historia real, aunque no lo parezca
Severin Fiala y Veronika Franz son una pareja de directores de cine de terror que nunca apuestan por lo común o lo habitual a la hora de narrar sus historias, por ejemplo Buenas noches, mamá o The Lodge. Están sobre todo interesados en el terror de la realidad, de lo que se esconde detrás de la psique humana. De los demonios y los monstruos que todos pueden llegar a albergar en su interior. Algo que se repite nuevamente en El baño del diablo, una película dura y seca, como la gente que la habita, en contraste con la naturaleza que les rodea.
Ese es uno de los elementos más aterradores de El baño del diablo, la sensación de que son personas normales y corrientes de su tiempo las que habitúan el relato, pero también la certeza de que lo que nos están contando sucedió. El personaje de Agnes es real, e incluso los responsables de la película aseguran que parte de lo que se dice, frases de diálogo, están sacadas de los informes reales que hay sobre el juicio al que fue sometida. Frases que la propia protagonista dijo en su momento. Es algo que hace aún más terrorífica la historia que vemos.
Porque es una historia desnuda, sin adornos. Un viaje al pasado, a una práctica atroz, que analiza los traumas personales, las enfermedades mentales, las prácticas religiosas, la sexualidad, la sociedad cerrada de la época… que, por cierto, puede perfectamente extrapolarse a la sociedad actual, con sus prejuicios y cerrazón a veces. Es un viaje fascinante que nos aterroriza por lo que vemos sucede a los personajes y por los actos que cometen. Por una atmósfera opresiva y claustrofóbica y por un mundo en el que no les permiten ser quienes ellos deben ser.
Una cantante como actriz, que convence de inicio a fin
Aunque Anja Plaschg no debuta en cine con esta película, es cierto que su trabajo es reconocido en el mundo de la música, y no tiene mucha experiencia interpretando personajes. De hecho, ella misma se encarga de la música de la película. Pero Plaschg se sintió tan identificada con Agnes cuando leyó el guión, que convenció a los directores de que ella era la indicada para interpretar al personaje. Y vaya si lo era. En sus ojos se refleja la tristeza y desesperación cada vez mayor que experimenta Agnes, su aislamiento, su insatisfacción, su soledad… Es un magnífico trabajo que merece ser reconocido.
Es también magnífico el uso que hacen desde la dirección del paisaje, convertido en un personaje más. El bosque, el río, la cabaña… Son elementos y parte imprescindible de la historia por cómo oprimen a los personajes o por lo que suponen en relación a su libertad (siempre cerca del agua). Según el relato se adentra en territorios más oscuros, así lo hace el paisaje que les rodea. Aunque no es una película sencilla de ver. Su ritmo pausado, contemplativo, su inactividad aparente… alejarán a muchos de un relato que cautiva si te dejas atrapar y que nos convierte en espectadores en primera fila de una historia poderosa y terrible.
Jesús Usero
Crítica El baño del diablo
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