Crítica El buen Italiano película dirigida por Edoardo De Angelis con Pierfrancesco Favino, Massimiliano Rossi, Johan Heldenbergh
Madura e interesante mirada alternativa a la guerra submarina.
“Los alemanes atacan en manada. Nosotros no. Nosotros somos italianos”.
Esa frase define el objetivo último de esta producción italiana que en su primera parte y hasta el momento del encuentro con la presa parece querer encontrar su camino su camino en el acercamiento a claves de El submarino (Wolfgang Petersen, 1981), pero a partir de ese punto de giro de ataque y contraataque en una noche de fuego y muerte, reconduce su trama realmente hacia el territorio en el que desarrolla su verdadera personalidad como relato antibelicista, que viene marcada por esa otra frase de apertura a modo de declaración de intenciones que anticipa el verdadero rumbo de su singladura, más cercano a Feliz Navidad (Cristian Carion, 2005), sobre la llamada Tregua de Navidad, los ceses de fuego no oficiales que se dieron en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial en 1914.
“Hundimos a los buques enemigos sin piedad ni miedo. Pero a los hombres los salvamos”, afirma el comandante
Lo que persigue la película con este boceto, que no es biografía, ni aún menos esa variante “biopic” acaramelada y domesticada del cine estadounidense, del Comandante (título original de la película) Salvatore Todaro es situar el sacrificio y heroísmo de los submarinistas italianos durante la Segunda Guerra Mujndial -de la flota de 112 submarinos, solo 19 sobrevivieron al conflicto-, en el marco de un dibujo humanizador del heroísmo que escapa a todo alarde propagandístico o cobertura belicista de la trama.
Escuchando la voz interior: la muerte sin adorno épico
Es muy significativo de las intenciones y logros de El buen italiano el plano del cadáver del tripulante frente a la nave en llamas que ha ayudado a hundir. Un resumen perfecto del absurdo de la guerra definida como ceremonial de autoextinción.
La película renuncia a la épica más convencional para buscar ese otro heroísmo abnegado, ese otro liderato sacrificado representado por el protagonista, hombre severamente dañado en lo físico que se sobrepone al dolor para seguir su camino como marino, sustituyendo precisamente la épica por una reflexión interior de corte poético que resuelve con voz en off de personajes en el tránsito de la vida a la muerte.
Es una interesante manera de darle mayor relevancia y protagonismo a las voces íntimas de los personajes para definirlos y dar una visión íntima de la experiencia de la guerra que reniega de la pirotecnia del conflicto mirada desde el exterior como espectáculo de aventuras.
Esa especie de voz interior se asocia con el encadenado de los momentos cotidianos -la manera de fumar “fuego dentro”, la manera de abordar la comida y el mundo de la cocina, que no por casualidad tiene más protagonismo como espacio dentro del submarino que la sala de torpedos o el puente con el periscopio-, que surgen en el seno de la excepcionalidad de la guerra.
A ellos se suma el uso cuidadoso del tiempo de mantenimiento de plano y el silencio -por ejemplo, en el momento de la primera muerte de un miembro de la tripulación donde se produce un tenso momento sin diálogo hasta que el comandante certifica finalmente la muerte que ya nos han mostrado las imágenes con la frase: “Honor y muerte a…”-, o la música himno de los submarinistas combinada con el caos de ruidos durante el ataque del avión.
Se dibuja así el retrato heroico del comandante como un ser humano, un hombre de mar, como le grita después al saboteador que le llama fascista, uno oficial cuyo liderato se expresa de manera sencilla en el momento en que le vemos comer rodeado de sus hombres, siempre rodeado de sus hombres, como cuando anuncia las medidas sobre los náufragos, porque sus decisiones los afectan a todos, y todos sus hombres le respaldan, del mismo modo que, como muestra el encadenado de las imágenes del marino que se hunde en la profundidad encadenan con las del propio comandante a modo de metáfora sobre cómo cada vez que muere uno de sus hombres muere también un poco él mismo.
Cambiando intriga por humanismo
Exhibe El buen italiano la capacidad de las buenas películas sobre submarinos para meternos en el claustrofóbico ambiente de la nave en la que se localiza la trama como si fuéramos un tripulante más, con planos cerrados, asfixiantes, claustrofóbicos. Pero lo mejor es que establece su propia personalidad y se distingue frente a otras películas del mismo tema y ambientación, y en ejercicio de coherencia sobre su verdadero tema -la compasión, el humanismo, la madura aceptación de las consecuencias de sus actos bélicos que explora el personaje del comandante-, descartando esos planos de carácter claustrofóbico como herramienta para construir intriga, tensión o suspense, sino más bien lo contrario. Consigue que esa cercanía entre los personajes, y nuestra propia cercanía con ellos, nos hable de lealtad, compasión, humanismo e identificación entre contrarios, por lejanos que estén en principio. Y todo eso culmina en la escena de las patatas fritas.
Finalmente, junto a todo lo anterior, cuesta no pensar que la película plantea para el espectador un interesante ejercicio de reflexión a modo de segunda lectura con la situación de migrantes y refugiados en el mundo actual, aun más tratándose de una producción italiana.
Miguel Juan Payán
Crítica El buen Italiano
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