Crítica Nosferatu película dirigida por Robert Eggers con Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Lily-Rose Depp, Aaron Taylor-Johnson
Soberbio remake del clásico de Murnau para devolverle al vampiro su escalofrío perdido
El broche de oro para el terror de 2024
Pienso que tiene su gracia que en un año tan categórico en el cine de terror como este 2024 que ya se nos escapa vayamos a tener una despedida de tanta altura y, al mismo tiempo, tan descaradamente superior a cualquier otra propuesta pareja.
He sido (y seguiré siendo) firme defensor de la calidad de propuestas recientes tan sobresalientes como Longlegs, Strange Darling o Alien Romulus y sin embargo creo que nada me preparaba para volver a constatar la diferencia que hay entre el trabajo de buenos directores y las inesperadas revoluciones que solo ciertos elegidos como Robert Eggers son capaces de aplicar, cual Rey Midas, a todo lo que tocan.
Eggers, de último mitólogo a maxímo exponente de la artesanía audiovisual
Era de esperar que un autor cuya filmografía se ha basado en transitar los diferentes folclores terminase concluyendo en el suyo propio. Su aprendizaje cinematográfico nace de las sombres expresionistas e impresionistas y ha bebido del tenebrismo pictórico, el barroquismo e incluso de la sangre del romance gótico, por lo que era cuestión de tiempo que se percatase de la triste disolución del mito del vampiro primigenio, ese que representa la enfermedad y la libertad sexual, en mil subgéneros que han terminado por obliterar todo su potencial.
Por eso mismo, esta decisión de plantarse frente al mismo Murnau (aunque obras como El Faro le acerquen mas Dreyer y su Vampyr, la bruja vampiro) e insuflarle nueva vida al clásico de 1922 se antoja tanto un decisión puramente suicida como irrechazable. Suicida porque la iconografía del propio monstruo ha trascendido océanos de tiempo e irrechazable porque el éxito en la contienda haría lo propio con el cine de este genio de New Hampshire.
Evidentemente, la forma de abordar tremendo periplo ha consistido en aplicar la misma fórmula de apropiación de la mitología (como previamente ocurrió con Salem, Lovecraft o el Valhalla) con el fin de otorgarle el músculo audiovisual que le devuelva su carácter primigenio, es decir, su fundamento natural y tangible que les hizo crecer con el boca a boca popular e invadían las pesadillas de las diferentes generaciones.
Nosferatu se despliega como una obra totémica en el que la fuerza arrasadora de sus imágenes está atada a su sonido de ultratumba y viceversa, creando una espeluznante atmósfera gélida y gótica que nos sumerge en un aura febril de muerte, sexo, ratas y pestilencia europea victoriana al mismo tiempo que recoge elementos incomprensiblemente obviados en otras aproximaciones, tales como el magistral y coherente diseño del propio Conde Orlok a modo de un, literalmente, aristócrata ortodoxo zombificado (superando así el reto mas complejo de todos) o la devolución del mordisco al mismísimo corazón latente.
Mayor presupuesto, mayor escala, mayor fuerza
Evidentemente, Robert Eggers se ha beneficiado, como ya hiciese en El hombre del norte, de tener un estudio como Universal detrás para obtener la mirada total que llevaba buscando desde los tiempo de La bruja. No obstante, lo que en su momento, por limitaciones, se traducía en una narración estática fundamentada en el impacto, ahora puede permitirse un movimiento cual pez en el agua por un sin fin de decorados y detalles de producción tratados con el mismo mimo que la luz, el sonido o la composición estética fija.
Nosferatu está plagada planos forjados a fuego, sí, pero también de travellings, steadycam, movimientos de cámara imposibles y elipsis arrebatadoras que favorecen la fluidez y, por ende, la madurez en la narrativa. Si no me crees, fijaos en como esta versión de Eggers es la mejor jamás realizada en cuanto al viaje de Harker/Hutter al castillo de Drácula/Orlok, emparentandolo con un delirio enfermizo, como decide ventilarse el viaje del Demeter en dos secuencias colosales a la vez que se embebe en el cine de posesiones o como ha modificado el final para recuperar su sentido romántico original.
Todo en Nosferatu alude a la chorreante delicia gótica por antonomasia (una no vista desde Sleepy Hollow), irguiéndose como una oscura catedral pagana perfectamente palpable desde los vestidos y carruajes hasta las mutilaciones, la descomposición de la carne, los Cárpatos y la ciudad de Wisborg.
Un reparto en estado de gracia para sus múltiples variantes temáticas
Pero es que además de suponer uno de esos despliegues frente a la pantalla difíciles olvidar, la película de Eggers es revela también como una obra maestra del subtexto vampírico, donde el cuento de terror navideño inicial da paso al thriller erótico necrófilo como histeria femenina y, finalmente, se alcanza la dicotomía de la liberación sexual y el amor frente al papel encadenado de la mujer.
Dicho viaje redentor para el género queda cristalino en los ojos y mueca de esa revelación absoluta que es Lily Rose Depp en modo alternancia entre el desquicie y la melancolía, como bien exige cualquier romance gótico que se precie. A su alrededor pululan Nicholas Hoult y Aaron Taylor Johnson dando vida a la fragilidad másculina de pipa en boca, Willem Dafoe en otra clase magistral de servicio al material y un Simon Mcburney que abandona la elegancia británica en favor de un despiporre histórico.
Del trabajo de Bill Skarsgaard solo diré que os acerquéis a él y su bigote sabiendo lo menos posible y siempre en versión original, o si no os lo perderéis al completo.
La mejor película de vampiros en décadas
Robert Eggers ha parido un anticuento invernal de navidades corruptas por la presencia de una sombra que se cierne sobre una Europa a punto de sucumbir a sus necesidades mas animales, esas que nos invaden el cuerpo y nos hacen disfrutar. Nosferatu es una de las mejores películas del año, simplemente acéptala de buena voluntad, déjala entrar y grita de gusto mientras te succiona la sangre.
Cuando se estrena Nosferatu
Nosferatu se estrena en cines de toda España el 25 de diciembre de 2024
Miguel Ángel Espelosín
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