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viernes, mayo 3, 2024
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Crítica Operación Napoleón ★★★

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Crítica Operación Napoleón película dirigida por Óskar Thór Axelsson con Ólafur Darri Ólafsson, Vivian Ólafsdóttir, Iain Glen

Intriga y aventura de conspiración.

De que va Operación Napoleón.

A finales de la Segunda Guerra Mundial un avión alemán se estrella en un fiordo de Islandia con un enigma.

Crítica Operación Napoleón.

Inicialmente el pasado de la Segunda Guerra Mundial le sirve bien como detonante para disparar la intriga al principio. Luego va armando una fusión de géneros desde la fórmula del fugitivo a la aventura arqueológica de revelación de secreto y resolución de enigma que se las ingenia para oxigenarse aceptablemente en los momentos de agotamiento argumental y de ese modo se mantiene más viva de lo que realmente permite su esquemático y previsible guion.

Poco desarrollo de personajes y conflictos sencillos para esta coproducción germano-islandesa que tiene la curiosidad de poner en pantalla la tendencia del audiovisual de las filmografías europeas de emanciparse de la por otra parte cada vez más superada imagen de Estados Unidos como elemento positivo de orden internacional para convertir a los que fueran héroes del audiovisual occidental en peligrosos villanos. Celosos de su independencia y de su autonomía respecto a las intrusiones y manejos conspiradores del “amigo americano”, los fabuladores de ficción de intriga europeos, tanto en novelas como la que sirve de base a esta película como en series, miniseries y largometrajes, empiezan a materializar su escepticismo frente a los Estados Unidos con carácter retroactivo, remontándose en este caso concreto hasta el desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

El personaje interpretado por el mejor actor de todo el reparto de esta película, Iain Glen, siempre sólido y muy cómodo en su función de maquiavélico antagonista, y la agente adicta al asesinato a sangre fría a la que da vida Adesuwa Oni, materializan esa arrogancia invasiva que caracteriza a la política estadounidense en su prepotencia, dándole a la película un interesante aditivo argumental.

Transformando a los héroes estadounidenses en villanos que representan la principal amenaza, Operación Napoleón ofrece un cóctel de intriga y conspiración que curiosamente bebe y recuerda en todo momento a las producciones de conspiración que caracterizaron el cine estadounidense de los años setenta, con una clave de denuncia y autocrítica sobre la corrupción de su propia sociedad, películas como El último testigo (1974), dirigida por Alan J. Pakula, Los tres días del Cóndor (1975), de Sydney Pollack, Marathon Man (1976), de John Schlesinger o La fórmula (1980), de John G. Avildsen. La diferencia es que frente a la imposición de una visión  estadounidense que critica a los Estados Unidos, propone, como en su momento hiciera la coproducción anglo-alemana Odessa (1974), de Ronald Neame, una visión europea de esa capacidad de conspiración, esa prepotencia y esa manipulación invasiva.

Crítica Operación Napoleón ★★★

Los antihéroes perseguidos por sacar adelante la denuncia no son ya abnegados idealistas estadounidenses que rescatan la democracia sino ciudadanos agraviados y celosos de su soberanía nacional de los países “invadidos” y utilizados como piezas en el ajedrez internacional por una de las superpotencias imperialistas de nuestros tiempos. Y es significativo que en este caso los “invasores made in USA” utilicen el camuflaje de una operación para investigar y luchar contra el calentamiento global para encubrir su habitual despliegue de tecnocracia militar.  Aunque ya no son mirados como el hermano mayor que viene a rescatarnos sino como una amenaza.

El problema de la película es que partiendo de estos principios tan interesantes y de un enigma por resolver bastante curioso, no acaba desarrollando una propuesta más seria y sobria con sus personajes, sino que se limita a ponerlos a correr delante de sus perseguidores con una motivación bastante bidimensional y básica, y finalmente acaba en un territorio más lejano a todos esos clásicos que he citado previamente para acercarse más en sus resultados a Smila: Misterio en la nieve (1997) de Bille August.

Eso ocurre cuando se empiezan a acumular en su avance argumental momentos mal resueltos propios de haberse metido en un callejón sin salida, como la incursión en la embajada de Estados Unidos o las muchas casualidades que van sacando la trama adelante, metiendo el pasado de la protagonista y el conflicto con su padre con calzador de forma forzada, desaprovechando la posibilidad de armar mejor una estructura de narración en paralelo con la peripecia de supervivencia del hermano y dando entrada en la trama demasiado tarde al personaje de Ólafur Darri Ólaffson, Einar, que claramente es un catalizador que la película necesita incorporar mucho antes al relato y darle más protagonismo.

En todo caso, es entretenida, aunque desaproveche sus mejores armas.

Se gustará si te gustó…

Empieza cultivando el tono conspiranoico de clásicos de los años setenta como El último testigo (1974), dirigida por Alan J. Pakula, Los tres días del Cóndor (1975), de Sydney Pollack, Marathon Man (1976), de John Schlesinger o La fórmula (1980), de John G. Avildsen, pero acaba acercándose más a Smila: Misterio en la nieve (1997) de Bille August.

                                           Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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