Crítica de la película Orígenes secretos
Cine distinto y arriesgado, no perfecto, pero realmente interesante.
David Galán Galindo debuta en Netflix como director de largometrajes, con una película basada en su propia novela, y una premisa realmente original para nuestro cine patrio. Una película que juega con el metalenguaje de los cómics y que nos plantea la posibilidad de que los superhéroes o los vigilantes existan en Madrid. Puede parecer una locura pero la película hace que funcione gracias a sus referencias frikis y su sentido del humor, a un tono que está a caballo entre tomarse en serio a sí misma y no hacerlo en absoluto. Y a un reparto que se entrega al máximo sabiendo lo importante que es que ellos crean en la historia para que el espectador también se la crea y forme parte de la misma.
La historia nos presenta a un grupo de personajes persiguiendo a un asesino en serie muy particular. Este grupo lo forman un inspector de homicidios que no soporta cualquier cosa relacionada con la cultura popular, su jefa que es una conocida cosplayer también, su predecesor, un brillante policía que se retira, y su hijo menor, el dueño de una tienda de cómics. La relación de los asesinatos con las historias de orígenes de varios personajes del mundo del cómic, nos presenta una trama de misterio con constante humor que son el alma de la película. No siempre acertadas, pero el alma de la película al fin y al cabo. En este caso desconozco la novela, aunque siento enorme curiosidad para poder comparar ambos trabajos, pero analizando sólo la película el tono es irregular…
Y lo es porque pese al impacto que puedan tener algunos momentos, la película no sabe decidir si es seria o es una sátira. Hasta que es quizá demasiado tarde. Eso convierte a los personajes, pese a la brillante defensa del reparto, en demasiado unidimensionales. Cuesta mucho apreciar al protagonista con su carácter (y no pedir que le tiren por el balcón) o entender la trama romántica, que sucede porque sí, o aceptar el humor en determinados momentos en los que la propia historia pide más sobriedad. Cuesta mucho creerse el final no por el final en sí, sino porque no hay clímax, ni giros. Es un ascenso demasiado plano que le resta peso a las decisiones de los personajes.
Como cuando, por ejemplo, explican un chiste. La principal audiencia de la película va a entender esas referencias a la cultura popular, no hace falta que expliquemos un chiste de Han Solo… Esos pequeños detalles, esa ambivalencia en el tono, se superan con un Brays Efe portentoso, con un Antonio Resines magnífico, como Verónica Echegui y su arrolladora presencia. Y con un protagonista en el que creemos como es Javier Rey, sin olvidarnos de secundarios y cameos (algunos piden más tiempo en pantalla). Además de la maravillosa composición narrativa que hace el director y guionista. Con un arranque que recuerda a Seven, una cuidadísima fotografía y una brillante exposición. Hay mucho cine en cómo está contada la película y eso siempre es un plus, pese a los fallos que pueda tener el guión. Es una obra visualmente compleja y, en nuestro cine, es sin duda una absoluta novedad sin casi referentes, por lo que le toca ser pionera.
Jesús Usero
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