Está todo el pescado de la saga ya vendido, aunque entretiene. Para incondicionales.
Los fans de la saga de Saw que quieran volver a encontrarse con las claves esenciales de la misma seguramente quedaran satisfechos, con moderación, ante esta enésima entrega que sigue explotando, con buen ritmo narrativo pero nada nuevo que aportar a sus predecesoras, las peripecias de Jigsaw y sus imitadores. Aquellos otros que sean totalmente ajenos a esta franquicia encontrarán una película para pasar el rato pero que está lejos de las que arrancaron la misma. De manera que les recomendaría empezar por el principio y volver la mirada al pasado para encontrarse con la primera y la segunda entrega, que más allá de los distintos alardes de maquinaria asesina más o menos imaginativa que salpican toda la saga, en un momento u otro, en todas sus entregas, me siguen pareciendo las películas más competentes de todo este asunto.
Saw VIII tiene su mérito principal, en el hecho de que sigue siendo moderadamente funcional como entretenimiento ingenuo referido a las maneras de matar y la cada vez menos viable originalidad de las mismas. Muestra desde la dirección cierta encomiable capacidad para montarse el enésimo laberinto con sorpresa más o menos capaz acumulando escenas de asesinato con cierta gracia, para hacernos pasar el rato. Sus responsables tienen pulso firme para el género y me gustaría verles dedicados a otros menesteres que sin duda saquen mejor partido a su talento, pero aquí lo emplean en pura explotación de una fórmula ya casi agotada, siguen contando más de lo mismo.
Por sorprendente que parezca, John Kramer vuelve a ser el sospechoso número uno del asesinato de varias víctimas que van apareciendo por la ciudad, aunque lleva muerto diez años.
La sobrexplotación del personaje y de la propia saga no se hace notar inicialmente pero finalmente, pasado el ecuador de la película, empieza a ser un lastre cada vez más pesado para el relato, de manera que es ya solo la música, que los fans de las serie esperan oír como una especie de toque de arrebato para meterse en la trampa del asesino, lo que nos mantiene ligeramente interesados por lo que pueda ocurrir en la pantalla. Pero el asesino y el juego con la identidad del mismo cada vez interesan y convencen menos. Tobin Bell, alias John Kramer, alias Jigsaw, ya no es suficiente, sobre todo tras su reiterada explotación sin pudor en entregas anteriores. El problema es que no hay nada nuevo. De manera que es eficaz como entretenimiento, pero la franquicia empieza a necesitar oxígeno o bien un giro drástico de dirección para seguir siendo plenamente operativa como en sus primeros tiempos.
De manera que los Spierig tienen mucho mérito por ser capaces de mantener cierto nivel de éxito en prolongar la saga en esta octava entrega, pero va siendo hora de que los responsables de la misma se planteen algo que pueda revolucionarla plenamente –lo cual no es fácil- o directamente arríen velas y dejen que finalmente el barco llegue a puerto, complete su singladura, y a otra cosa, mariposa.
Así que vale, como recontrasecuela es más entretenida de lo que suelen serlo estos productos de sobrexplotación, pero va siendo hora de que hagan cambios radicales en el asunto si quieren llegar a la decena de entregas. Un personaje como el de Eleanor Bonneville, interpretado por Hannah Emily Anderson, podría ser buena alternativa, pero tienen que replantearse todo el asunto. El problema es que sin Tobin Bell esto tiene poco o ningún sentido, y a estas alturas lo han reventado como personaje.
Miguel Juan Payán
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