Crítica de la película Skin
Un necesario alegato contra el racismo que coge fuerza gracias a la interpretación de Jamie Bell.
El racismo y el amor son dos temas que siempre han ocupado un lugar privilegiado en la filmografía de Guy Nattiv. Junto a Erez Tadmor, el director de Skin ya abordaba el poder de la comunicación en las relaciones románticas en el corto Dear God y el racismo en Stranger. Sin embargo, el reconocimiento internacional le llegó en solitario y de la mano de Skin, un interesante cortometraje ganador del Oscar en 2018 que afianzaba sus constantes temáticas y retrataba el auge del supremacismo blanco en Estados Unidos.
Partiendo de los terribles acontecimientos que se narraban en él, Nattiv se inspira en hechos reales en su nueva película para contar el descenso a los infiernos de Bryon Widner (Jamie Bell), un joven violento y lleno de odio criado por los cabezas rapadas. El percance de Bryon con un joven negro da pie a que quiera calibrar su brújula moral y apoyarse en un nuevo amor, pero salir de ese mundo nunca es tan fácil. A simple vista, esta travesía emocional y redentora recuerda inevitablemente a la de Derek en American History X. No en vano, la mayoría de obras del subgénero calcan la estructura argumental del film de Tony Kaye y caen en todos los tópicos posibles (cuerpos ultra tatuados de los skinhead, violencia indiscriminada, reiterativos discursos racistas…), olvidándose de los sentimientos y motivaciones de los personajes. Skin no deja de ser dura y visceral, pero, por el contrario, la violencia que prima no es física sino psicológica. Pone el foco en el conflicto interno del protagonista y no en los factores que hacen que el extremismo crezca ni en los actos que llevan a cabo el grupo neonazi. Ello hace que tengamos unos personajes complejos que se ven reforzados por unas actuaciones poderosas (los jóvenes Jamie Bell y Danielle Macdonald han interiorizado a la perfección la fuerza y fragilidad de sus personajes), pero también un guion al que le falta fuerza dramática en el tercer acto con la resolución de la trama de Bryon y su grupo skinhead.
Si a Spike Lee se le criticó en Infiltrados en el KKKlan el excesivo subrayado de sus tesis y su visión de los supremacistas blancos, retratados como seres de encefalograma plano, Nattiv mide mejor sus mensajes y aborda el tema con madurez e inteligencia, ya que Skin no deja de ser la historia de un joven buscándose a sí mismo. El director deconstruye el discurso de odio del grupo para llegar a la conclusión de que las personas que son sometidas por él son en su mayoría huérfanos de personalidad frágil con una profunda crisis identitaria. Esa idea se plasma perfectamente en la primera conversación del nuevo recluta con Bryon, en la que se expone cómo la imperiosa necesidad de pertenencia a un grupo y el trato humano por parte de una falsa familia son el caldo de cultivo perfecto para que esas ideas calen hasta el fondo y conviertan en radicales a unos pobres desamparados.
Skin es predecible, tiene problemas de ritmo en su segundo acto y ciertos devaneos narrativos, pero la interpretación de Bell y sus múltiples lecturas hacen que merezca la pena asomarse a este turbio y desolador mundo.
Alejandro Gómez
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