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miércoles, abril 24, 2024
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El congreso ****

El congreso ****El congreso. Muy buena. ¿Quién engañó a Roger Rabbitt? siniestra y cruzada con A Scanner Darkly y Miyazaki.  

Hay varias películas en El congreso pero todas ellas forman una sola película. Es una de las muchas cosas sugerentes que contiene esta recomendable película de ciencia ficción que adapta la novela de Stanislaw Lem El congreso de Futurología, pero que cinematográficamente sigue las huellas de las fantasías paranoides de Phillip K. Dick recordando A Scanner Darkly y posteriormente evoluciona, con el paso al mundo de los dibujos animados como una versión siniestra e inquietantemente psicodélica de las claves de ¿Quién engañó a Roger Rabbitt? y culmina su paseo por la animación con una especie de homenaje a la poética visual de las fábulas dramáticas de Hayao Miyazaki. No son estos los únicos referentes de la película, porque está repleta de guiños y homenajes varios, no sólo al cine, sino también a otras artes, como el propio cómic,  con algún que otro personaje de Robert Crumb que de repente se convierte en una caricatura de John Wayne o Marilyn Monroe, o la pintura, con algo de espíritu daliniano en algunas de sus secuencias animadas, con Picasso paseándose entre sus criaturas animadas junto a un Frank Sinatra digno de las caricaturas de famosos de los dibujos animados de la Warner, Michael Jackson, Elizabeth Taylor como Cleopatra (o más bien Cleopatra como Elizabeth Taylor, para demostrar que la pérdida de identidad puede alcanzar también a las figuras históricas).  Podría aventurarse que, en plena coherencia con su tema central, la película encuentras en ese festival de guiños una forma de satirizar la percepción de la fama que tiene el propio espectador y la mitomanía, dos de los asuntos que aborda en su argumento. El festival de homenajes alcanza también al género de ciencia ficción, pero con pinceladas más finas y guiños más sutiles, como la secuencia de Robin ante el dirigible, que recuerda otra igual en Blade Runner, la secueencia de la Robin cabalgando la bomba que homenajea Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? de Stanley Kubrick, los cascos de los policías que recuerdan a los de los antidisturbios de Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), poco antes de que argumentalmente el guión nos lleve hasta el territorio más escabroso y siniestro de esa misma película abordando la nueva forma en que los espectadores podrán “consumir” a Robin…




Pero todo eso es sólo la epidermis de esta interesante propuesta que puede traducirse como una actualización de la historia de la caverna de Platón.  Arranca con un primer plano absolutamente demoledor de Robin Wright llorando mientras Harvey Keitel impone un tono casi autobiográfico al relato con una voz en off, introduciendo el fáustico pacto con ese diablo tan bien interpretado como sátira del productor hollywoodiense típico por Danny Huston. En sus primeros cuarenta minutos de metraje en imagen real, la película consigue atraparnos con una inquietante fábula sobre la pérdida de la humanidad donde el escaneado de actores por ordenador está abordado como una especie de violación del individuo y el reto y la amenaza de las nuevas tecnologías se perfila como la gran amenaza. Robin y sus hijos viven en un poético territorio fronterizo entre el pasado y el futuro, viviendo en un hangar y volando cometas junto a un aeropuerto, como si se resistieran a ser engullidos por el progreso. Esa imagen nostálgica que alcanza cualidad poética marca todo el progreso posterior de la trama, que al final acaba convirtiéndose en una pesadillesca fábula sobre la pérdida de la identidad y el reencuentro de la misma en nuestra propia naturaleza humana y nuestra capacidad para responder a los afectos. El desenlace es toda una consigna sobre cómo combatir el problema.

Lo malo es que tiene una parte final algo espesa a la que se le atraganta la reflexión filosófica hasta rozar la pedantería mientras entra en fase de homenaje a Miyazaki con ese vuelo de los enamorados y se le va un poco la pinza. El ligero y folclórico paseo por la mitología griega, por ejemplo, se lo podía haber ahorrado, y su sensualidad en ese fragmento resulta algo falsa. Da la sensación de que a esas alturas hay cierto regodeo del director y el guión, empiezan a gustarse demasiado a sí mismos y se apartan de los temas centrales del viaje que nos han propuesto.

A pesar de todo, es una buena propuesta de ciencia ficción, algo densa, a la que le sobran algunos minutos de metraje, pero que  en su conjunto es una grata sorpresa y consigue instalar en la cartelera una interesante reflexión sobre nuestro mundo y cómo estamos progresando hacia el futuro. Los lectores de ciencia ficción la disfrutarán sin duda mucho más que el resto.

Miguel Juan Payán

Miguel Juan Payan

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