Hace no mucho tiempo, los hermanos Weinstein eran una especie de pequeños diosecillos dentro del mercado del cine independiente americano. Bajo el sello Miramax y su filial, Dimension Films, dieron salida a películas que acabaron convirtiéndose en grandes éxitos de taquilla y de crítica, además de arrasar en más de una entrega de premios. Eran los años noventa y películas como Shakespeare in Love, El Indomable Will Hunting o El Paciente Inglés eran parte del pequeño estudio, que además sabía apañárselas para que la taquilla respondiese, no sólo con producciones indies, sino también con el cine de terror que Dimension llevaba a las salas, como la saga Scream.
Fueron los mejores momentos de un par de hermanos productores que hasta bien entrado el nuevo siglo eran los reyes del mercado independiente. Haced una lista, Gangs of New York, Chocolat, Master and Commander, Cold Mountain, Chicago o El Aviador, son solo algunos de los títulos que Miramax sacó al mercado y que funcionaron muy bien en taquilla y en las temporadas de premios.
Hay que decir, claro está, que lo de independientes era muy subjetivo, porque manejaban presupuestos de clase A, pero al margen de las majors, independientes del circuito principal de cine. Todo eso cambió cuando la empresa acabó por desaparecer y ser vendida, mientras los Weinstein pensaron que una nueva compañía tendría el mismo éxito que la anterior. Llaménlo crisis, mala suerte, mal momento o tiempo pasado. El caso es que desde entonces no sólo los premios parecen ignorarles, sino que salvo contadas excepciones, la taquilla también.
Aunque puede que con El Discurso del Rey esa tendencia cambie. O al menos se disimule un poco. Si Nine y El Lector fueron intentos fallidos de recuperar el prestigio perdido, este año la película protagonizada por Colin Firth y Geoffrey Rush intenta consolidar esa imagen de estudio al margen de los grandes, de calidad y prestigio. Y mimbres no le faltan para ser una de las películas de la temporada cuando comiencen a caer los premios de verdad.
Para quien desconozca la trama de la película, esta versa sobre la vida del rey Jorge VI, aquejado desde niño de un serio problema que le hacía tartamudear. Siendo una figura de carácter público su problema no pasaría de mera anécdota si no fuese porque tras renunciar al trono su hermano, tuvo que convertirse en monarca justo al inicio de la segunda guerra Mundial. Y en un momento así, los discursos radiofónicos de un dirigente podían dar alas o hundir a una nación. De ahí su intención de curarse de su problema, para lo que acaba acudiendo a un muy peculiar experto en la materia.
Una de las muchas virtudes de la película es el tono jocoso e irreverente en muchas ocasiones que toma. La presencia de Rush como el susodicho experto, un australiano que deseaba ser actor, que no comprende o no quiere comprender la etiqueta y la importancia de los títulos nobiliarios incluso en presencia del Rey de Inglaterra (brillante el momento en el que le dice a Jorge VI que en su consulta le llamará por su nombre. La reacción de Firth no tiene precio). Esta mezcla de comedia con drama de época, permite hacer mucho más llevadera la historia que en otras manos podría haberse convertido en un tostón muy serio.
De hecho, la mezcla de drama y comedia se intuye desde los primeros minutos, con dos secuencias que nos llevan de un lado al otro de la cancha para que nos vayamos habituando. La primera es ese discurso en Wembley que debe dar Firth cuando aún no es rey, mucho antes de la guerra, terrible, catastrófico. Dejando clara la impotencia de su personaje y de los que le rodean. La segunda es la supuesta cura que propone otro médico, con canicas en la boca… Simplemente demencial.
Si de algo peca en ese sentido la película es de que, pese al excelente ritmo, lo interesante de la trama y los personajes, el sentido del humor genial (ojo a las pruebas de actor del personaje de Rush), a veces el tono, como en muchas producciones británicas, se asemeja demasiado al teatro. Vamos que en vez de ver personas paseando por sus imágenes, son actores declamando. Y eso no le sienta bien. Acaba por restarle méritos a tan notable obra.
Pero claro, si una película de este estilo, basada en hechos reales, no tiene un reparto ajustado, nos encontramos con muchas papeletas de ver un telefilm al uso. Para eso, damas y caballeros, permítanme presentarle al más que probable ganador del Oscar al mejor actor de este año (si James Franco lo permite), Colin Firth. Su aproximación al personaje está tan llena de fuerza que no tiene precio. Desde los momentos íntimos con su esposa e hijas, a su trabajo con el logopeda, al magnífico discurso final que da título a la película, ver moverse y hablar (ojo a la versión original) al actor, es una de esas experiencias para las que el cine ha nacido. Brillante se queda corto.
Claro que Firth no está solo. A su lado el genial Geoffrey Rush, como contrapunto de un peculiar dúo, que a veces resulta cómico, y otras dramático. Aguantarle el plano al protagonista es complicado, robárselo como hace a veces el actor australiano, casi un milagro. No es el único. Helena Bonham-Carter, Timothy Spall, Michael Gambon, Guy Pearce o Derek Jacobi están sensacionales también y son un motivo más que suficiente para ver la película.
No importa si uno no soporta a la realeza o si la historia le importa bien poco. Para cualquier cinéfilo El Discurso del Rey es una de las citas obligadas de la cartelera del año. Seguro que además se lleva una sorpresa por ese sentido del humor tan peculiar y tan efectivo, que acompaña a una historia de amistad y superación emotiva y entretenida. Y que eleva a Colin Firth a la categoría de monstruo de la interpretación. Si es que antes no lo era.
Jesús Usero