El niño y la bestia. Buen cine de animación japonés con la fantasía como aliada.
La película tiene muchos de los elementos que nos han hecho pensar a muchos que la animación japonesa está por delante en lo referido a madurez a lo que nos ofrece la animación norteamericana, más pegada a la fórmula infalible, las secuelas, los remakes, el giro y recontragiro de otra vuelta de tuerca al viaje del héroe, los arquetipos de Jung y el análisis de los cuentos de Propp. Frente a todo ese empacho de fórmula, el anime japonés siempre nos propone puntos de vista y propuestas menos previsibles en su desarrollo. Es el caso de El niño y la bestia, de Mamoru Hosoda, director que tiene en su haber numerosos episodios de la serie Digimon (vale, lo confieso, siempre he sido y seré más de Digimon que de Pokemon), y los largometrajes La chica que saltaba a través del tiempo y Wolf Children (Los niños lobo). Si añadimos a ellas El niño y la bestia será más fácil entender por qué se ha calificado a Hosoda como el nuevo Hayao Miyazaki. No comparto esa comparación porque creo que Miyazaki sólo hay uno, y además me parece un artista difícil de emular.
Y porque además creo que Hosoda tiene talento sobrado como para que le dejemos hacer su propio camino sin colgarle etiqueta de heredero de nadie. Tiene una personalidad visual propia que si me apuran lo acerca más a las series de animación disparatadas, con la exageración del gesto en los personajes que lo distancia de la pincelada de elegancia contenida que suele aplicar Miyazaki a sus personajes. En Hosoda encontramos rasgos que nos remiten más a los estallidos y emocionales de los personajes más gamberros de la animación japonesa que se dejan arrastrar por una visceralidad extrema. Y eso es bueno. Cierto es no obstante que argumentalmente El niño y la bestia recuerda El viaje de Chihiro, pero en versión menos próxima a Alicia en el país de las maravillas y más cercana a El libro de la selva, que tan recientemente ha regresado a reinar en la cartelera con su nueva versión para la pantalla grande. Cuatro millones de espectadores en Japón valan a esta producción ya como la película más taquillera de su director, aunque en mi opinión esté ligeramente –muy ligeramente, cierto es- por debajo de La chica que saltaba a través del tiempo y Wolf Children.
Pero la historia del niño huérfano y la bestia del título presenta múltiples factores para engancharnos, siendo su mejor parte la que trata con el viaje del niño al mundo de las bestias y su estancia en el mismo ejerciendo como aprendiz de un personaje, la bestia del título, Kumasetsu, que es una montaña de pelos y humanidad. La relación de maestro-alumno o padre-hijo que se teje entre ambos, en ambas direcciones, aporta los mejores momentos de la película frente a su parte más floja, que es la que trata el encuentro con la chica y el desarrollo del personaje en el mundo de los humanos, más tópica y previsible, más víctima del melodrama y en último término más cercana a la resolución final de carácter apocalíptico un tanto forzada y algo repetitiva respecto a otros títulos de la animación japonesa. Aunque la idea de la ballena y el homenaje a Moby Dick lo aplaudo con ganas.
Miguel Juan Payán
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