Otro drama romántico basado en una novela de Nicholas Sparks. Y, como siempre y salvando contadas excepciones, otra película que cae en tópicos continuamente, que no tiene miga, cuya trama es reiterativa y al que un par de actores le pesan demasiado. El material original tampoco es que dé demasiado de sí. Hace apenas un par de semanas estrenábamos Lo Mejor de mí, también basada en una novela de Sparks, y si las fusionamos no tendríamos muchas diferencias entre una y otra. Amor imposible entre dos clases completamente distintas, el encuentro con el pasado, historia de amor en el pasado, personaje enfermo grave o similar, el amor supera todas las dificultades… lo de siempre. Si cogen cualquier novela de este autor y la ponen al trasluz, se darán cuenta de que las produce en serie…
Ese es el gran problema de una película que se esfuerza, que tiene buenas intenciones, pero a la que la historia y el guión le pesan como una losa, por mucho que el reparto, en algunos puntos, sea de lo más curioso. La película ha sido promocionada como el gran salto al estrellato de Scott Eastwood, el hijo del gran Clint Eastwood, con el que se da un cierto parecido físico, lógico, pero al que le faltan tablas. Y no es que Britt Robertson (que me parece preciosa), vaya a ganar un Oscar un día de estos, pero se lo merienda sin despeinarse (vean la escena del museo, por ejemplo). A veces parece que Eastwood está sólo para quitarse la camiseta de cuando en cuando…
Y más si ponemos cara a cara a estos niños con Alan Alda, motor de la historia y maestro de actores, que es lo mejor de la película de largo. Pero si encima el romance del pasado tiene a Jack Huston y Oona Chaplin, pues es más leña al fuego. Y si luego rondan nombres como Gloria Reuben, Lolita Davidovich, Kate Forbes o Melissa Benoist… pues eso. El ritmo se resiente, la historia de los jóvenes anda coja por sus protagonistas, la del pasado por la historia (niño “abandonado” por el camino incluido, otro clásico del autor) que abusa de tópicos y lugares comunes, resueltos de forma tópica y común.
El final es lo de menos, a los cinco minutos sabemos cómo va a terminar la película. Se agradece el sentido del humor (donde más cómodo se siente Eastwood, en plan campechano más listo que el hambre aunque sin estudios), pero el metraje de más de dos horas la convierte en un reto para cualquiera que no sea aficionado al género. Incluso si lo es, puede hacerse muy cuesta arriba por el exceso de lugares comunes y la sensación de haber visto la misma historia un centenar de veces. Los actores salvan los muebles, sí, pero no es suficiente y al final se convierte en otro romance del montón, de esos que echan los fines de semana en la tele a la hora de la siesta.
Jesús Usero
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