En la mente del asesino, entretenido reboot y precuela de las aventuras del detective Alex Cross creado por James Patterson.
El relanzamiento de las peripecias del experto en asesinos psicópatas del FBI Álex Cross que plantea En la mente del asesino, adaptando la novela Cross de James Patterson, me ha resultado tan entretenido y convincente como algunas de las anteriores adaptaciones de las historias de Patterson al cine protagonizadas por Morgan Freeman. Rejuvenecer al personaje central y llevarlo hacia el pasado, contar cómo empezó su carrera en la caza de asesinos psicópatas es una estrategia que ya se ha aplicado como norma en las franquicias hollywoodienses y también aquí ofrece las mismas oportunidades de renovación del paisaje sin renunciar al reclamo comercial de las adaptaciones anteriores. Es una manera de trabajar perfectamente lícita en un entorno industrial y considerando el cine como producto de evasión y entretenimiento servido al público con algo de arte pero en el fondo con la misma alma que califica a un restaurante de comida rápida o a una industria de producción de cualquier cosa en cadena.
Cada vez más el cine comercial se ahoga en este tipo de fórmulas de sobreexplotación. Sin embargo a En la mente del asesino no se le puede hacer reproche alguno por ser una maniobra comercial de carácter totalmente oportunista, porque en realidad funciona muy bien como producto de evasión, e incluso tiene varios asuntos interesantes a tener en cuenta.
El primero de ellos es la construcción de su historia trabajando con la idea de oposición y contrarios. Los primeros veinte minutos de proyección se nos antojan notablemente autocomplacientes con los personajes y situaciones, pero son sólo una preparación para lo que viene después. Y lo que viene después es lo habitual en la serie de historias policíacas con claves de intriga terrorífica que suele calificar a las novelas protagonizadas por Alex Cross: la extinción absoluta de toda esa autocomplacencia para zarandear la vida de los personajes brutalmente más o menos a la hora de metraje y meter la historia en una clave distinta, más de acción que de intriga. El tema de la contradicción es el motor de arranque de toda la historia: la persecución se continúa con una pausada (y bastante tópica) escena de ajedrez en la cárcel, la felicidad del protagonista se alterna con la presentación del villano, y dentro de ésta, la iglesia abandonada alberga una manifestación de extrema violencia con los combates de lucha callejera, de cuya sordidez pasamos al decorado lujoso con tonos blanquiazules de la escena siguiente. Ese juego con los decorados regresa al final de la película para la secuencia de enfrentamiento protagonista/antagonista en un decorado teatral de carácter monumental que es una ruina a punto de caerse en pedazos.
Junto a estas características, el director de este reboot con planteamiento de precuela, Rob Cohen, ha respetado escrupulosamente tanto el ritmo como las claves esenciales de planteamiento de la intriga en las películas anteriores de la franquicia, a saber: El coleccionista de amantes (Gary Fleder, 1997) y La hora de la araña (Lee Tamahori, 2001).
De manera que todo el almíbar vertido sobre trama y personajes en los primeros minutos de película se revela como una trampa de papel atrapamoscas que en su idílica perfección nos depara un último tramo de la historia más activo e interesante, que viene a ser la caza y el enfrentamiento con el asesino, hasta llegar a un final que claramente tiene la vocación de abrir la puerta a una posible franquicia.
De manera que esta historia ambientada en Detroit, antes de que Cross se incorpore al FBI, es un acertado entretenimiento en el marco del cine de acción, tocado con ese tono de tragedia tipo bestseller que caracteriza a las novelas del personajes, y vuelve a contar como elemento más interesante con su asesino, el verdugo, el monstruo de la historia, el Carnicero de Sligo, interpretado en un notable cambio de registro por Matthew Fox, que en mi opinión es lo mejor de la película.
Junto a todo eso y completando el puzzle, un papel de socio o compañero de fatigas que rellena sin esfuerzo pero con su solvencia habitual Edward Burns, unas cuantas escenas tópicas como varias de felicidad conyugal, consuelo de la niña llorona, madre abnegada y confesora de los pecados del hijo… Y en general un puzzle de tópicos “made in USA” que domestican la saga de Alex Cross alejándola de las aristas más cabronas de películas como El silencio de los corderos o Seven. Siempre ha sido así y lo mismo se repite en esta ocasión.
De manera que al terminar de ver esta película nos queda claro que tanto en las novelas de James Patterson como en las películas que las adaptan se mantiene esa especie de tono domesticado de talante conservador disfrazado de falso liberalismo según el cual el dialogante protagonista puede convertirse en un vengador siempre y cuando tenga claro que eso se le permite sólo en circunstancias extremas y siguiendo un bien común. Francamente, para eso prefiero el típico argumento estilo Harry el Sucio, John Wayne o Punisher, según el cual el que la hace la paga. Y la paga sangrientamente. Ojo por ojo y diente por diente. Sin cortinas de humo fariseas o disfraces liberales bienpensantes y buenrrollistas. Es algo que siempre me ha molestado del personaje de Alex Cross: el tipo acaba ejerciendo de vengador, pero encima va de progresista por la vida. Prefiero a Liam Neeson repartiendo leña sin dar explicaciones en cualquiera de las dos entregas de Venganza.
Por eso insisto en que lo más interesante es el villano, desde su primera aparición, que luchando contra todo el lastre de tópicos que acompaña el resto de la película, consigue sacar a flote el argumento y convertirlo en un digno espectáculo de evasión y entretenimiento.
Miguel Juan Payán
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