En otro país, cine de alma literaria con tres historias que son variantes de un mismo poema con vocación experimental.
Hong Sang-soo, uno de los directores más importantes del cine coreano al que los cinéfilos interesados en el cine de autor deberían seguirle la pista, hace de la trivialidad su mejor arma en esta película en la que los lectores más veteranos quizá coincidan conmigo en apreciar cierto eco lejano de algunas películas de Eric Rohmer, como La rodilla de Clara (1970) o Pauline en la playa (1983). En otro país contiene elementos que también nos remiten a la Nouvelle Vague y que de alguna manera mantienen alto el pabellón de un tipo de cine aparentemente sencillo y vacío de artificio en el que sin embargo se acumulan todo tipo de juegos con el espectador.
El primer juego es el de la historia de ficción dentro de la historia de ficción, dentro de la historia de ficción… una cadena narrativa que recuerda a las muñecas rusas Matrioska. Una joven guionista coreana decide escribir el guión de tres cortometrajes. La protagonista es siempre una mujer francesa, pero no la misma mujer francesa, lo que le permite a Isabelle Huppert lucirse dando vida a tres versiones distintas de la idealización de la mujer europea concebida por la libido del hombre coreano. Huppert, que en su juventud recordaba físicamente a una especie de Michelle Pfeiffer francesa, representa esa idealización con una especie de dignidad desde lo vulnerable que consigue seducirnos tan eficazmente como a sus pretendientes de ficción.
El segundo juego es el de los cruces entre estas tres historias habitadas por los mismos personajes (la muchacha del hostal, el socorrista, el matrimonio con la mujer embarazada) y los mismos objetos (el faro, el paraguas, la tienda del socorrista, las botellas de soju, el teléfono móvil…), que componen las piezas de un puzle en el que el director juega con los encuentros fortuitos repitiendo situaciones y diálogos en sus tres historias, que interpreta visualmente incorporando el zoom como una constante de la puntuación de sus variaciones, donde también hay sitio para gastar pequeñas bromas al espectador, como esa flecha del pavimento en la encrucijada a la que llegan las protagonistas de sus tres historias dentro de una misma historia.
El tercer juego es el de la falsa cotidianeidad y la falsa improvisación. Sus personajes parecen bolas de billar condenadas a chocar entre sí en un tapete dispuesto por el director con la apariencia de lo anodino donde un lugar y un paisaje vulgar y corriente tiene sin embargo esa parcela de belleza breve aportada por el mar, una especie de testigo mudo del repetido cruce de la protagonista con el socorrista, siempre con esa conversación sobre el faro en la que cada cual puede buscar el sentido que mejor le parezca apoyándose en ese tono onírico en el que se mueve todo el relato. Esa clave del sueño se materializa narrativamente en la segunda historia, donde los sueños de la protagonista abren una nueva ventana de ficción dentro de la ficción, completando esa construcción en la que el director quiere en todo momento, como ocurriera en alguna de las películas y directores de la Nouvelle Vague, que el espectador sea consciente de que está viendo una fábula filmada, como nos recuerda ese repetido uso del zoom que adquiere protagonismo total como último signo de puntuación utilizado en el relato en el último plano de la protagonista bajo el paraguas.
Recomendaciones: conviene recuperar algunas de las películas de Hong Sang-soo que han sido editadas en España en un cofre en versiones originales que incluye sus películas Turning Gate, Yeojaneun namjaui miraeda, Geuk jang jeon, Haebyeonui yeoin y Bam gua nat.
Miguel Juan Payán
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