Eyjafjallajökull o simplemente El Volcán, divertida comedia francesa de carretera.
La fluidez de su principio nos conquista para el resto del recorrido de esta comedia francesa especialmente recomendada para padres divorciados con complejo de culpa y que odien al cónyuge que dejaron atrás. Divertida desde el principio, con las fotos y el personaje del tío, viene a ser una especie de variante gamberra y disparatada de Mamá mía, sin música de Abba ni babas, dicho sea de paso, o por lo menos no tantas babas y moñadas como me temía. El juego con lo cotidiano, desde el aeropuerto colapsado la nube del volcán que interrumpe los vuelos, pasa de inmediato a ser una película de viaje, road movie al estilo galo que se nutre de la capacidad de generar situaciones cómicas de sus dos actores principales, especialmente ella, Valérie Bonneton, una actriz con cara de chiste, sonrisa deslumbrante, rostro sumido en el escepticismo. Podría considerarse una especie de homenaje chistoso a la comedia romántica clásica Dos en la carretera, pero posiblemente Stanley Donen discreparía amargamente de esta comparación, porque en esta la persecución de la risa se impone drásticamente sobre el mínimo atisbo de sentimentalismo y las emociones parecen estar domesticadas para ser sólo las convidadas de piedra de las sucesivas peripecias alocadas de esta pareja que no se traga pero tiene que hacer un viaje juntos.
La comedia no llega al nivel de las películas españolas que juegan en su misma liga y le ganarían por goleada en un tête a tête, pero no obstante está en la misma longitud de onda de propuestas españolas más hilarantes como La gran familia española u Ocho apellidos vascos. Lo que ocurre es que Francia no es España, lo suyo es distinto y su manera de reírse y provocar la risa también, así que bueno será buscarle parentesco en otro tipo de propuestas galas, algo por debajo de La cena de los idiotas o Intocables, ligeramente menos hilarante que Una maleta, dos maletas, tres maletas y Las locas aventuras de Rabbi Jacob, de Louis de Funes, pero en todo caso jugando en esa línea.
Hay un momento en el que parece que van a caer en las babas, justo después del accidente, pero afortunadamente mantienen el tipo, persisten en el tono vodevilesco, esquivando el principal riesgo de este tipo de historias: que no les dé por meter drama con calzador y por la puerta de atrás, algo que sin embargo debemos esperar y temer en el caso muy previsible de que alguna productora norteamericana decida rodar un remake estadounidense de la misma trama.
Hacia el final se percibe cierto agotamiento de la fórmula, principalmente porque no han introducido más personajes como el tío Roger, los dos amigos de la hija, el disparatado predicador con la parroquia ambulante, los hinchas del autobús, que ayudarían a mantener más variedad en la propuesta, pero como no dura mucho, resiste bien el ritmo y en el momento de empezar a agotarse, termina. Eso sí, le sobra la cancioncilla babas el final, al menos desde el punto de vista de un español como quien esto escribe. Quizá para los franceses eso resulte entrañable o divertido y a un servidor se le escapa la vena hilarante del asunto. Lo dudo, pero quizá.
Por cierto, no sólo huele a remake, sino también a final abierto para secuela.
Miguel Juan Payán
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