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viernes, mayo 3, 2024
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Geostorm **

Geostorm **Fallido ejercicio de cine catastrófico que no funciona en su fórmula de hibridación de géneros. Es curioso, pero no es la destrucción y el caos lo que verdaderamente destaca en la opera prima de Dean Devlin, productor y guionista habitual de ese amante de la pirotecnia y la demolición que es el director alemán Roland Emmerich. En su fórmula de hibridación de géneros, Geostorm no termina de funcionar ni como thriller político ni como cine de catástrofes, pero, por suerte, en su faceta de drama de supervivencia espacial consigue despegar debido a un empaque visual y estilo que recuerdan por momentos a Gravity, la oscarizada epopeya espacial de Alfonso Cuarón, o a la más reciente y reivindicable Life. La historia de Jake, un ingeniero de comunicaciones incorporado por un hierático Gerard Butler, y su viaje al espacio para arreglar un fallo en los satélites meteorológicos y evitar un cataclismo global, deja algunas escenas emocionantes y técnicamente muy cuidadas; dicho de otro modo: el film funciona mejor cuando la gravedad no hace acto de presencia.

Inexplicablemente, las escenas en las que el espectador deposita toda su confianza a la hora de comprar la entrada, las que deberían ser puro disfrute, devastación y derroche de efectos visuales de ultimísima generación, no están a la altura del holgado presupuesto de la película. Tras la primera y espectacular secuencia de Hong Kong, la recreación digital de Abu Dabi y sus edificios monocromáticos o el tsunami digital que asola la costa de Brasil dejan al descubierto las carencias técnicas de la película. Quizá sea esa escasez de medios lo que provoca que tenga que bucear en busca de nuevos lugares que explorar para el subgénero, y se termine encontrando con una forzada trama de intriga y conspiraciones políticas que rompe el ritmo de la película. No son sólo los abundantes deus ex machina y las disparatadas soluciones de guion (atentos a ese mensaje cifrado entre Jake y su hermano), sino que el personaje de Jim Sturgess, que soporta la mayor parte del peso de la narración en la Tierra, es más contrapunto humorístico que osadía y presencia. Por suerte, la agente del servicio secreto interpretada por Abbie Cornish despliega toda la determinación y carisma que Gerard Butler, perdido entre tanta pose espacial, no puede ejercer. De la misma manera, los cameos de Ed Harris o Andy García dejan algunas frases sonrojantes que refuerzan el tono de comedia involuntaria y que solo se explican por el suculento cheque recibido.




Ese es su principal problema: existe una grave disonancia en el tono. Devlin se toma excesivamente en serio la película y, además de entretener, procura mensajes de concienciación medioambiental o critica la política de discriminación racial de Donald Trump, con esa resolución del personaje mexicano que rompe clichés; en otros momentos, intenta recuperar el espíritu autoparódico y exagerado del género. No, no es San Andrés, pero esa parodia involuntaria de una de las escenas más recordadas de Interstellar, con la despedida entre el padre y la hija, o la disparatada persecución automovilística del clímax final, son retazos de la película que podría haber llegado a ser.

Definitivamente, a Devlin le falta la experiencia, los medios y los talentosos actores con los que suele contar Roland Emmerich; personajes creíbles y humanos con los que el espectador consigue empatizar, como Jake Gyllenhaal y Dennis Quaid en El día de mañana o Will Smith en Independence Day. Siguiendo la pista de sus precedentes, es evidente que esta película ya la hemos visto y mejor realizada. La geotormenta de Devlin se limita a llover sobre mojado y se conforma con ser una muestra más de cine catastrófico. En todos los sentidos.

Alejandro Gómez


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