Wim Wenders menor con buenas intenciones visuales pero devorada por su ambición.
Indiscutibles como actores James McAvoy, Alicia Vikander y Alexander Siddig, no cabe sino preguntarse por qué con ellos a bordo la última película de Wim Wenders no nos acaba de atrapar como otras de este mismo director. Imposible discutirle a Wenders sus planos. Su idea de cómo debe contarse una historia en imágenes. Pero nuevamente es víctima de su ambición por hacer una película más grande que los propios hechos que retrata. El fenómeno no es nuevo en el cine de este director crucial para entender el cine en la segunda mitad del siglo pasado pero que cada vez parece estar más lejos de sus obras maestras (El amigo americano, Relámpago sobre el agua, El estado de las cosas, París Texas, Cielo sobre Berlín, Tan lejos, tan cerca…). Le ocurre aquí como le ocurriera en Todo saldrá bien, pero por distintos motivos, que ya expuse en mi crítica de aquella en esta misma página, sigo pensando que la obra de Wim Wenders sigue aportando un necesario contenido de reflexión y aporte de cine más literario a la cartelera que puede no ser del todo comprendido por el público actual, pero sigue siendo interesante para completar la cartelera con opciones distintas a las dominantes en este periodo que estamos viviendo actualmente.
El problema es que Wenders intenta trabar aquí todo ese contenido que aspira a que tenga su cine con una trama que peca de obvia a pesar de sus pretendida –y a ratos pretenciosa- profundidad. Obvia porque la metáfora de los dos amantes enfrentados a sus retos, a sus “inmersiones” es tan tópica que resulta ingenua, y esa misma ingenuidad se contagia a su supuesto mensaje o intento de hacer reflexionar al espectador. Era más elaborado, en mi opinión, el juego de carácter más literario que nos propusiera el director en Todo saldrá bien, aunque obviamente en aquella el protagonismo masculino –James Franco- pierda en un duelo cara a cara con el trabajo más depurado de James McAvoy en este largometraje. El problema es que en toda la peripecia de éste en con la jihad brilla en lo visual mientras en lo argumental no tanto, por mucho que Wenders sirva esa parte de su trama con su talento visual respaldado por una fotografía que saca el máximo partido a la luz en los paisajes naturales y especialmente en África (ojo al trabajo de Benoît Debie, responsable de esa misma faceta creativa en Todo saldrá bien). Es lo visual lo que consigue sacar el máximo rendimiento a una propuesta que tropieza con un planteamiento de romance en el recuerdo y desde la distancia que no acaba de solidificarse en la pantalla, produciendo la sensación de que en realidad estamos asistiendo a dos películas paralelas, en las cuales m inclino por pensar que funciona mejor la parte de McAvoy que la de Vikander.
Se ha criticado que no hay química entre McCavoy y Vikander, y pienso que en realidad lo que ocurre es que no tienen espacio en el relato para desarrollar plenamente esa posible química, el arco de desarrollo de estos personajes en común queda limitado a esos flashbacks. No obstante encuentro atrevido y meritorio que Wim Wenders intente jugar esa baza a favor de explorar una alternativa a las historias románticas más convencionales, de manera que sus amantes queden privados de la química del encuentro más prolongado, viéndose obligados a vivir esa historia de amor por separado y en la ignorancia de cada uno sobre lo que pueda estar ocurriéndole al otro. ¿Es una manera de mirar el amor desde su naturaleza como ruptura e introducción del caos en la vida de los amantes? Entiendo que este planteamiento, esta “exigencia” puede atragantársele más al espectador de la versión cinematográfica que al lector de la novela de J.M. Ledgard en la que ésta se basa, porque obviamente el trabajo de recepción y disfrute del relato por parte de un lector no es el mismo que el de un espectador y precisamente por ello pienso que las necesidades del lenguaje cinematográfico en modo alguno deben quedar sujetas a la obligatoriedad de fidelidad absoluta a la fuente de inspiración literaria en que basa sus obras, pero sea como fuere, pienso que esta película puede ganar con un segundo visionado una vez que conocemos ya las reglas del juego que se nos propone, y sigue siendo cine interesante como ruptura de las estrategias más convencionales de narración que podemos encontrarnos en la oferta cinematográfica de nuestros días.
Miguel Juan Payán
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