Crítica de la película Kingsman: El Círculo de Oro
Potente secuela, divertida y llena de acción, que sin embargo no logra sorprender. Es una opción deliberada del equipo creativo de la película, Matthew Vaughn y su coguionista habitual, Jane Goldman, una opción sin duda inteligente. Dar a la audiencia aquello que en la primera parte funcionaba, aquello que más les gustó y que les hizo llenar las salas de cine la primera vez. A mayor escala, con más reparto, con más vistosidad y efectos visuales. Crecer en esa dirección. Pero dejando de lado algo que hizo la primera película distinta al resto. Era sorprendente. Nadie se la esperaba, nadie la imaginaba así, nadie creía que una escena como la de la Iglesia era posible. No era lo típico, ni siquiera en el tema de la sátira. Kingsman tomaba lo que ofrecía el cine de espías, especialmente la saga de James Bond, y lo retorcía para adaptarlo a un público moderno, dotándolo de un brillante sentido del humor gamberro, unos personajes pasados de vueltas y esperpénticos que se mofaban de los arquetipos del cine de espías, bastante sangre y un tono distinto también en lo visual, que empleaba para las escenas de acción el plano secuencia como no habíamos visto antes.
La película, como todos sabemos, funcionó en la taquilla y ha ido ganando seguidores con el paso del tiempo, hace apenas tres años que se estrenó, lo que nos ha llevado a una secuela, donde las apuestas suben, por supuesto. Se espera que repita al menos el éxito de su predecesora, o que lo supere si puede, y que además consiga contentar a los fans de aquella, los que la vieron en cine y los que no. Para ello repite el equipo creativo, Vaughn y Goldman, y gran parte del reparto, pero además cuenta con un presupuesto más holgado que permite viajar por medio mundo (en la ficción, obviamente) y mayores escenas de acción, por no mencionar de un reparto más amplio y con más rostros conocidos, sobre todo teniendo en cuenta que vamos a conocer a la contrapartida americana de los Kingsman, los Statesman, que en lugar de una sastrería tiene como tapadera una destilería de burbon en Kentucky. Y con todo eso además de repetir Colin Firth, Mark Strong, Sophie Cookson y, por supuesto, Taron Egerton, el protagonista, se suman los nombres de Julianne Moore, la villana, Channing Tatum, Pedro Pascal, Jeff Bridges, Michael Gambon, Halle Berry y un cameo de Elton John verdaderamente memorable.
La historia, por llamarla de algún modo, es aún más rocambolesca, rebuscada y ridícula que en la primera entrega. Y no, no es despectivo. Es un halago. Kingsman sabe que tiene que llevar la historia un paso más allá y pone en marcha el plan imposible de una villana aún más imposible. Un plan que en otra película sería un despropósito, pero que aquí sirve a la perfección al tono de la película, a sus personajes y a su estilo de acción. Es el plan perfecto, y así lo demuestra la aparición del presidente americano (Bruce Greenwood) y su jefa de gabinete (Emily Watson). Con la destrucción de los Kingsman, los que quedan deberán pedir ayuda a su contrapartida americana, para impedir nuevamente el fin del mundo tal y como lo conocemos. Con muchísimo sentido del humor, con mucha mala uva y varios detalles realmente interesantes, pero centrándose ante todo en los personajes de Egerton, Firth y Strong, y un poco en el de Pedro Pascal, el agente Whiskey de los Statesman. Son hombros más que sólidos sobre los que levantar la película, sin lugar a dudas.
Sobre todo el joven Egerton, la revelación de la película anterior, que demuestra de nuevo que le sobra carisma para ponerse en la piel de Eggsy y para protagonizar las eléctricas escenas de acción que se acumulan en la película, superlativas, extravagantes… Quizá le pesa el tema de la relación romántica del protagonista, por lo poco que aporta su pareja y por la falta de drama real en la misma. Y porque en determinados momentos ralentiza una trama que se va a los 140 minutos de duración, algo que era innecesario. Aporta humor a veces, pero no el suficiente, aunque resuelve interesantes dudas sobre los espías… Pero cuando lo vean, si han visto la primera película, verán que no tiene mucho sentido realmente, y que otro camino hubiese sido no sólo más interesante, sino más potente. Pero claro, ese protagonismo de Egerton y Firth, por ejemplo, limita la presencia en pantalla de otros actores. Lo de Bridges es un cameo, Tatum está desaprovechado (sobre todo en el tema acción) lo mismo que Berry. Hasta Elton John parece tener más peso en la trama que ellos (y varios chistes memorables). Sólo Pascal y Moore tienen tiempo real en pantalla para explotar su talento… y lo consiguen.
Sobre todo esa villana mezcla de ama de casa de los 50 y peligrosa psicópata. Contenida la mayor parte del tiempo, siniestra por su extrema delicadeza… Es como una madre a la que nadie querría cabrear, con perros robots incluidos. Se nota que Moore se lo pasa en grande. Como se notaba y se nota que Firth disfruta como un niño como Harry Hart. La película intenta hacer aún más espectaculares las escenas ya vistas en la primera, sobre todo el mítico plano secuencia de la iglesia, y a veces lo consigue, sobre todo en la espectacular batalla final. Pero no sorprende. No arriesga. La película juega a quedarse donde estaba, a dar lo mismo que la última vez aunque más grande, más ruidoso, más divertido a veces y más exagerado. Más dibujo animado si cabe. Pero no se quiere atrever a aportar algo distinto, a cambiar de tercio. A asombrar como en la primera entrega. No se da cuenta de que ese era su gran valor. No, no es mala película esta secuela. Es un espectacular viaje en montaña rusa que nos da entretenimiento sin frenos. Pero nos olvidaremos de ella mucho antes de olvidarnos de la primera parte.
Jesús Usero
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