Pierce Brosnan regresa al espionaje por todo lo alto. Aunque, en este caso, las poses elegantes del otrora James Bond queden ocultas por la veteranía de un agente amargado y carente del humor socarrón de 007.
La cara de póquer y una actitud retadora en todo momento son los elementos utilizados por Pierce Brosnan para encarnar a uno de los últimos héroes de la literatura estadounidense, el creado por Bill Granger para su saga de best sellers interpretada por November Man. Características que envuelven a un personaje demasiado granítico, y poco dado a la empatía.
Roger Donaldson es el responsable de esta adaptación de la novela There Are No Spies, en la que refleja los problemas interiores de un héroe con muchos puntos oscuros, y quien encuentra la redención de una manera un tanto forzada y artificiosa.
Ambientada en la Rusia de la era Putin, y en la Europa del Este posterior a la época soviética, la película sigue las aventura de un agente retirado de la CIA, que responde al nombre de Peter Devereaux; y quien regresa al servicio para salvar de la muerte a la mujer con la que tuvo una hija en el pasado. Sin embargo, en su vuelta al trabajo, el hombre es traicionado por sus superiores, y deberá enfrentarse a su antiguo pupilo: David Mason (Luke Bracey).
Donaldson narra la historia a dos bandas. Primero, la que corresponde a la realidad del papel de Brosnan: un hombre cansado de asesinar por los intereses gubernamentales, que quiere poner punto y final a su actividad como espía. Y por otro, se halla la relación con su antiguo alumno; el cual se ha convertido en una máquina de cumplir órdenes, aunque estas vayan en contra de cualquier moralidad o ética latente.
Entre estas tesituras, la historia discurre con una cierta agilidad, con escenas bien rodadas de persecuciones y descubrimientos sorpresivos. Sin embargo, el asunto queda un tanto embarrado por la imposibilidad del director para aportar la necesaria profundidad a los personajes que pueblan la trama. De los que solo el de de Devereaux puede considerarse medianamente trabajado.
Brosnan demuestra que es un actor con suficientes tablas como para hacer creíble incluso a un tipo tan pétreo como el que le ha caído en suerte, aunque en algunos de los aspectos más emocionales se perciba como un poco superado ante la ausencia de agarraderas dramáticas suficientemente definidas.
En esa indefinición del guion, Luke Bracey es quien se lleva la peor parte. Su papel es esquemático y previsible, aparte de que se mueve por impulsos imprecisos. Un terreno pantanoso en el que también se ve inmersa Olga Kurylenko, quien hace lo que puede para que no se noten demasiado las lagunas respecto a la historia que tiene que contar.
No obstante, y pese a todo, Donaldson logra mantener la tensión a través de un grupo de secuencias bien rodadas, con acción al más puro estilo de Hollywood. Sin embargo, la sensación de entretenimiento exhibe sus carencias ante una trama poco creíble y ligera en conspiraciones de etiqueta.
Jesús Martín
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