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jueves, abril 25, 2024
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La Disney se rie de si misma, y nosotros nos desencajamos la mandíbula

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Ya lo decía mi abuelita, que es muy sabia: Reírse de uno mismo es muy sano ejercicio. La Disney, que de abuelitas (y de caperucitas) sabe mucho, y consciente de que necesitaba quitarse esa imagen rancia que tan poco estaba gustando en los últimos años, decidió en 2007 reiventarse al más puro estilo Madonna y hacer un ejercicio de autocrítica, o quizá mejor: de autorrisa (o risoterapia).




Para ello, decidieron escoger todos los clichés desarrollados a lo largo de todas sus películas animadas, desorbitarlos y elevarlos a la máxima potencia y ponerse  así en absoluta evidencia. En este cuento de hadas campan a sus anchas damiselas que buscan enamorarse como si el alma se le fuera en ello, fornidos galanes sin una sola neurona en su cavidad occipital, animales parlanchines que se manejan muy bien como coros y/o comparsa y una mala maléfica con verruga en la narigota. Todo ello amenizado con las célebres canciones cuyo último acorde tiene como cadencia final el consabido beso de amor verdadero.

La diferencia radica en que aquí se alternan los tradicionales dibujos con lápiz y goma Rubber con la imagen real. Para esa compleja traslación, la Disney contó con la verdadera y absoluta estrella de este espectáculo: Amy Adams. La eterna secundaria (y nominada por la Academia en tres ocasiones) demuestra aquí que puede llevar el peso absoluto de una producción de envergadura sin despeinarse y ejerce con solera su papel de princesa Disney  utilizando la ironía y la sorna en cada uno de sus gestos, consiguiendo así llevarse al público de calle. Su nominación al Globo de Oro resultó más que merecida, aunque su no obtención es a mi parecer totalmente injusto (al igual que su triple derrota en los Oscar) dejando un claro sinsabor en todo aquel que valore un poco el buen hacer de un buen actor. Adams es una chica joven con un carisma que siempre alcanza cotas sobresalientes pero que por desconocimiento generalizado no obtiene los vítores merecidos.  Sin embargo, el tiempo – y los buenos papeles que presumiblemente vengan en su ayuda-  terminarán por darle a Amy el beneplácito que tanto se merece.

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La estrategia de autoparodia no termina aquí, puesto que en esta fábula los roles varían sustancialmente: la princesita en apuros se sabe cuidar muy bien solita y es la que dirige el cotarro y el caballero  se tiene que conformar con ser el florero de la función (un correcto aunque algo sosete Patrick Dempsey va como anillo al dedo para el papel). Amy se desenvuelve la mar de bien haciendo de la historia una descabellada parodia, realizando los consabidos números musicales cuando nadie se lo espera (o es que acaso nunca has sentido una especie de coitus interruptus cuando de repente te cortan la historia y los protagonista comienzan a echar gorgoritos cuando precisamente estaban en el súmmum de la acción?) y realizando reflexiones de pose hamletiana pero de contenido cien por cien posmoderno.

Si tenemos que achacar algo es que Susan Sarandon está desaprovechada y que no resulta del todo creíble en el papel de villana de la función. Sin embargo, aunque no sea esta una justificación objetiva, se debería romper una lanza a favor de Sarandon y exigir lo que muchas actrices maduras vienen reclamando desde hace años: papeles de altura acorde con sus colosales talentos. Hay vida más alla de Meryl Streep, y aunque sus credenciales están más que demostrados, sería de ley repartir el pastel más equitativamente, puesto que grandes como Glenn Close, Sally Field o Diane Keaton también tienen que cotizar para conseguir la ansiada jubilación digna.

Así que, dejando atrás este pequeño bache,  concluiré diciendo que Encantada es una oda al posmodernismo que lo celebra y se orgullece de vivir en él. Surge para avisarnos de que quizás nuestro cuento sea más artificial que los propios cuentos de hadas, y es que a nadie se le escapa que Encantada es una metáfora de una sociedad que ha caído en el mas triste nihilismo.

Pero tranquilos todos: la historia es divertida, Amy lo rompe, Alan Menken nos atosiga con sus fanfarrias sinfónicas y la otrora respetada Susan Sarandon corretea de aquí para allá con una manzana envenenada a punto de empodrecer. Teniendo todos estos ingredientes, realmente importa tener ideales en este mundo? Al carajo con ellos…dale al Play, maestro!

 

 

 

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