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miércoles, abril 24, 2024
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La forma del agua ★★★★ por AG

La forma del agua ★★★★ por AGGuillermo del Toro firma una historia romántica e ingenua que captura todos los tópicos de los cuentos de hadas, pero respaldada por un lenguaje visual brillante y superior al de sus anteriores trabajos.

En el magnífico prólogo submarino, una voz en off nos habla de una leyenda protagonizada por una mujer que fue despojada del poder de la palabra; de una solitaria princesa sin voz que vivía en una pequeña ciudad cercana a la costa y de un monstruo que trató de destruirlo todo. La calidez de las palabras del narrador adquiere tintes sombríos cuando los términos amor y pérdida hacen acto de presencia. Desde el mismo comienzo, el cineasta mexicano no podría ser más honesto: nos encontramos ante un cuento de hadas romántico, con sus defectos y virtudes. No tiene sentido criticar la estructura narrativa clásica, la visita a lugares comunes o los personajes tópicos porque todo eso forma parte de la esencia de este tipo de fábulas.




La historia de una misteriosa especie que es perseguida por el Gobierno para ser sometida a pruebas o utilizada como arma, pero que consigue encontrar refugio en los compasivos brazos de un ser humano, ha sido plasmada en multitud de ocasiones en la gran pantalla, desde películas en imagen real como E.T., el extraterrestre a la animación con El gigante de hierro. La forma del agua, más interesada en explorar el romanticismo y la sexualidad que en el proceso de forjar una impensable amistad, está más cerca de ser una especie de versión subida de tono del clásico La bella y la bestia, con la idea en mente de subvertir el concepto de monstruosidad y hacer justicia con la criatura de La mujer y el monstruo, imaginándole un destino en el que el amor le es correspondido. El elemento de la pérdida introducido en el prólogo hace imaginar que el halo trágico y la ruptura con la convencionalidad que tan presentes están en el resto de relatos gótico – fantásticos de Guillermo del Toro aparecerán de un momento a otro. Lo cierto es que hay momentos que alimentan esa esperanza, como la escena en la que se introduce la autosatisfacción sexual de la protagonista, que rompe con la pureza inherente a las princesas de este tipo de historias, la del encuentro de la criatura con un animal doméstico y su desenlace o la resolución de la subtrama romántica del personaje de Richard Jenkins, pero Del Toro tiene en mente otro tipo de película. La clave está en el clímax dramático, en el que el realizador mexicano tiene la oportunidad de elegir entre dos finales y termina optando por el más obvio y edulcorado, que se acerca más a los estándares de Hollywood y se aleja del estilo desarrollado en sus films latinoamericanos y europeos.

Esa falta de originalidad y valentía para llevar las relaciones emocionales hasta las últimas consecuencias es una de las razones de por qué la trama romántica no termina de funcionar, pero no es la única. La relación romántica entre Elisa y la criatura adolece de cierta falta de química y naturalidad debido a que Del Toro recurre a escenas excesivamente exageradas y aparatosas para plasmar la conexión emocional. No me refiero a escenas como la del musical, que tiene sentido dentro de las fantasías de la protagonista; ni siquiera a las numerosas visitas que Elisa, una simple conserje dentro del complejo, realiza a la cárcel de máxima seguridad donde esconden a la criatura. Hablo de otras que llevan los límites de la suspensión de la incredulidad del espectador a cotas más altas, como el momento de la inundación. No diré más para no caer en el peligroso territorio de los spoilers, pero para desatar el deseo romántico hace falta una sensibilidad especial y una conexión que puede surgir desde lo más sencillo: un cruce de miradas, un simple contacto o un sentimiento que expresas y otro que callas pero que, en tu interior, te mueres por liberar. En ese sentido, Call me by your name, la última película de Luca Guadagnino, tiene mucho que decir. Por todo eso, las diversas subtramas, como la protagonizada por Richard Jenkins o las de Michael Shannon y Michael Stuhlbarg, que se mueven en el territorio del thriller político y de espionaje, terminan resultando más interesantes que la principal. Es más, Michael Shannon saca adelante al antagonista de la función cuando el personaje del coronel Richard Strickland estaba destinado a naufragar en el tópico. Lo hace con un trabajo actoral de primer nivel, basándose en la mirada, los gestos y la pronunciación para demostrar la fuerza y la autoridad de su posición, pero también la fragilidad oculta y las dudas de su personaje. Un derroche de carisma que lo convierte en lo mejor de la película junto a Sally Hawkins. La intérprete de Elisa logra otorgarle alma a la protagonista con una interpretación complicada y delicada, en la que consigue expresar mediante gestos y miradas todo aquello que no logran alcanzar las palabras. Un personaje que por su simpatía e ingenuidad puede recordar al de Amélie (por si no fuera suficiente, el acordeón utilizado para la banda sonora por el compositor parisino Alexandre Desplat nos remite continuamente a ese ambiente francés), pero que se distancia de él principalmente por la manera en la que vive su sexualidad.

Si Del Toro hubiera pulido algunos detalles del guion seguramente estaríamos hablando de una película brillante, ya que a nivel de narrativa visual se sitúa entre las grandes del cineasta, no solo por el minucioso diseño de los escenarios, que mezcla lo retro, lo gótico y el steampunk, sino por un excelso trabajo de fotografía y dirección, con una cámara que en numerosas tomas largas da la sensación de que flota en el mar y se mueve arrastrada por la corriente. Se trata de una buena película, quizá la más clásica, romántica y optimista de su carrera. Seguramente sus seguidores renieguen de su academicismo, pero si el reconocimiento crítico y los numerosos premios que ha cosechado La forma del agua sirven para que su director empiece a tener la confianza de la industria y llevar a cabo sus proyectos, bienvenida sea.

Alejandro Gómez


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