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viernes, mayo 17, 2024
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La fría luz del día **

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La fría luz del día es una trama de espionaje con el nuevo Supermán, Henry Cavill, recorriendo las principales calles de Madrid.

La capital de España sirve como escenario a una trama de intriga que se pretende trepidante y se expresa con las continuas carreras del protagonista, Henry Cavill, perseguido por la Policía Nacional y agentes de distintos servicios secretos en una historia de conspiración algo tópica. Sigourney Weaver y Bruce Willis ejercen como rostros de orden secundario en una peripecia que cuenta también con la española Verónica Echegui como compañera de carreras del protagonista arriba y abajo por las calles de Madrid. El conjunto, para alguien que conozca la capital, puede resultar confuso en sus desplazamientos, pero no hay que ser cicateros ni retorcidos y conviene recordar que la película no es un reportaje sobre las calles de Madrid ni pretende divulgar intinerarios para turistas. Los desplazamientos de Cavill por esas calles estás sometidos a las licencias permitidas para contar una trama, sea cual sea su desarrollo, saltándose la realidad geográfica o los problemas de espacio propiamente dichos. Naturalmente para cualquiera que conozca Madrid algunos de los saltos que da el protagonista, por ejemplo desde los aledaños de la Plaza Mayor al Retiro, por poner un ejemplo, pueden resultar absurdos, pero estoy seguro de que no provocarían la misma suspicacia en los espectadores si la trama se estuviera desarrollando en Londres, París, Munich, Roma, Lisboa o cualquier otra capital europea cuyas calles no nos resulten tan familiares. De manera que ese es un problema de localismo nuestro como espectadores, no de la película. El director ha elegido las localizaciones que más le convenían para ambientar su historia y está en su perfecto derecho de hacer saltar a sus criaturas de ficción desde una punta a otra de la ciudad en el lapso de un segundo si eso le parece oportuno para mover a sus personajes.

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No es por tanto el problema de la verosimilitud de dichos desplazamientos o de los paisajes de Madrid lo que me plantea problemas en lo referido a esta producción, ni el hecho de que de repente los dos protagonistas aparezcan sentados en la estación de Metro de Pitis, circunstancias que para mi sorpresa ha provocado algunas carcajadas entre mis compañeros de distintos medios de comunicación durante el pase de prensa. No se me alcanza el motivo de tal hilaridad, porque la estación de Pitis no me parece especialmente desternillante por sí misma, sino otros asuntos. En todo caso, me llama la atención lo poco que marca la trama el hecho de que se desarrolle en Madrid, hasta el punto de que la historia que se nos cuenta bien podría haber tenido lugar en cualquier otro sitio sin que por ello cambiara en absoluto. Así las cosas, entiendo que la presencia de Madrid es totalmente anecdótica para el relato, y considerando las claves del cine de intriga, policíaco o de espionaje, como en el caso que nos ocupa, creo que toda historia queda reforzada si los paisajes son un protagonista más de la trama. No ocurre así en este caso y me parece una lástima. Tendremos que esperar otra ocasión para que algún director se decida a sacarle el jugo cinematográfico que merece a esta ciudad, más allá de llevarnos de paseo a la carrera por algunos de los lugares más o menos emblemáticos de la capital.

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Pero al margen de lo que podríamos calificar como capricho geográfico, creo que hemos de tener en cuenta que esta producción llega después de que este mismo año nos hayan puesto en la cartelera otra película del mismo género más acertada y con más personalidad, Indomable, y cuando el cine de espionaje ha quedado inevitablemente marcado, en positivo, por los aciertos de la saga de Jason Bourne. Quizá intentando seguir la pista de ésta última el director se ha empeñado en montar una carrera de obstáculos para su protagonista, que a ratos está como atrapado entre la sombra de Harrison Ford en El fugitivo o Frenético, cuando no sometido a una comparación aún menos ventajosa si cabe, que es la que nos recuerda las peripecias de Liam Neeson en películas como Venganza o Sin identidad. Entiendo que sometido a todos estos antecedentes, el director de La fría luz del día juega con cierta desventaja, porque si bien veo la película muy preocupada por desplegar secuencias de acción, amontonando momento trepidante tras momento trepidante, sin hacer el oportuno desarrollo paralelo de personajes e historia, no es menos cierto que La fría luz del día tiene unos planteamientos más propios de épocas anteriores a todos los referentes citados.

Eso sí, hay algunos temas en los que no funciona ni ahora ni habría funcionado en los setenta u ochenta. Por ejemplo en las secuencias de combate físico, donde, como es habitual en estos tiempos, no vemos nada. Y más concretamente en la pelea por la noche al borde de la playa, en la que todo son sombras. Además creo que conviene verla en versión original, porque el doblaje no le hace ningún favor a algunos diálogos que hacen gala en determinados momentos de una pasmosa ingenuidad.

Por lo demás, hay acción, disparos, persecuciones, y resulta moderadamente entretenida, aunque no consiga sorprendernos.

Miguel Juan Payán

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