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viernes, abril 26, 2024
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La gran estafa americana *****

La gran estafa americana *****La gran estafa americana, una de las mejores películas del año. Gran reparto y excelente dirección.

Después de asistir al laborioso acomodo del peluquín del personaje interpretado por Christian Bale, las frases contundentes que nos revelan el verdadero argumento de la película empiezan a acumularse en los diálogos, que son más bien monólogos de los protagonistas confesándose a las orejas del espectador. “Todos nos engañamos de una manera u otra para salir del paso” es la más significativa, porque define la manera en que va a tratar la película al espectador, exactamente igual que los protagonistas tratan a sus víctimas: seduciendo, engañando, despistando… Queda claro desde el principio, con la “huida” del personaje de Adams después de que el personaje de Bale le confiese a qué se dedica. Somos engañados y confundidos como el propio personaje de Bale. Se repite con el personaje de Cooper y la historia aplazada de la pesca en el hielo. Para ello empiezan a desfilar por la historia una serie de personajes en una clave narrativa que me ha recordado el desfile de personajes inicial de Uno de los nuestros, voces en off incluidas. Salvo que en esta ocasión el tema central de la historia es una historia de amor metida en el epicentro de una historia de crímenes y estafas. La protagonista, una brillante Amy Adams, mi favorita perfecta para conseguir el Oscar este año, nos avisa: “La clave de la gente es lo que creen y lo que quieren creer”. Y así se cierra la trampa sobre el espectador. Estamos irremediablemente atrapados en la historia de esta pareja que de paso va a servir para hablarnos de cómo nos engañamos a nosotros mismos mostrándonos cómo se engañan ellos y cómo engañan a sus víctimas, en un mundo que, como afirma el pícaro interpretado por Bale, “no es blanco ni negro, es extremadamente gris”.




El primer punto a favor de la película es un reparto notable en el que junto a Christian Bale –crean lo que les digo, lo mejor de su interpretación no es la transformación física que presenta el protagonista de Batman, sino precisamente el hecho de que sea capaz de sobresalir como actor bajo esa especie de disfraz con peluquín y sobrepeso que se ha fabricado para dar vida a este personaje-, y Amy Adams, brillan igualmente Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Jeremy Renner, y en una aparición estelar fugaz pero demoledora, Robert De Niro.  Difícil encontrar en la cartelera reciente féminas más seductoras que Amy Adams y Jennifer Lawrence, uno de los duelos interpretativos sobre los que se asienta la película. Dicho sea de paso, creo que el Oscar a la mejor actriz de reparto también debería quedarse en esta película y en manos de Jennifer Lawrence. El otro duelo es el que mantienen Bale y Cooper, igualmente notable. Me gusta mucho cómo maneja y resuelve los distintos puntos de vista sobre la trama que tiene el triángulo formado por los personajes de Bale, Adams y Cooper, al que acaba añadiéndose ese cuatro personaje en discordia que interpreta Jennifer Lawrence. Hay una escena que expone a la perfección el método aplicado para manejar esa especie de billar a cuatro bandas a que se aplica el director durante toda la película. Me refiero a la transición entre la escena de Adams y Cooper en el retrete de la discoteca y la fiesta protagonizada por Renner y Bale. Explica los distintos mundos por los que se desplazan los protagonistas, con la cámara “bailando” en torno a los personajes constantemente. Es ese uso de la cámara el que hace que La gran estafa americana me guste incluso más que El lobo de Washington, teniendo ambas en común ese tema central de la estafa y el engaño. Scorsese, en perfecta coherencia con el personaje que está retratando, sumido en una orgía casi permanente de drogas, éxito y dinero, aplica el montaje como mecanismo para marca el ritmo de su relato, un montaje frenético que nos deja exhaustos. Por su parte, en La gran estafa americana, David O. Russell elige otro camino porque cuenta otro tipo de historia, aunque comparta de algún modo tema con la película de Scorsese y como en el caso de aquella trabaje de manera brillante la música como clave emotiva de su relato. He dicho ya que el epicentro de la película es una historia de amor que se complica en una especie de guión-rompecabezas con distintas tramas superpuestas (la estafa, los corruptos, el triángulo sentimental, la neurótica esposa abandonada…). Así que para guiarnos en esa especie de laberinto repleto de personajes y jugar a seducirnos y engañarnos como sus personajes seducen y engañan, David O. Russell sustituye el trabajo de montaje trepidante de Scorsese por un juego con la cámara en movimiento que es casi un ballet con los actores, tan seductor y engañoso como el propio guión, que consigue interesarnos tanto como al personaje de Bradley Cooper por esa historia de la pesca en el hielo que le cuenta su jefe en el FBI… y de la que una y otra vez se nos niega el desenlace, la moraleja del relato. Añadan un tratamiento de la fotografía que nos sitúa perfectamente en los años setenta en que se desarrolla la historia, incluso más que los peinados y el vestuario, o esa escena de besos y celos en el aeropuerto que tiene algo del cine romántico setentero francés, incluyendo una de esas frases capaces de resumir todo un personaje, en este caso el de Amy Adams: “No eres nada para mí hasta que lo seas todo”.

La película establece además definitivamente el homenaje al cine de los años setenta que caracteriza el cine del director en sus dos trabajos anteriores, The Fighter, El lado bueno de las cosas: el homenaje al cine de los setenta a través de dos de sus películas más taquilleras y dos de sus personajes más significativos por lo que se refiere a las inquietudes y características de sus personajes, siempre gente que intenta reinventarse a sí mismos. En The Fighter el guiño a Rocky es obvio. En El lado bueno de las cosas ocurre lo mismo en lo referido al guiño referido a Fiebre del sábado noche, que se repite aquí en ese apunte del personaje de Cooper en su casa, con su madre y su “prometida”, con los rulos de la permanente puestos –recuerden la obsesión del personaje de Travolta por su peinado en la película de John Badham-, o en su paseo mañanero cuando va a hablar con el personaje de Amy Adams, sujetándose las solapas de la chaqueta con el mismo gesto de Travolta en Fiebre del sábado noche. El agente Richie DiMaso tiene mucho en común en su afán por salir del gueto y conseguir el éxito con el personaje de Travolta, del que es una variante extrema, inmoral y un punto perversa. En cuanto a al personaje de Bale en algunos planos es casi como una variante extrema del infiltrado  que interpretara Al Pacino en Sérpico, otro clásico del mejor cine de los años setenta.

El director maneja con pericia y habilidad de titiritero audaz todos estos temas y personajes hasta llevarnos al cruce definitivo entre la trama de la estafa y la trama romántica: el encuentro de todos los personajes en la fiesta que se organiza para el jeque. A partir de ahí la trama se acelera, adquiere un ritmo distinto cuando el juego de picaresca y engaño de los tres protagonistas adquiere un tinte mucho más peligroso.

Miguel Juan Payán

©accioncine

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