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La leyenda del Samurái. 47 Ronin ★★★

La leyenda del Samurái. 47 Ronin ★★★

Crítica de la película La leyenda del Samurái: 47 Ronin

La leyenda del samurái. 47 ronin. Entretenida fábula de espada y brujería, eficaz cine de evasión.

Me ha gustado más que El llanero solitario. Me ha gustado más que aquella absurda revisión de los clásicos del cine de artes marciales producidos por Shaw Brothers que dio en titularse El hombre de los puños de hierro. Y para ser sincero, me lo he pasado mucho mejor que viendo El último samurái. Por otro lado, es cierto que no alcanza, ni de lejos, a otras muestras esenciales recientes del cine de samuráis producidas en Japón, auténticas joyas de las que está muy lejos. Me refiero a Zatoichi, dirigida por Takeshi Kitano y 13 asesinos y Hara-Kiri: muerte de un samurái, ambas dirigidas por Takashi Miike. Con El llanero solitario tiene en común ese intento desesperado de crear espectáculo visual para ganarse el éxito en la taquilla que sufre el cine estadounidense de presupuestos más abultados. He leído cifras de presupuesto de La leyenda del samurái que van de los 175 a los 225 millones de dólares. Mucha inversión para no intentar jugar sobre seguro. Así es como entran en este baile las brujas, los dragones y la inconografía visual de gran despliegue de efectos visuales y espectáculo circense que amenaza con comerse a los personajes, el conflicto, la trama, el guión, devorándolo casi todo en beneficio de los simples fuegos artificiales. Y la copia de lo que ya ha funcionado antes, claro. Esa copia es lo que incorpora a la película influencias, apuntes o referencias de 300, Gladiator y El señor de los anillos. Pero presumo que en este tema, los árboles no les dejan ver el bosque a algunos críticos y espectadores. Lo cierto es que la película es mucho más coherente y tiene las cosas más claras de lo que nunca las tuvo El llanero solitario, que no sabía si quedarse a pares o nones, si ser comedia o ir en serio. Creo que La leyenda del samurái tiene las cosas más claras en cuanto a su tono, o dicho de otro modo, despista mucho menos al espectador en general. Está claramente afincada en el territorio del género de espada y brujería, esto es, más cerca de las historias de Conan el Bárbaro que de una reconstrucción sería de la leyenda de los 47 ronin. Y eso me lleva a trazar su parentesco con El hombre de los puños de hierro y explicar por qué creo que es mejor que aquella. Comparte con esa otra película su intento de explotar y trasladar fórmulas de las historias de caballería de oriente a occidente. Ardua tarea, especialmente si cae en manos de alguien que no pertenece a esas culturas e inevitablemente va a convertir todo eso en un pastiche, puro tópico, visita a todas las claves más superficiales del asunto. Pero en ese ejercicio, El hombre de los puños de hierro se limitaba a amontonar estereotipos sin gracia ni ritmo narrativo, desperdiciando sus mejores bazas y metiendo con calzador a un protagonista negro interpretado por el rapero Rza, director y actor principal, que no pintaba nada en la historia y era sistemáticamente devorado sin pestañear por el personaje secundario interpretado por Russell Crowe, francamente lo único que merecía la pena salvarse de aquel despropósito. La leyenda del samurái se enfrenta también a esa imposición de reforzar la presencia de Keanu Reeves en el relato, pero al menos tiene la decencia de mantener el protagonismo del personaje interpretado por Hiroyuki Sanada en el papel de Oishi, y aunque meta con calzador al personaje que encarna Reeves, Kai, su presencia en el relato no se convierte en un lastre, como sí ocurriera con la subtrama tipo Django desencadenado que se marcó Rza en El hombre de los puños de hierro. Con Oishi al frente del relato, la película mejora bastante y hasta se acerca más al trasfondo japonés de la trama de lo que nunca consiguió acercarse El último samurái. Lo cual me lleva a completar este comentario en clave de comparación aclarando que si me ha gustado más La leyenda del samurái que las aventuras de Tom Cruise en Japón no es porque crea que sea mejor película, sino porque se me antoja más descarada, más friqui y más gamberra que aquella a la hora de entrar a saco en una cultura ajena. De hecho, desde el punto de vista meramente cinematográfico, creo que es mejor El último samurái, porque si El hombre de los puños de hierro era claramente tributaria del videoclip musical más ramplón, La leyenda del samurái es visualmente heredera del videojuego más epiléptico en muchas de sus imágenes. Así que en lo referido a narración cinematográfica, está por encima El último samurái. Lo que ocurre es que aquella de Tom Cruise pretendía algo imposible, como es venderse en clave de homenaje a las tradiciones y cultura japonesas desde la americanización del argumento y protagonista, y le salió lo mismo que a John Huston cuando enganchó a John Wayne para rodar El bárbaro y la Geisha: un quiero y no puedo etnocentrista, racista y chovinista. ¡Pero de buen rollo, eh! En plan: mira los japonesitos, qué majos ellos con sus espadas y sus kimonos coloristas y tal, y tal, y tal. Por el contrario, La leyenda del samurái decide entrar a saco en una de las tramas fundacionales del espíritu de sacrificio japonés, los 47 ronin, adaptada al cine en numerosas ocasiones, y se la pasa por la piedra con singular impudicia para convertirla en el pretexto de una peripecia de espada y brujería propia de las narraciones pulp y la literatura de quiosco, digna heredera de los seriales de Fu-Manchú y las películas de serie B que veíamos en programa doble y sesión continua. Y desde esa caradura que se gasta, nos vende uno de los espectáculos más trepidantes y entretenidos que hemos podido ver en el cine este año. Algunos quizá no le perdonarán que siendo tan descaradamente serie B tenga presupuesto de serie A, pero esa es la lacra del cine de evasión de nuestros días, amigos, y La leyenda del samurái no es la primera película norteamericana que transita por esa contradicción de contar con personajes y argumentos de serie B camuflados como producción de serie A. Así que, vale, es cierto: La leyenda del samurái no es una adaptación respetuosa, ni histórica, ni siquiera digna de la historia de los 47 ronin. Observen que sólo al principio le he puesto ese apellido que no merece, 47 ronin. Secuestra y viola con enorme desvergüenza la trama de los 47 guerreros que vengan a su señor, para conocer y disfrutar la cual recomiendo cualquiera de las otras películas que le ha dedicado el cine japonés, especialmente La venganza de los cuarenta y siete samuráis, dirigida por Kenji Mizoguchi en 1941 atendiendo a una petición del gobierno militarista nipón para fabricar una película de propaganda patriótica en el escenario de la Segunda Guerra mundial. O si prefieren algo menos vinculado a la propaganda bélica, pueden probar con Chûsingura (1958), de Kunio Watanabe, que saca el máximo partido al color y el gran formato de pantalla y es cinematográficamente mucho más épica que La leyenda del samurái, lo mismo que 47 ronin, dirigida por Hiroshi Inagaki en 1962.

Entiendo que los japoneses puedan pensar que les han entrado a robar en casa, con alevosía y nocturnidad, para llevarse un monumento esencial de su cultura que es equivalente a la ressistencia en El Álamo para los tejanos, el 2 de mayo para los españoles o la resistencia de los 300 espartanos en las Termópilas para toda la cultura occidental. Pero entiendo menos que haya tantos no japoneses rasgándose las vestiduras por este acto de latrocinio tan divertido y desvergonzado. Sospecho que muchos japoneses no se sienten tan indignados como algunos gaijin simpatizantes de la cultura nipona que reaccionan ante esta película como si hubieran pillado a su parienta fornicándose a Keanu Reeves en el futón que compraron en Ikea después de mearse en la ración de sushi que habían comprado para celebrar su aniversario de boda (por cierto, incautos gaijin, aunque suene a algo japonés, Ikea es una empresa sueca y el sushi nació en China, así que tampoco nos pongamos tremendistas). Imagino que muchos japoneses pueden sentirse indignados con toda la razón, pero imagino también que muchos otros japoneses se lo tomarán a cachondeo o entre el estupor y la sonrisa, como cuando los españoles vimos a Frank Sinatra interpretando a un guerrillero de la Guerra de la Independencia contra los franceses en Orgullo y pasión, a Peter O´Toole interpretando el papel de Don Quijote en El hombre de La Mancha o a Charlton Heston dando vida a Rodrigo Díaz de Vivar en El Cid… tres películas que, dicho sea de paso, compartían un poderoso imán para que nuestra sangre española empezara a hervir y nos olvidáramos de los furores patrióticos mientras la libido se desbordaba desde nuestras córneas cuando mirábamos a Sofía Loren interpretando a una paisana guerrillera, a Dulcinea del Toboso o a Doña Jimena.

Creo que ante La leyenda del samurái toca no ser más papista que el Papa o más japonés que los japoneses (especialmente si eres un gaijin gafapasta), y entregarse con sumo cachondeo simplemente al disfrute de una de las películas más espectaculares y friquis que se asomado a la cartelera este año. Vayan verla como lo que es: una gamberrada de entre 175 y 225 millones de dólares que sólo se le puede ocurrir y puede permitirse la industria del cine estadounidense.

Miguel Juan Payán

©accioncine

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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