Inquietante propuesta de terror cruzada con tema social y visualmente bien resuelta.
Interesante por cuanto aborda el tema de la sexofobia, un elemento habitual en el género de terror, desde un punto y con un despliegue visual que atrapa al espectador y lo envuelve en su puesta en escena desde el primer fotograma. Eso sí, nadie espere sustos gratuitos ni casquería. Nadie espere el terror adolescente habitual. La película que nos aborda pertenece a una corriente de abordaje del género de terror más decantado hacia la intriga, y con momentos particularmente perturbadores como los relacionados con el bebé, que se sujetan a lo cotidiano para producir la inquietud en el espectador. En ese sentido Thelma hace un camino narrativo que la sitúa entre Repulsión de Roman Polanski y Cisne negro de Aronofsky, y si le buscáramos parentesco a su planteamiento de ritmo aviso que estaría más cerca de La bruja, de Robert Eggers, aunque personalmente la película que más me ha recordado es Carrie, de Brian De Palma, de la que viene a ser una especie de versión más sobria de argumento muy similar. En este mapa de títulos que he trazado para intentar darle algunas pistas al espectador de lo que puede encontrarse cuando acuda a verla al cine, Thelma no llega a ser tan buena como Cisne negro, se queda un poco por debajo de Repulsión, pero claramente creo que juega sus cartas mejor que La bruja, y por otra parte insisto en que frente a la variante espectacular y más festiva de Carrie, propone una aproximación al tema de la represión sexual relacionada con manifestaciones paranormales y obsesión religiosa que me atrae más por su sobriedad y por ser más resolutiva en momentos clave, como ese arranque inquietante con el paisaje como tercer personaje de la secuencia de apertura que siembra la intriga en el espectador desde el principio, por la manera tan eficaz en la que maneja sus flashback para aportar información que no sólo no lastra el relato principal, sino que lo complementa y añade al mismo más inquietud. El pasado está perfectamente vinculado con el presente del relato. Además Anya Taylor-Joy defiende muy bien su personaje, llevándolo desde los primeros compases de falsa normalidad hasta momentos clave de tensión en los que se va revelando la verdadera naturaleza del relato que nos están contando.
Me parece interesante también cómo el director se arriesga en el ecuador de su película a zambullir plenamente al espectador en la trama sometiéndolo a un bombardeo visual de luces parpadeantes realmente molesto para los ojos de su audiencia y que por otra parte no recomiendo a quienes tengan problemas de fotosensiblidad. Es una manera curiosa de trabajar el efectismo visual que suele caracterizar el género de terror en el cine y que por otro lado contrasta poderosamente con el tono en general más comedido y sobrio de su propuesta.
Me gusta también esa falsa sensación de finales acomodados y supuestamente “felices” astutamente acompañada por el comentario visual: la pincelada de plano cenital al principio y el final de la peripecia de la protagonista es mucho más inquietante como conclusión por lo que expone de vulnerabilidad de lo humano frente a eso otredad con carácter sobrenatural que nos rodea y ante la que aparecemos como poco más que hormigas títeres.
Miguel Juan Payán
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