Daniel Radcliffe regresa a la gran pantalla con una excelente película de terror gótico. Hacía mucho tiempo que una película no me producía el desasosiego y la sensación de escalofrío que me produjo La Mujer de Negro, y no porque me asustasen cada cinco minutos, que también, sino porque aprovecha factores, sensaciones, nociones de cine de terror quizá desfasados para el gran público, pero que a servidor le siguen poniendo los vellos de punta. La sensación de peligro, de miedo, de terror que puede provocar la ambientación, la puesta en escena… No hay gore, no hay casi golpes de efecto, no hay música estridente. El miedo aquí se produce por lo que puede suceder, no por lo que sucede.
La Hammer, la mítica productora de cine que hizo furor en los años cincuenta y sesenta sobre todo, regresa a la producción de forma más o menos regular. Desde hace dos años su vuelta se ha ido preparando con productos como Déjame Entrar, La Víctima Perfecta y ahora La Mujer de Negro, donde han sabido contar con la presencia de una joven estrella como Daniel Radcliffe para protagonizar la película que ya ha sido un moderado éxito de taquilla en USA y que puede convertirse en un buen comienzo para la productora. El actor también ha sabido elegir el género, el terror, un medio que si bien últimamente anda escaso de grandes taquillazos, pero que gracias a sus moderados costes de producción y a la sólida base de fans que tiene, muy mal tienen que salir las cosas como para que se considere un fracaso la primera película de Radcliffe fuera de la saga de Harry Potter. Así que todos ganan en esta ecuación. Lo curioso es que los espectadores también salen ganando del invento.
La trama adapta la novela de Susan Hill de 1983, que ha sido convertida en obra de teatro de enorme éxito en Londres, además de un serial radiofónico y una tv movie. Un joven abogado, padre de un hijo pequeño que vio morir a su mujer en el parto y que vive atormentado por ello, recibe un encargo de revisar los papeles de una anciana recién fallecida. Para ello se desplaza a la campiña y debe visitar la casa de la mujer, un lugar tétrico y lleno de misterios, alejado del pueblo, donde una terrible maldición hace que los niños mueran en trágicas circunstancias. Cuando la mansión revele sus peculiares secretos, una presencia maligna acompañará al abogado. Sin que nada parezca poder detenerla.
Sería injusto no destacar la interpretación de Daniel Radcliffe en la piel del abogado que se ve envuelto en una trama sobrenatural que le supera a todas luces, en un papel tan alejado de Harry Potter como le ha sido posible encontrar, con un personaje torturado que bien podría haberse dado al exceso, pero que el actor maneja con precisión por el camino de la sutileza, desde el hombre gris, bebedor y tormentoso del inicio, que parece no sentir nada, que parece un muerto viviente, al que poco a poco descubre el horror de una maldición y una terrible tragedia y va recuperando la vida para enfrentarse a ello. Sabe echarse la película a hombros sin problemas, lejos de los repartos espectaculares de la saga que le ha dado fama. Aquí le acompañan actores de la talla de Ciaran Hinds, enorme como siempre, o Janet McTeer, pero él solito se las apaña bastante bien, sobre todo en los momentos en los que debe defender el panteón a solas en la casa encantada.
El director de Eden Lake, James Watkins, sabe muy bien cómo tomar esa base de contar con un buen reparto y una buena historia y elevarlo por encima de la media con una puesta en escena y una imaginería visual que consiguen convertir la película en una auténtica pesadilla. El aire de relato gótico se mezcla con la serie B, pero dejando imágenes portentosas en la memoria de quien ve la película, como ese camino a la mansión que queda cubierto por la marea, los fantasmas de los niños muertos observando desde el bosque o esa sombra que aparece junto a la cara de Radcliffe en una ventana y que nosotros vemos, pero el personaje no.
Hay golpes de efecto, sustos fáciles y baratos, sí, pero no son los más. Lo habitual es que los paseos por la mansión sean una auténtica pesadilla de luces que desaparecen, sombras que se cruzan y el rostro de una mujer de negro en la ventana. El sonido no es tan efectista como de costumbre y el director parece más interesado en crear tensión, en dar miedo, que en asustarnos. La trama maneja bien esas claves con sencillez, casi demasiada sencillez, y lo que sucede no chirría nunca. Las continuas visitas a la casa tienen una explicación, y si Radcliffe no huye cuando ve las primeras pisadas en el suelo es porque no puede o porque debe detener la pesadilla.
Todo tiene su lógica interna y el efecto de asustar, de hacernos pasar miedo, se consigue gracias a eso. Recuerda, en muchos sentidos, la película Al Final de la Escalera, de Peter Medak, de la que ésta bebe sin miramientos, pero aprovechando la cultura de la narrativa gótica, con sus brumas, sus páramos, sus pantanos, sus fantasmas y sus maldiciones. Cine de horror, perfecto heredero del que realizaba la Hammer en los 60 y perfecto para pasar un buen rato en el cine. O un mal rato.
Quizá al final se le va un poco de las manos, sobre todo con una sorpresa final que no vamos a revelar y que ni sorprende ni asusta ni deja el mal sabor de boca de las mejores historias de terror. Blandito, la verdad. Pero el resto es impecable. Algo desfasado, sí, algo de otro tiempo y quizá demasiado sutil para generaciones poco habituadas a los cuentos góticos de Arthur Conan Doyle por ejemplo (la película siempre recuerda los relatos de fantasmas del creador de Holmes), más predispuestas a la carnaza y a los sustos chuscos. Pero darle una oportunidad a La Mujer de Negro es darle una oportunidad a una muy buena película de terror. De las que dan miedo de verdad.
Jesús Usero
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