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martes, abril 30, 2024
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Las brujas de Zugarramurdi ★★★★

Crítica de la película Las brujas de Zugarramurdi.

Lo más divertido de Álex de la Iglesia en los últimos años con un reparto brillante.

Álex de la Iglesia regresa por sus fueros al cine que mejor le ha sentado en la taquilla en toda su carrera. Es un retorno a las raíces en toda regla que argumentalmente empieza en un Madrid castizo de resonancias infernales y acaba en un País Vasco montañoso, boscoso y de gruta profunda donde se celebran aquelarres dignos de aparecer en las páginas del libro Las brujas y su mundo, de Julio Caro Baroja, en el que además hay capítulo dedicado precisamente a la brujería vasca del siglo XVI y los procesos de la Inquisición de principios del siglo XVII, como el de las brujas de la localidad navarra de Zugarrarmurdi. Ese paseo por las raíces, como avisó el propio director cuando presentó y asistió a la primera proyección de la película en un cine de Madrid, es una especie de antropología del disparate con ecos del esperpento de Valle Inclán sobre todo en sus protagonistas y su arranque.

Y también un grato viaje de recuperación de las claves de su cine más taquillero, del mismo árbol genealógico de su filmografía habitado por películas como Acción mutante, El día de la bestia o La comunidad. Y en su primera parte tiene ese mismo aire de parentesco con los clásicos del humor negro español del que Álex de la Iglesia y el guionista Jorge Guerricaechevarría son dignos continuadores. Me refiero, claro está, al quinteto esencial que todo buen aficionado a la comedia debería haber visto para entender conocer una parte fundamental de cómo somos y respiramos en la piel de toro, para bien y para mal: El extraño viaje, dirigida por Fernando Fernán Gómez sobre una idea de Luis García Berlanga, El Verdugo y Plácido, dirigidas por García Berlanga, y El cochecito y El pisito, dirigidas por Marco Ferreri, las cuatro últimas con guión de Rafael Azcona. Lo que ocurre en Las brujas de Zugarramurdi es que en su primera parte tiene un ritmo y un carácter trepidante en los diálogos que me recuerda más otras señeras colaboraciones entre Berlanga y Azcona, como La escopeta nacional y La vaquilla, donde los personajes disparan sus diálogos unos contra otros, contagiando al espectador y vertiginoso pulso de su fuga mientras nos ponen al día de cómo son sus miserables vidas y cómo han llegado hasta ese punto de ruptura.

De la Iglesia y Guericaechevarría manejan las situaciones de comedia y acción en esa primera fase del relato como una especie de sinfonía dedicada al caos urbanita y meten a los espectadores de cabeza en su película con media sonrisa que se va ampliando y puede incluso estallar en más de una carcajada a medida que progresa la acción y se acumulan los diálogos en uno de los arranques más dinámicos que hemos visto este año en el cine. Ponen todas las piezas de su relato en movimiento con una coreografía propia casi del musical que rápidamente nos presenta a todos los personajes –y son muchos- implicados en esta fábula. Pienso que si en sus trabajos inmediatamente anteriores el cine de Álex de la Iglesia había adoptado un cierto tono cercano a Frank Capra, más dislocado y casi de pintura negra de Goya en Balada triste de trompeta y más costumbrista en La chispa de la vida, en esta ocasión me recuerda más el tono de la comedia screwball americana y el cine de Preston Sturges, con quien el siempre pesadillesco y muy personal paisaje de la filmografía de Álex de la Iglesia comparte ese tema reiterado de la lucha de los inocentes contra los sofisticados. Si bien en el cine de Álex de la Iglesia toda referencia cinéfila desarrolla siempre su propia personalidad singular e intransferible.

La clave de esa personalidad está en primer lugar en la selección y dirección de actores, que en esta película vuelven a mostrarse como el mejor activo y sin duda el efecto especial más demoledor para intentar asaltar la taquilla con que cuenta la industria del cine español, si quiere ser finalmente, algún día, una industria en condiciones. Tras la personalidad de los narradores, el mejor recurso sigue siendo la personalidad de los actores a través de los cuales se narra la historia. Y el elenco  reunido en esta ocasión por Álex de la Iglesia está impecable en todas sus funciones y atribuciones. Insuperable como siempre Terele Pávez, una veterana del asunto que cual auténtica tanqueta imprime su sello a toda la historia desde esa primera secuencia en el bosque que a modo de prólogo, y como no podía ser menos en el cine de este director, nos presenta antes a las brujeriles antagonistas, la amenaza para los antihéroes protagonistas. Las brujas que dan título a la película son el primer trío de personajes de los tres que protagonizan esta fábula. Ignoro si el asunto tiene algún significado relacionado con alguna broma, superstición o tradición esotérica, pero desde el punto de vista de la construcción de la historia creo que es uno de los grandes aciertos del guión trabajar sobre las peripecias de esos tres triángulos de personajes destinados a chocar entre sí –las tres brujas de distintas generaciones, los tres pringados fugados en el taxi (más el niño a modo de tesoro a perseguir o proteger y el huevo de pascua del maletero, genial), y la ex furiosa junto a los dos policías-, garantizando un envidiable dinamismo a todo el relato. La película no decae en ritmo durante la primera hora y pico de película, justo hasta el momento en que, tirando del tradicional recurso de la carrera persecución, nos llevan hasta la fase final del relato, visualmente más espectacular, donde Alex de la Iglesia vuelve al estallido y el vértigo final de la acción que caracteriza a su mejor cine y demuestra que a pesar de tratar los géneros con ese tono de socarronería que le caracteriza y jugar la baza de la sátira, si le da la gana puede ser también un excelente director de cine de acción (cosa que ya demostrara, por activa y por pasiva, en una de sus películas que más me gusta, Perdita Durango).  

La película saca además un excelente partido a su reparto, y no solo en lo referido al dúo formado por Hugo Silva y Mario Casas, de previsible impacto en la taquilla, en el que se gana a pulso un espacio propio que consigue transformar el dúo en trío Jaime Ordóñez. Pero es que además creo que Álex de la Iglesia maneja en esta película el mejor reparto del cine español de este año en clave de protagonista colectivo.

Además me parece que la película es un excelente homenaje a todo ese cine de terror español que animó la cartelera española en los años sesenta y setenta poniendo escalofríos de fantasía en el paisaje político de la Transición.

Habrá quien se queje del final un tanto forzado, pero conviene en ese caso resolver a favor de la película recordando su personalidad satírica y mirando ese desenlace como una salida coherente de la historia que además está ambientada e iluminada con unas claves que claramente aluden al carácter de farsa de la misma: una teatralización de la vida que se desarrolla en torno a un escenario donde ocurren cosas terribles que al mismo tiempo nos dan miedo y risa. Coherencia total.

De las mejores de Álex de la Iglesia.

Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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