Legión se presenta inicialmente como un festival gozoso para los aficionados al cine fantaterrorífico de serie B, con un arranque que inevitablemente nos recuerda el primer Terminator de Cameron y un desarrollo posterior que tiene cierto toque estilo Temblores, un clásico de culto para los frikiadictos al asunto, y cierto planteamiento en la línea argumental de la adaptación de La niebla de Stephen King que dirigió Frank Darabont.
Portando tal equipaje y con un reparto más que competente que encabezan Dennis Quaid, Paul Bettany y Charles S. Dutton, sin olvidar la presencia de dos atractivas féminas como Kate Walsh o Adrianne Palicki, que va de rubiales pero en el mun do real gana mucho con el pelo más oscuro… o lo mismo es que yo me estoy cambiando de la acera de las rubias a las de las morenas) la cosa no puede ir mal. Y ciertamente va bastante bien durante el 75 por ciento de su metraje. Lamentablemente es en el camino hacia el desenlace, cuando debería haber entrado en plena posesión de facultades su vinculación al tebeo Predicador, del maestro de las viñetas Garth Ennis, cuando la cosa afloja un poco y parece que escasean algo las ideas para darle un remate épico más adecuado y ácido a la función. En todo caso no es en modo alguno un naufragio en toda regla, sino simplemente que habría estado bien meter algo más de caña estilo Ennis en el asunto en lugar de conformarse con rematar la cosa en un tonito que más bien nos recuerda a Héroes y en sus últimos planos inevitablemente es un guiño oportunista de Terminator, líneas de la carretera y rollito sobre el destino incluido…
Y ahí es donde le veo una pega a esta película que por otra parte recomiendo sin dudar a los aficionados al fantaterror, porque van a pasar un rato entretenido con ella y además en casi todo su metraje es bastante competente. El problema es que no la veo despegar. Inicia bien su propuesta, convence con su planteamiento y presentación de personajes, pero cuando llega el momento de que el arcángel protagonista “despegue sus alas”, por decirlo de algún modo, se me queda en la típica pelea gritona y confusa a que nos tiene acostumbrado el cine de nuestros días. El personaje de Bettany, que lógicamente debería haber monopolizado el protagonismo en esa fase final, se queda en un esbozo y ejemplifica lo que le ocurre a toda la película: que superado el guiño cómplice con el espectador basado en las citas y referencias a otras películas de culto, se queda sólo en eso y no acaba desarrollando su propia personalidad.
Dicho de otro modo: no construye un tercer acto que la convierta en algo más que la reunión de un puñado de ideas acertadas y en otros casos simplemente resultonas, elevándola al panteón de los títulos míticos por su manera de abordar el tema que nos propone, en el que por otra parte tampoco es que sea demasiado original. Basta recordar Constantine, la adaptación del cómic Hellblazer protagonizada por Keanu Reeves, o aún mejor, la serie Sobrenatural, con sus ángeles tan temibles como los mismísimos demonios, para hacernos una idea de por dónde van los tiros. Yo he echado de menos además algo de sentido del humor, que siempre viene bien como ventana abierta del relato y erradica con singular eficacia el fantasma de lo trascendente, que convocado en este tipo de ferias siempre acaba siendo pretencioso.
Superado el tema del asedio, y cuando las cosas deberían empezar a ponerse realmente chungas y sorpresivas, lo que nos llega es una resolución algo precipitada, torpona, un pelín cansina, una paliza en plan “te voy a dar la tuya y la del pulpo, machote”, que se me antoja excesivamente simple para la propuesta argumental que se nos ha hecho previamente, esto es, la invocación de un Dios más propio del Antiguo que del Nuevo Testamento, presto a tomar medidas drásticas y apocalípticas cuando sacamos los piés del plato y nos ponemos en plan rebelde sin causa.
En ese tramo final, y volviendo al tema del sentido del humor, habría sido bueno contar con algún personaje cínico capaz de hacer por este relato algo parecido a lo que hace el del ángel Castiel que interpreta Misha Collins en la serie Sobrenatural.
¿Quién dice que el sarcasmo no es también buena munición cuando te enfrentas al fin del mundo?
Que se lo pregunten a los hermanos Winchester…
En todo caso, la película me gustó, me lo pasé bien viéndola, aunque las buenas perspectivas de principio acaben en esa especie de callejón sin salida, o con una salida facilona y poco currada. Además me ha llevado a pensar en algo que seguramente no se habían planteado como reflexión los artífices de la película, pero que es un fenómeno que al menos desde el punto de vista antropológico plantea muchas interesantes cuestiones: hemos convertido a Dios y la religión en sujeto y objeto de cómic y fantasía, esto es, lo hemos ficcionalizado. Esta maniobra puede interpretarse de muchas formas, pero sin duda arroja muchas luces y sombras sobre las nuevas tendencias en laicismo, que ahora no sólo pretenden eliminar a Dios de la sociedad, sino incluso de la realidad, y en esa “realidad sin Dios”, exiliarle a la fantasía, como si de un antiguo habitante del panteón de la mitología griega se tratara.
Ante todo eso sólo se me ocurre pensar que afortunadamente el Dios en el que creemos algunos, aunque no seamos de misa los domingos (como no me gusta engañarme prefiero ser sincero consigo mismo y considerarme “católico impracticable” que católico practicante), debe tener más sentido del humor que el que le presuponen los artífices de Legión, película que una vez más me recuerda aquella célebre contrapintada estilo jaque mate, muy propicia para terminar este comentario:
“Dios ha muerto” (Nietzsche)
“Nietzsche ha muerto” (Dios)
Miguel Juan Payán