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miércoles, abril 24, 2024
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Lincoln ****

Lincoln ****

Lincoln. Uno de los mejores y más difíciles trabajos de Steven Spielberg. Reparto brillante.

Lo primero que quiero aclarar a los lectores es que esta película no es sobre la vida de Abraham Lincoln. Lo segundo es que no es un fresco épico sobre la Guerra Civil entre la Unión y la Confederación, a pesar de que comience con un momento de batalla particularmente brutal. Lincoln no es una película bélica sino una película de corte político. Está muy lejos del clásico de John Huston La roja insignia del valor (1951) y también de Días de gloria (1989), de Edward Zwick. No esperen ver una versión de Salvar al soldado Ryan en la Guerra Civil americana, principalmente porque ese conflicto no es grato en la memoria épica del director y como todo enfrentamiento fratricida está teñido de tragedia. Aún conteniendo épica por ambas partes, le falta el tono de “guerra justa” que sí se le ha otorgado a la Segunda Guerra Mundial. Esa repulsa instintiva del director por el tinte fratricida de la guerra civil es lavada por Spielberg otorgándole a dicho conflicto un papel protagonista en la lucha contra la esclavitud, que finalmente es el epicentro real de su semblanza de los últimos años de Lincoln. Eso es lo que hace que la película en lugar de titularse Lincoln bien podría haberse titulado La enmienda número 13, que es la que el presidente que da título a la película intenta aprobar por todos los medios antes de que acabe la guerra, e incluso haciendo lo posible por prolongarla, con el fin de utilizar el conflicto como elemento de presión ante los demócratas y los republicanos conservadores opuestos a votar la enmienda que otorga la igualdad ante la ley a los habitantes negros de lo que quiere llegar a ser los Estados Unidos de América.

En ese relato, eminentemente político, encontramos uno de los mejores trabajos de dirección de Steven Spielberg, en el cual su brillantez como planificador visual adquiere una consistencia con el objetivo que se ha fijado argumentalmente ciertamente notable.

El problema es que lucha con demasiados elementos en contra para pretender que Lincoln sea una de sus películas más taquilleras, aunque para quien esto escribe es sin duda una de sus mejores películas, ejercicio impecable e incluso me atrevería a decir que implacable de madurez como director.

El director de Tiburón, Encuentros en la tercera fase, E.T., En busca del Arca perdida… lleva tiempo caminando hacia esa madurez, que en mi opinión inició con El color púrpura y El imperio del sol, prosiguió con La lista de Schindler y bordó en una de sus mejores películas, Munich. A ese segundo grupo de creaciones, menos comerciales y alejadas de los ejercicios de mitomanía cinéfila a los que se entrega en títulos como Para siempre (guiñando al cine de Frank Capra), Hook (guiñando a Disney), Amistad (guiñando a Robert Mulligan, Matar un ruiseñor en un cóctel complementado con algo de la épica visual del cine de época de su admirado David Lean), A.I. Inteligencia artificial (guiñando Kubrick), La terminal (otra vez Capra), o War Horse, caballo de batalla (un sentido y brillante homenaje al cine “irlandés” de John Ford y más concretamente a El hombre tranquilo , con planos que nos recordaban el desenlace de La legión invencible y nos dieron una visión diferente de las películas de caballería del director de Centauros del desierto). De manera que no busquen en Lincoln al soldado Ryan ni esperen tropezarse con Indiana Jones o con un dinosaurio. La advertencia puede parece muy obvia, pero considero que es necesaria porque creo que está en el epicentro del desencuentro con los seguidores de la “marca” Spielberg que se arriesgan a afrontar en la taquilla algunas de estas obras de madurez, las mejores que han salido del talento de este director. Lo que ocurre es que no todo en Spielberg es, ni puede, ni debe ser Indiana Jones a la caza de un nuevo tesoro, un tiburón asesino, un trío de velocirraptores afilándose los dientes o Tom Cruise dándose paseos por el futuro en clave de ciencia ficción. Spielberg, que es un icono de la taquilla y el cine de evasión más comercial, no duda en sumergirse en piscinas cinematográficas y argumentales más arriesgadas en proyectos menos fáciles para el público como Lincoln. Pero conviene prestarles atención, porque el talento que le ha caracterizado como narrador visual, y que nunca le he discutido, aunque su lado Capra-Disney me molesta bastante, brilla notablemente a veces en sus proyectos menos obvios y previsibles.

En Lincoln por ejemplo Spielberg se enfrenta con las expectativas que pueden llevar a algunos espectadores a esperar una biografía más amplia y centrada en el personaje del presidente interpretado brillantemente por Daniel Day Lewis, pero no es el caso. Otros esperarán un fresco épico de la guerra civil, que tampoco está presente en la película. Su tono me ha recordado más el de Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) con algo de la intriga de Siete días de mayo (John Frankenheimer, 1964) y un punto de El último hurra (John Ford, 1958) y Caballero sin espada (Frank Capra, 1939) que no me molesta tanto como otros paseos del director por los universos “caprianos”.

Queda claro que por tanto Lincoln, aún siendo una película política, no sigue el ritmo trepidante de esa especie de biblia del género que es la serie El ala oeste de la Casa Blanca, ni en Spielberg anida tampoco la faceta más crítica de forense del imperio americano de la que suele hacer gala el cine político de Oliver Stone.

Lincoln tiene además la dificultad añadida de que Steven Spielberg se entrega a un ejercicio de triple salto mortal, intentando abordar en la misma película por un lado la totémica y posiblemente inabarcable figura de Abraham Lincoln junto al tema que realmente le interesa y es el epicentro de su película, la enmienda numero 13 de la Constitución sobre la igualdad de los negros, y finalmente el fresco épico del final de la guerra civil americana. Son tres frentes en los que tiene que luchar al mismo tiempo y de los que sale mejor parado en unos aspectos que en otros. Por ejemplo el intento de mostrar un lado humano en el icónico Lincoln incluye algunas escenas interesantes entre las que destaca ese personaje del hijo mayor del presidente interpretado por Joseph Gordon Levitt, que con poco metraje deja una impronta en la película merced a la secuencia de la fosa de miembros y enfrentamiento con el padre que viene a ser una reedición de la secuencia de la niña del abrigo rojo en La lista de Schindler. Ocurre lo mismo con el fragmento de Lincoln discutiendo con su esposa, Sally Field, el alistamiento del hijo en el ejército, en la recepción, en el teatro o en ese paseo en coche donde ella reflexiona sobre cómo la verá la historia. Creo que esos momentos, aunque breves y episódicos, secundarios en la trama principal, funcionan bastante bien como ligeras pinceladas de la vida íntima de Lincoln, aunque la película falle en ese frente en la más obvia y tópica relación de Lincoln con su hijo menor.

Por lo referido al tercer frente, la del fresco épico de época, abunda más en interiores que en exteriores y tiene cierta tendencia a la postal histórica, como demuestra ese plano de Lincoln reunido con su gabinete mostrando en primer plano y perfil de estatua el rostro del presidente, y tras él sus asesores en perspectiva

La mejor parte de la película la encontramos en su frente político, donde se produce la intriga, se incluye la conspiración para conseguir votos, se plantea el dilema de prolongar la guerra para lograr el apoyo necesario para aprobar la enmienda, y surge un personaje y un actor capaz de disputarle el protagonismo al propio Lincoln de Daniel Day Lewis: el congresista Thaddeus Stevens interpretado por Tommy Lee Jones. Desde ese personaje, Spielberg nos hace pensar que bien podría haber simplificado su propuesta prescindiendo del retrato de Lincoln y dejando al presidente en un segundo plano para centrarse sólo en la Enmienda número 13 y narrar el relato desde el punto de vista de Stevens, al que otorga además en los momentos más intensamente dramáticos del relato cuando con el duelo frente a la “señora presidenta” en la recepción, cuando tiene que renunciar en el Congreso a sus verdaderos objetivos de igualdad total para los negros y en el desenlace con esa explicación genial del personaje desde lo íntimo y lo cotidiano mediante esa escena de cama que es ejemplo perfecto de la superioridad de la sencillez y lo visual sobre la complejidad y lo textual en la narración cinematográfica.

Es en el lado político del relato donde se multiplica la aparición de pequeñas perlas de interpretación en manos de actores que hacen casi un cameo pero aportan esa familiaridad necesaria para allanar la identificación del espectador con el amplio abanico de personajes implicados en esa fase de la historia, gentes como James Spader David Strathairn, Robert Latham, Jared Harris, Walton Goggins, Hal Holbrook, Jackie Earle Haley…

En conclusión: un buen trabajo de Spielberg desde la madurez en una película difícil que se entrega a la adoración de Lincoln con menos pasión de púlpito de la que yo me temía pensando en la parte más Capra del director.

Miguel Juan Payán

Opiniones del público a cargo de nuestro redactor Víctor Blanco.

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