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viernes, abril 26, 2024
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Los miserables ★★★★

Los miserables ★★★★

Crítica de la película Los miserables

Relato de denuncia social que da otra vuelta de tuerca al policíaco.

El cine policíaco se pone al día. Los héroes y los villanos no están ni se les espera. Aquí solo hay gente, personas corrientes que conviven con la violencia cada día tanto si son policías como si son vecinos de un barrio de esos que se catalogan como marginales sin explicar demasiado quien y por qué margina. En un mundo y en una Europa que se enfrenta a la cuestión de una inmigración creciente pero presume, con no poco cinismo, de ser más tolerante y multicultural que nunca, cree el problema de la convivencia.

La película comienza dejando claro que, para según qué cosas, por ejemplo el fútbol, todos somos más o menos iguales en una sociedad que celebra triunfos. El problema es lo que ocurre cuando no hay nada que celebrar, salvo el anodino y desesperanzado día a día de los barrios más desfavorecidos que permanecen agazapados como un animal herido en la trastienda de las grandes urbes, acumulando agravios y cuentas pendientes que se van convirtiendo en combustible para la tragedia.

Los miserables ★★★★

El director de Los miserables sabe sacarle partido a ese mundo provisional, de encrucijada, que espera el momento de estallar ante la menor chispa que pueda saltar en el cotidiano intercambio de retos y ofensas.

Los miserables puede incorporarse sin problema al paseo por las favelas de Ciudad de Dios, película dirigida en 2002 por Fernando Meirelles y Katia Lund, mezclada con otro de los mejores largometrajes brasileños de los últimos tiempos, Tropa de élite, dirigida por José Padilha en 2007 y también con algo de Trash, ladrones de esperanza, dirigida por Stephen Daldry y Christian Duurvoort en 2014. Pero si apuramos, podemos encontrar antecedentes más remotos a su planteamiento general en otro clásico del cine brasileño, Pixote, dirigida por Héctor Babenco en 1981, la sudafricana Tsotsi, dirigida en 2005 por Gavin Hood, las norteamericanas Colors: colores de guerra, dirigida por Dennis Hopper en 1988, y Detroit, dirigida por Kathryn Bigelow en 2017… Pero detrás de todos estos parentescos, más o menos próximos, más o menos remotos, nos encontramos como antecedente de todos ellos la alargada sombra de Los olvidados, dirigida en Méjico en 1950 por Luis Buñuel.

Por un lado, un niño inclinado a crear conflictos que celebra los éxitos de la selección de Francia en los mundiales de fútbol y apuesta dinero sobre la actuación de Mbappé en el torneo. Por otro el primer día de patrulla de un policía que se incorpora a la Brigada Anti-Crimen de Montfermeil, en el año 1993. Añadan a eso un león desaparecido y un polvorín de enfrentamiento racial, con distintas alternativas para educar a la juventud del lugar y ya tenemos la mecha corriendo a toda pastilla hacia el conflicto.

Cámara al hombro el director nos sumerge en ese polvorín a punto de estallar creando un suspense creciente que no por ser dinámico y entretenido renuncia a dar algunas pinceladas de crítica social sobre un tema central que plantea el dilema ético del policía recién llegado como un reto moral lanzado al propio espectador. Deja claro además que todos los personajes, de un modo u otro, son víctimas, atareados habitantes de un hormiguero que con el pretexto argumental del dron nos muestra a vista de pájaro, en planos que expresan una anhelada por ese muchacho que hace volar su apartado por encima de los edificios autoengañándose al pensar que puede librarse de lo que ocurre a ras de suelo, pero al final se ve inevitablemente atrapado por la realidad del  el hormiguero-laberinto.

No hay escape posible, por tanto. Como digo: todos son víctimas y todos están atrapados, pero al mismo tiempo todos pueden ser verdugos. El giro del desenlace, en el tercer acto abruptamente finalizado que deja al espectador en una tensión brutalmente interrumpida, nos conduce a un dibujo de la realidad de nuestras ciudades falsamente asentadas en una imagen de sí mismas mucho más optimista de la que corresponde a los focos marginales que las rodean.

No hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos labradores. Y el desenlace, como el juicio de la Historia sobre lo que estamos haciendo con nuestra sociedad, queda pendiente en una de las películas de intriga más interesantes que nos ha propuesto la cartelera este año.

Miguel Juan Payán

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Los miserables ★★★★

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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