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miércoles, abril 24, 2024
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Los odiosos ocho *****

Los odiosos ocho *****Los ocho odiosos. La mejor de Tarantino junto con Reservoir Dogs, de la que es una relectura.
Empezaré por decir que pienso que Los ocho odiosos es una de las mejores películas dirigidas por Quentin Tarantino. Para mí, la mejor después de Reservoir Dogs, de la que es una relectura o un renacimiento. Es también una muestra de la madurez que ha alcanzado Tarantino como director, esa madurez que estaba ya presente en el arranque de Malditos bastardos y en las charlas de Di Caprio y Christoph Waltz en Django desencadenado, que son dos de los referentes más cercanos al ritmo de diálogo, planos y montaje que aplica en Los ocho odiosos. Quiero aclarar que en esta octava película del director reina el diálogo en sus dos primeras horas de metraje, pero un diálogo en el que Tarantino ha madurado construyendo sus personajes y situaciones con mayor solidez.

Esa madurez de la que hablo se manifiesta en e impone un ritmo más sosegado al de otras de sus películas, por ejemplo Pulp Fiction, tanto en diálogo como en los artificios de montaje, flashback y flasforward. Pero eso no significa que la película sea teatral o pesada. Muy al contrario. Sólo el trabajo de fotografía ya es cine puro, por ejemplo con esa luz que acompaña al personaje de Samuel L. Jackson marcándolo como el conductor del relato con el que éste arranca y que será siempre el punto de reunión del resto de personajes.




Los ocho odiosos es plenamente cinematográfica desde sus escenas de apertura con dominio absoluto del paisaje nevado en un eco de la película de Sergio Corbucci El gran silencio, muestra interesantísima del western mediterráneo de finales de los años sesenta de la que Tarantino toma además la idea de los cadáveres de las presas del cazador de recompensas en uno de los múltiples guiños que contiene la película a distintos géneros.

Esa sosegada madurez y esa solidez en la presentación de personajes, esas dos horas de ritmo más pausado que preparan el estallido final de violencia que empieza a manifestarse con la primera arcada de sangre, están no obstante recorridas por otro tipo de violencia más sibilina, inquietante y subterránea que aflora en cada diálogo, forjando una tensión creciente en el espectador. No me refiero tanto al maltrato sistemático y la violencia física que sufre el personaje de Daisy interpretado por Jennifer Jason Leigh a manos de John “La Horca” Ruth al que da vida Kurt Russell, sino más bien a otro tipo de secuencias como el enfrentamiento del Mayor Marquis Warren interpretado por Samuel L. Jackson, en su mejor papel a las órdenes del director, con el general sudista interpretado por Bruce Dern o al enfrentamiento de Routh con el personaje interpretado por Michael Madsen. En ambos casos asistimos a la segunda lectura de esos conflictos y momentos. El primero es una historia de violación que el director utiliza para oxigenar la historia sacándola del interior de la mercería hacia exteriores nevados. El segundo es un ejercicio retórico de metonimia que alude a la castración a través de la pérdida del revólver, con los planos de detalle del cuchillo y el revólver cobrando significativo protagonismo. Valgan estos dos ejemplos entre muchos otros para dejar claro que hay mucho más de lo que puede verse a primera vista en esas dos horas que merece la pena degustar con atención porque son un auténtico juego de ajedrez de Tarantino con el espectador a través de las dobles lecturas. No es casualidad que uno de los puntos de referencia visual del decorado sea esa partida de ajedrez que en cierto modo recuerda la que jugaran la Muerte y el protagonista de El séptimo sello de Ingmar Bergman, cuya construcción narrativa tiene ecos en la de Los odiosos ocho.

Esa madurez y ese mayor sosiego no significa que no haya violencia o acción. Es más, en realidad y a juzgar por su última media hora, creo que es la película más violenta y sangrienta de todas las que ha dirigido Quentin Tarantino hasta el momento. En su tercer acto exhibe una violencia propia del Antiguo Testamento, el ojo por ojo, el diente por diente. Es lógico, porque la película nos propone un curioso viaje de resonancias bíblicas que es paralelo al que hacen sus personajes protagonistas. Por cierto, un brillante ejercicio de protagonismo coral que Tarantino aprovecha, explora y maneja con gran habilidad, a pesar de que no es nada fácil trabajar con personajes y a tantos niveles de desarrollo de los mismos; cada uno tiene su momento de protagonismo y atención en el relato, su presentación, su nudo y su desenlace. Esas resonancias bíblicas marcan un camino que va cronológicamente hacia atrás, como ocurre con el propio desarrollo de la película, en la que el tiempo es un factor esencial, no sólo para la propia narración, con ese flashback final que nos lleva al pasado, sino también para los propios personajes: Routh y Jody, el personaje interpretado por Channing Tatum aluden al tiempo como factor clave para ganar esa especie de duelo de engaños y voluntades que se les plantea a los dos bandos protagonistas.

La película comienza con la talla de un Cristo crucificado, imagen del Nuevo Testamento, acompañada por la música de Ennio Morricone, y acaba con otro sacrificio ritual bañado totalmente en sangre y en el que la mano cortada de uno de los personajes parece imponer el vengativo ojo por ojo del Antiguo Testamento, un tema presentado y respaldado por el diálogo del verdugo Oswaldo Mowbray interpretado por Tim Roth sobre las diferencias entre una ejecución respaldada por la ley y un linchamiento, o lo que es lo mismo, siempre con las manecillas del reloj y la civilización andando hacia atrás, como en toda la película, desde la justicia impartida por la civilización a la venganza tribal. En ese duelo de retroceso de la civilización a la violencia tribal que nos propone Tarantino es interesante reparar en el significativo papel de falsa evocación que tiene la carta de Abraham Lincoln en todo el relato, sirviendo además como elemento de cierre del mismo.
Porque lo que nos propone Quentin Tarantino con su última película es una reflexión sobre nuestra propia sociedad y los sustos, miedos y crispaciones que se vienen dando en la misma desde los atentados terroristas de septiembre de 2001 y que nos están apartando de la civilización para hacernos retroceder hacia el tribalismo por el camino del miedo y la desconfianza hacia el prójimo, que es el motor argumental de la película. Los ocho odiosos sirve como un inquietante tapiz que refleja las inquietudes de nuestros días y las convulsiones de nuestro mundo. Para tejer ese tapiz, el director a invocado una variada red de referencias e influencias que arrancan desde el western mediterráneo del principio pero acaban en el western clásico americano, porque Tarantino toma referencias e ideas de la variante europea del género, pero en el fondo es sobre todo un director muy pegado visual y narrativamente al cine clásico estadounidense, como demuestra el trabajo con la música y la imagen en la secuencia de la canción de Daisy o el posterior recurso musical del piano que toca el Señor Bob de Demian Bichir como metáfora del ataúd y clave de construcción del suspense. Lo que ocurre es que alterna esos momentos con guiños a las estrategias de cine vanguardista de la Nouvelle Vague, como la forma de presentar al personaje de Michael Madsen fuera de campo y sólo con la voz que grita instrucciones para abrir y atrancar la puerta, o su propia voz en off, que es al mismo tiempo un cameo sonoro y un recurso muy de Jean-Luc Godard para romper la cuarta pared y convertir al espectador en su cómplice como narrador. Otros guiños incluyen ecos de La cosa de John Carpenter, con las escenas de la salida al exterior para atender a los caballos, tender la cuerda, etcétera y el propio suspense sobre quién o quiénes son los traidores, la amenaza dentro del grupo y la sangre vomitada, o La soga de Alfred Hitchcock y Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet, con ese momento de Samuel L. Jackson convertido en detectivesca variante de James Stewart en la primera o Hércules Poirot en la segunda para exponer las claves de la intriga a los propios sospechosos, un momento muy propio de las novelas policíacas de enigma en cuarto cerrado y Agatha Christie.

Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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