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Los pingüinos del sr Popper **

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Nada dura eternamente y ninguna estrella es perenne. Más bien todos suelen, tarde o temprano, encontrarse con la indiferencia del público que comienza a darles la espalda y a ignorarles cuando antes todo lo que tocaban lo convertían en oro. Le ha pasado a Tom Cruise, Bruce Willis o Harrison Ford, todos obligados a regresar a sus franquicias más importantes para recuperar parte del lustre perdido, cómo no iba a sucederle a Jim Carrey, uno de los cómicos más importantes de los últimos veinte años que ha visto mermar su fama en los últimos tiempos y que ahora intenta con una película familiar regresar a lo más alto de la taquilla.

Es el otro sistema para volver a la fama, o regresar al personaje que nos hizo estrellas o reconvertirnos en protagonistas de comedias familiares perfectas para el verano o las navidades. Le ha funciuonado a gente como Vin Diesel o Eddie Murphy, ¿por qué no le iba a funcionar a Carrey? De momento la respuesta comercial ha sido más bien tibia. Lo que quiere decir que lo mismo se ha equivocado de camino. A lo mejor es la hora de dedicarse a la televisión… o de hacer otra película de Ace Ventura.

Nunca he sido demasiado seguidor de Jim Carrey, la verdad. Su humor siempre me ha parecido, con todos mis respetos, demasiado obvio y vulgar. En la mayoría de sus películas es un histrión que basa toda su interpretación en su capacidad para gesticular. No sé si llamaría a eso ser actor, pero es verdad que también ha demostrado en películas como Man on the Moon o El Show de Truman que puede ser un gran actor, un grandísimo actor capaz de mezclar comedia y drama con una brillantez muy difícil de igualar. La pena es que no le veamos más a menudo en esa serie de papeles.

Aquí ha optado por contarnos una historia sencilla, con un padre traumatizado por su infancia, que no es capaz de conectar con sus hijos pese a ser un excelente comprador inmobiliario y tener una carrera de éxito. Está divorciado y se dedica a equivocarse una y otra vez con sus dos hijos y su exmujer. Hasta que su padre muere y le deja en herencia seis pingüinos de los que no será capaz de deshacerse, pero que servirán para que pueda acercarse a sus hijos y recuperar el tiempo perdido.

El resto pueden imaginarlo. Carrey intentando echar a los pingüinos de todas las maneras posibles, pero sin lograrlo, en pretendidos sketches de comedia que funcionan con mayor o menor fortuna. Luego Carrey aceptando y encariñándose con los animales a medida que estos le ayudan a ser mejor persona y mejor padre, pero un contratiempo que le hace casi perderlos y aporta el mínimo de emoción requerido en este tipo de películas. Nada nuevo bajo el sol. Pero un mínimo de entretenido, lo justo para que la familia pase noventa minutos en el cine sonriendo.

Lo curioso es que el guión viene firmado por dos expertos en comedias gamberras, como Sean Anders y John Morris, que han escrito películas como Jacuzzi al Pasado, Sex Drive o Ni en Sueños, y que aquí han infantilizado su curioso trabajo anterior en cine restándole toda la mala baba y las muchas salvajadas que nos mostraron en sus anteriores películas. Aquí es la versión ultralight de dos tipos que antes habían mostrado un lado mucho más bestia. Y mientras el director, el experto en comedias Mark Waters, un tipo que nunca ha demostrado mucha inventiva visual, intenta sacar el máximo partido de los pocos chistes potables que tiene la película.

No me entiendan mal. Como cine familiar que es, es una película entretenida y honesta. Pero carece de un mínimo de interés para los mayores de 10 años. Más que nada porque es una mezcla entre Mentiroso Compulsivo, con la que guarda no pocas similitudes en su planteamiento original, y cualquier película con animalitos de por medio.

Y eso que el inicio de la película con el niño escuchando a su padre por radio en sus múltiples viajes, daba pie a algo mucho más interesante y profundo. Claro que la película no está para eso. Aun así tiene chistes que de verdad funcionan para todo el mundo, como cuando aparece el conserje del hotel, tanto con Carrey como cuando aparece con los otros inquilinos. Otras veces se excede con el humor escatológico o con el ruido que causan los animales (molesto, muy molesto), pero también aprovecha un reparto de lo más interesante tanto en papeles importantes como en secundarios de paso (David Krumholtz de lo mejor de la película).

El resto se lo pueden imaginar. Hay momentos en los que el espíritu Solo en Casa hace acto de presencia continuo (ya saben, cuando ningún personaje puede recibir daño, por mucho que le pase, o cuando uno de los pingüinos, que son más listos que todos los humanos juntos, decide que puede y debe volar) lo mismo que las muecas y gestos de Carrey, que aprovecha para lucir en la pantalla su mejor repertorio para delicia de sus fans. Que la película sea sosa o ramplona, es lo de menos, lo importante es hacer muecas a diestro y siniestro. Eso que puede provocar que los que no sean seguidores del actor salgan por la puerta más rápido de lo que han entrado.

Es cine blanco, sin mácula, pulcramente rodado y que ofrece lo que promete. Pero también sabe a pura fórmula, carece de personalidad o de un mínimo de fuerza y no sorprende jamás. No es que tuviese que revolucionar el género, pero en sus primeros minutos de metraje hay cosas bajo la almohada que son más interesantes que el resto de la película entera. Y eso no se arregla con unos animales generados por ordenador.

Jesús Usero

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