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viernes, abril 26, 2024
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Los viajes de Gulliver ***

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Un saludable entretenimiento navideño para toda la familia. De hecho es la única incorporación a la cartelera que tiene elementos para satisfacer a todos los públicos en el significado más amplio de esta calificación, ya que cuenta con elementos para entretener a los pequeños incorporando además algo que echarse a los ojos para los mayores (además de Amanda Peet, claro, que ya es mucho…). Me refiero a que muchas veces te llevas a los hijos o a los sobrinos al cine y aquello se convierte en un suplicio porque no te dan nada para masticar si pasas de los 16. Ésta película sabe organizar su peripecia siguiendo una guía de viaje escrupulosamente trazada que le permite visitar los tópicos sin dejar de ser simpática.

Es obvio que no hay nada nuevo que contar en el tema de Los viajes de Gulliver, pero la maniobra para modernizar la peripecia funciona bastante mejor de lo esperado trabajando sobre unas claves que  inevitablemente recuerdan otros sanos intentos de organizar mezclas entre las aventuras y la comedia actualizando y desmitificando relatos clásicos,  como la última versión de Viaje al centro de la Tierra.  La fórmula es la misma, y por eso este paseo de Jack Black por Liliput me recordó también las dos películas de Noche el museo. Desde ese punto de vista hay que felicitar a los productores por haber tenido muy claro qué deben darle al público para meterse la taquilla en el bolsillo.

Este tipo de película para todo tipo de público suele ser blanco de ataque de la crítica más sesuda que pretexta la previsibilidad de su planteamiento o su poca personalidad como fórmula ya manejada de antemano, pero lo cierto es que constituye la columna vertebral, o por decirlo de otro modo, la infantería de los éxitos cinematográficos de cada temporada. Además es una jugada segura no sólo para el productor, sino también para el espectador, ya que normalmente satisface las expectativas de cine de evasión y entretenimiento que había despertado antes de entrar al cine. Sales de la sala con una sensación muy agradable, como de deber cumplido en los asuntos del ocio: te has evadido durante hora y media sin que ofendan tu inteligencia, dejándote llevar a un viaje de fantasía que de algún modo opera sobre las mismas claves de aquellos momentos de la infancia en los que nos leían un cuento. Es por tanto de alguna forma una especie de ceremonia de recuperación de la inocencia como espectadores, de volver a meternos en el pellejo de un niño, de nuestros hijos o sobrinos, y simplemente pasar un buen rato sin pensar en nada más y sin pretender analizarlo todo.

En esa capacidad para cumplir con lo prometido tiene esta nueva versión de Los viajes de Gulliver su mayor acierto, que posiblemente la convertirá en una baza segura de taquilla para estas navidades.  Pero, ojo, que nadie se rasgue luego las vestiduras pidiéndole peras al olmo. Esto es un olmo. No da peras. No busquemos en las películas lo que en ningún momento nos prometieron. No seamos fariseos a la hora de juzgar las películas. El espectador actual tiene muy fácil informarse de qué tipo de película va a ver antes de pasar por taquilla. Lo único que debe exigir es que, como en este caso, la película tenga un buen acabado, lo que no es sino una muestra de respeto hacia sus espectadores. Por otra parte, aunque la aplicación de la fórmula pueda parecernos fácil en sus resultados, no olvidemos que esa «facilidad» está muy estudiada y currada. Un ejemplo: el argumento va de un urbanita que viaja a un país habitado por diminutos individuos, y todo ello se anticipa y queda astutamente resumido en la primera escena en la que aparece el protagonista, mirando y hablando con dos diminutas figuras de Star Wars… lo que permite a los guionistas añadir a la pista de lo que va a ocurrir más tarde, preparando al público, el guiño o gag no sólo verbal, sino también visual, aportando así otra pista esencial no ya sobre el argumento, sino sobre el tono que va a tener toda la película, a caballo entre la comedia y la aventura. Su forma de manejar la fórmula es por tanto muy inteligente y eso le permite jugar sus bazas con notable eficacia.

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De manera que quede claro que Los viajes de Gulliver es exactamente lo que promete: cine de evasión y aventuras, con algunas gotas de comedia, Jack Black en un papel escrito para su lucimiento –cosa lógica si consideramos que también participa en el proyecto como productor-, Amanda Peet haciendo brillar sus ojos y su sonrisa, los habitantes de Liliput haciendo de liliputienses… junto a una colección de guiños y chistes que funcionan en una clave de humor amable y para todas las edades, pero de paso también sirven para completar descripción de personajes o hacer avanzar la historia.

El trabajo de construcción de este edificio es ciertamente transparente, pero no por ello menos eficaz. Es más, sospecho que como espectadores de cine navideño vamos buscando precisamente eso: un rato divertido con la familia. Para otros menesteres hay otras películas. Aquí todo va a ser optimismo, buen rollo, humor con toque friki y un mensaje de superación notablemente simplón que ya sabemos de partida que en realidad más que de superación es de acomodación a la realidad con su cierto toque de comedia romántica para dejarlo todo atado y bien atado. Vamos que no son los subversivos Monty Phyton en Jaberwocky, la bestia del reino o Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, y tampoco aspiran a darnos las claves de El sentido de la vida.

Aquí se trata de darle a cada espectador una pequeña ración de lo que pueda interesarle, de manera que los que buscan aventuras tienen su ración de aventuras, con tormenta y batallas en el mar incluidas, los que quieran comedia urbana tienen sus escenas de curritos en la oficina, los que quieran fantasía con su puntito de toque inquietante pero sin llegar a lo claramente siniestro tienen el viaje a “esa isla a la que nunca queremos ir”… los frikis tienen los guiños y chistes con Star Wars, Avatar, etcétera… Todo ello con un buen acabado, buen ritmo y, lo que es aún más importante, una encomiable capacidad para contar muchas cosas y con muchos personajes y paisajes en un tiempo razonable de proyección digna del cine clásico de Hollywood, alarde de claridad y economía narrativa.

Cierto es que todo es pura fórmula y que habita en la galaxia de lo políticamente correcto, lo que se aprecia especialmente en el papel de la mujer y en ese ajuste de cuentas final con la “liberación femenina”, por decirlo de algún modo, pero es que es precisamente por todo eso por lo que estamos dispuestos a pagar en estas fechas cuando vamos al cine a ver éste tipo de película, siempre que nos lo den bien envuelto en un producto con cierta calidad que además acierta a incorporar el caramelo visual del 3D como un valor añadido, y no como un lastre.

Miguel Juan Payán

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