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jueves, marzo 28, 2024
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Madre !

Madre !Darren Aronofsky se pierde en un interesante pero vano ejercicio de metáforas encadenadas.

La inspiración principal de Madre! es La semilla del diablo, adaptación que hizo Roman Polanski de la novela homónima de Ira Levin, y aunque hay alguna que otra fuente de inspiración citada por el director, como el largometraje Collective Unconscious, dirigido por Dylon Matthews, es inevitable que la sombra que más se proyecte sobre este largometraje sea precisamente el del antecedente de Polanski. Las comparaciones son odiosas. Cierto es. Pero en el caso que nos ocupa, resulta difícil obviar la influencia que otra película de Polanski, Repulsión, tuvo en distintos aspectos de otra película de Aronofsky, Cisne negro, de la misma manera que en Madre! su primera parte, con todo lo referido a la visita de los personajes de Ed Harris, Michelle Pfeiffer y los hermanos Gleeson, me trae a la memoria planteamientos del trabajo de Polanski en Un dios salvaje, en tanto que otros fragmentos del relato me han recordado La muerte y la doncella, otro trabajo de Polanski. Ojo, esta lectura que hago de las influencias o fuentes de inspiración del director al desarrollar este proyecto la cito aquí no tanto para buscar el demérito de la película que nos ocupa como para darle pistas a los lectores de este texto para que exploren por sí mismos estos otros largometrajes, todos ellos muy interesantes, caso de que no los hayan visto todavía. Pero aclarada esa percepción personal de posibles influencias, lo cierto es que Madre! desarrolla desde el primer momento un camino propio que la distancia de manera sensible y muy rápidamente del abordaje que hiciera Polanski de La semilla del diablo. En ningún caso vamos a ver “más de lo mismo” o un “remake”. El de Aronofsky es otro planteamiento, elige otro camino y centra su atención en elaborar un encadenado de metáforas que partiendo del mismo punto de arranque de La semilla del diablo claramente le llevan a otro sitio.




No voy a hacer aquí ejercicio comparativo de las diferencias entre la película de Polanski y la de Aronofsky porque creo que no es este momento ni lugar para ello, pero sí creo necesario aclarar que a pesar de seguir ambas la misma pauta de contar la historia desde el punto de vista de la protagonista, Aronofsky está más centrado que Polanski en desarrollar un protagonismo más claro en el tramo final de su viaje para el marido que interpreta Javier Bardem, que pienso es el personaje que más cambia respecto a la versión Polanski, en el que fuera interpretado por John Cassavetes. En torno a él gira el tema de la invasión de la intimidad, la pérdida de la privacidad y la identidad y la creación de ídolos que señala nuestra época como una de las más imbéciles de la historia.

Aronofsky juega con La semilla del diablo de manera distinta a como lo hizo Polanski. Polanski nos dio momentos más inquietantes, en mi opinión nos dio mucho más y con mejor ritmo. Aronofsky pierde el ritmo en el tramo final de su relato, es cuando, como suele decirse vulgarmente, entra en una curva de “ida de olla”, o “se le pira la pinza” de una manera que supera los límites de suspensión de la credibilidad y paciencia de buena parte de los espectadores. Porque llegados a este punto del comentario, hay que decir que, como siempre ocurre en su filmografía, Aronofsky ha vuelto a ponerse en el epicentro de la polémica y su película tendrá detractores y defensores a ultranza. Yo no me posiciono claramente en uno u otro de estos bandos, porque me parece al mismo tiempo una película interesante y un intento fallido, pero aclaro que no me ha convencido su intento. En algunos momentos, sobre todo al final, el paso del caos –en el que por otra parte tampoco entré en ningún momento porque es más exhibicionismo visual que inmersión real del espectador en la vorágine, algo que por ejemplo consigue con un ejercicio de sobriedad documental Kathryn Bigelow en Detroit-, a ese valle de bajón de ritmo que es el acecho del marido al bebé y la esposa después del parto, llegué a estar totalmente fuera de la película, ajeno a lo que allí ocurre. Mirando desde fuera un momento que debería estar viviendo desde dentro.

En ningún momento la película me ha producido inquietud. Lo que sí me ha producido es una sensación de no ir a ningún sitio concreto en un abuso de efectismo con algunos recursos francamente ingenuos, como lo referido a la gema que guarda el marido como un tesoro y la explicación final de su papel en la trama, de dónde sale, qué es, y el bucle, que me parece una salida tan fácil y cliché como la célebre explicación de algunos relatos que eligen explicarse finalmente con el poco sorprendente: “¡Ah, pero todo era un sueño!”.
Lo dicho, tiene buen reparto, pero no del todo bien aprovechado. Es curiosa y suscita debate al salir del cine. Tendrá detractores y defensores. Pero a mí no me ha convencido y creo que Aronofsky acaba siendo víctima de un empacho de metáforas un tanto forzadas, cuando no obvias.

Ejercicio fallido.

Miguel Juan Payán


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