Siempre me ha parecido muy interesante lo que intentan conseguir los responsables de la filmografía australiana. En un panorama lleno de cintas americanas plagadas de 3D, efectos especiales y presupuestos desorbitados, frente al cine de autor de otros países, mucho más localista aunque casi siempre aclamado por la crítica, los australianos han optado por competir con Hollywood con sus propias armas. Con presupuestos mucho más modernos, pero jugando las bazas de sus historias, sus personajes y situaciones, hasta el punto de que sus películas bien podrían pasar por ser yankees.
No se trata de plagiar, sino de tomar las claves del cine de género más comercial y convertirlas a los lugares y situaciones del panorama australiano, lo que atrae al público y además lo convierte en cómplice de una historia que tiene lugar a la vuelta de la esquina. Ya digo, no nos llega mucho cine de las antípodas, pero lo que llega tiene esa clara vertiente de cine comercial para poder sobrevivir al gigante americano (y en el caso de Australia a fuertes industrias como Japón, Corea o China, y si no vean la trama de esta película). Son gente con los medios justos pero mucha imaginación.
Por ejemplo hace unos años pudimos ver Gabriel, la película que nos reveló al actor que ha dado vida a Spartacus, con una trama sobre el cielo y el infierno que mezclaba cosas de Blade Runner, Dark City y Matrix. Y rodada con cuatro chavos, con menos de lo que aquí gastamos en catering en una comedia al uso. O la llegada de Santuario recientemente a nuestras pantallas. Todo un esfuerzo por dar a conocer el cine de allí, de aventuras, ciencia ficción, acción… lo que sea, pero con posibilidad de funcionar en el extranjero y ser dignas competidoras en taquilla.
El caso de Mañana, cuando la guerra empiece es similar. Cine de acción para adolescentes. Sin complejos, sin presiones, y,. para qué negarlo, con una cara dura que tira de espaldas. Porque lo que han hecho los amigos australianos ha sido fusilar el argumento de John Milius para Amanecer Rojo, amparándose en que lo han sacado de una novela de John Marsden. Vale, nos lo creemos. Un ejército invade Australia y un grupo de jóvenes que no son capturados se ven de pronto formando una guerrilla para enfrentarse el invasor. No, no se parece. Es lo mismo.
Sólo que salvando las distancias. Sobre todo en el tono. Milius puede ser un reaccionario, un ultra si lo prefieren, y aquella historia de los rusos invadiendo Estados Unidos era poco menos que flipante. Pero el tono del relato, la seriedad y madurez de las situaciones, que los personajes no salvasen a todo el mundo ni se salvasen todos… Eso le daba el empaque del que carec ía el argumento inicial. Era una película dura y compleja en muchos sentidos. Y Mañana, Cuando La Guerra Empiece pierde todo ese lastre emocional adulto para hacerlo una aventura para adolescentes.
Es decir, que las implicaciones emocionales son las justas y las necesarias y el peso dramático de los personajes es el de una pluma, el realismo en el desarrollo es escaso o nulo y te puedes encontrar con todos los arquetipos y estereotipos que ha dado el cine de adolescentes en los últimos cien años. La líder, la guapa tonta, la parejita, el guaperas, el friki porreta, el asiático listo, la remilgada religiosa… No es que cueste empatizar con ellos, es que les conocemos demasiado. Eso sí, es muy interesante ver cómo, en principio, no se castiga el sexo, por la charla inicial entre las amigas. Aunque sólo sea en principio.
Así que buscar un relato sobre la pérdida de la inocencia y el paso obligado a la madurez, sobre la guerra y sus consecuencias en los más jóvenes o sobre lo que nos vemos obligados a hacer en tiempos de crisis, es poco menos que una utopía. Porque lo que está más que claro es que no te lo crees. No hay forma de hacerlo. Estos jóvenes rambos no tienen el empaque sufieciente, la entidad como personajes, para que sus actos tengan un mínimo de lógica (la religiosa con el arma, la forma de escapar por mitad de la ciudad en un vehículo… pesado…) o de credibilidad. Son cachos de carne con ojos.
También es cierto que lo que por un lado puede verse como el miedo a una invasión de Corea del Norte (aunque en la película dicen que no reconocen la bandera), puede hacer referencia a esa invasión del cine de Asia que sufre la cartelera australiana y contra la que tiene pocos medios que defenderse. Esta película es uno de esos medios. Esa metéfora, y el hecho de no conocer la nacionalidad de los invasores, cobran bastante sentido la verdad, una vez vista la cinta. Una invasión menos violenta que la de la película, pero igualmente efectiva y con efectos duros para el cine de allí
Lo que no cabe duda es de que la película, pese a ese guión al que le han quitado peso y seriedad, y pese a su modesto presupuesto, sus actores desconocidos casi por completo o su falta de realismo, es una película muy entretenida, con continuas secuencias de acción, tiros, persecuciones, explosiones, peleas… Todo ello con cierto sentido del humor y sin llegar a tomarse en serio a sí misma. Lo que la convierte en un perfecto entretenimiento de fin de semana, que te hace pasarlo bien sin complejos y del que te olvidas en pocas horas.
Aunque la película ofrece la posibilidad de una secuela con todas las de la ley, claro. No es plan de que si el invento funciona vayamos a matar la gallina antes de exprimirla a fondo. Habrá que ver, también, como ha tratado Hollywood su memoria con la revisión de la Amanecer Rojo original que se estrena este año, porque puede asemejarse demasiado a esta película australiana. Si quieren seriedad, madurez y mucho cinismo patriotero, vuelvan con Milius. Si quieren un entretenimiento con mucha pirotecnia, para los más jóvenes, ésta es su película. Más claro, el agua.
Jesús Usero