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jueves, mayo 2, 2024
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Más allá de la vida *****

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Todo regreso de Clint Eastwood a la cartelera debe ser saludado en nuestros días como una excelente noticia para los amigos del cine de calidad,  y en esta ocasión, aún con más motivo. El director le echa unas agallas imponentes a meterse con un tema que es inevitablemente poco grato, la muerte, y lo aborda de tal manera que al final consigue aportarnos una lección de vida. No es fácil asistir a este tipo de fenómeno, que una película pueda hacernos reflexionar sobre qué somos, de dónde venimos, y a dónde vamos, pero Eastwood lo ha conseguido con un largometraje en el que además depura al máximo su estilo y su elegancia como narrador cinematográfico.  No obstante, Más allá de la vida, que transcurre con la solvencia de un drama al estilo europeo, tratando de personas, más que de personajes, e historias, antes que géneros, peros sin renunciar a las mejores virtudes de entretenimiento en la exposición de su trama del cine estadounidense, es una película exigente para el espectador. Es preciso acercarse a ella con ganas de ver buen cine, y no sólo b buscando evasión.

Quiero decir, o mejor advertir, que en mi opinión, y desde un punto de vista cinematográfico, Más allá de la vida es una gran película que roza la excelencia, pero si lo que buscamos es una especie de melodrama simplón fácil de digerir, deberíamos buscar en otra parte. Lo que Eastwood nos propone es un gran ejercicio de narración cinematográfica en el que debemos ser partícipes sacándonos de encima el lastre y las mutaciones y amputaciones a que hemos sido sometidos por el cine más bien chabacano o simplista que nos regala la cartelera más comercial en los últimos años.

Ya ocurría lo mismo con el resto  de sus obras más ambiciosas y serias, también inevitablemente las más logradas, desde el principio, desde Escalofrío en la noche, en la que se anticipó años a esa memez exitosa que fue Atracción fatal, y hasta llegar a propuestas como Sin perdón, que no era lo mismo que Infierno de cobardes o El fuera de la ley, Los puentes de Madison, o Cartas desde Iwo- Jima, que no era ni Salvar al soldado Ryan ni tampoco Las banderas de nuestros padres.  Quiero decir con esto que aquí nos espera el Eastwood más serio, el más exigente, el que no nos va a regalar chascarrillos y caramelos como los que jalonaban su por otra parte excelente retrato de la culpa, la redención y la vejez en Gran Torino. Los caramelos en esta ocasión son para los amantes del buen cine, visuales, narrativos, musicales, interpretativos…  Y nada de eso es malo, ni debe darnos miedo. No debemos tenerle miedo al buen cine narrado pausadamente, con el tiempo necesario para cada plano, y con algunos momentos que incluso duelen un poco porque Eastwood nos pone contra las cuerdas en lo emotivo sin alardes melodramáticos, con el naturalismo bajo el brazo, sin adornarse al estilo del melodrama, desde la sencillez, que es uno de sus grandes logros en esta película.

Algunos momentos hacen que un nudo se nos instale en la garganta, como en aquellos planos de despedida de Million Dollar Baby, o cuando nos mostraba el dolor intenso del padre interpretado por Sean Penn en Mystic River, o cuando el pistolero y asesino William Munny le explicaba a su socio jovenzuelo en Sin perdón que cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tenía y lo que tendrá…

Es en esos momentos donde Eastwood nos demuestra que lo suyo como cineasta es de otra época, la época de los grandes directores que podían hacernos incluso llorar sin que nos importara, porque esas lágrimas no eran fruto del melodrama, sino de la reflexión seria sobre aquello que nos estaba mostrando.

CAMA

Más allá de la vida, si le damos el tiempo suficiente para desarrollarse, llega a convertirse, como algunas otras de las películas de este director, en una experiencia que puede ir más allá del propio cine, o que por lo menos nos hace repensarnos algunas cosas. Al final descubriremos que su tema no es la muerte, sino la vida; no es la pérdida, sino el reencuentro, y no es la soledad, sino la compañía, la necesidad desesperada que nuestra especie tiene de encontrarse con los otros y compartir el camino de su vida.

Es en ese sentido un testimonio, pero como digo, un testimonio que envuelve visualmente al espectador con una extrema sencillez. La maestría del director queda puesta de manifiesto en esas escenas de apertura, el tsunami, pero un tsunami que consigue ahogarnos realmente, haciéndonos partícipes de lo que vive la periodista francesa, uno de los protagonistas de este drama protagonizado a tres bandas, y que  ha sido construido como una especie de puzzle en el que Eastwood va poniendo las distintas piezas sobre la pantalla con el temple pausado de un veterano que a estas alturas y como director sabe más por viejo que por diablo y conoce los riesgos lo suficiente como para atreverse con ellos, y hacer lo que realmente quiere hacer con su historia, sin concesiones al melodramatismo barato a que lamentablemente nos ha acostumbrado el cine de nuestro tiempo.

Donde otros tiran por el camino del desgarro y la exageración, donde por ejemplo Peter Jackson nos servía en bandeja un ñoño anuncio de compresas con alas en Desde mi cielo, Eastwood se revela como un clásico influido por el cine europeo que renuncia al tradicional etnocentrismo monotemático de buena parte del cine estadounidense y abre su historia a otros lugares de la geografía del mundo, saltando de Estados Unidos a Francia, y de allí a Inglaterra…

Alguien dijo de la película que era presa de demasiadas casualidades en su guión, afirmación que sólo sirve para definir la alarmante miopía de quienes firmaron esos comentarios, pues olvidan que uno de los temas básicos del propio argumento es el destino, de manera que no es error  sino coherencia rendirle el pertinente homenaje a esas casualidades que van enredando las vidas de estos tres personajes conformando lo que el propio director ha definido en algún momento como una historia de encuentro. ¿Es que no entendieron ese guiño en torno a la obsesión del personaje de Matt Damon por las obras de Charles Dickens que leídas por Derek Jacobi le ayudan a relajarse y conciliar el sueño?  ¿Olvidaron, o quizá nunca leyeron, las novelas de Dickens y la importancia que en las mismas tiene el destino y la casualidad?

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En el desenlace, para callar la boca a los más escépticos, se permite incluso el lujo de hacer esa especie de guiño en el que expresando su verdadero deseo sobre cómo le gustaría acabar la historia anticipa algo que sin embargo no nos revela en el desenlace de la misma, que deja abierto. En un momento de auténtica magia del cine, entramos en los pensamientos de Matt Damon y pensamos como él… tocamos lo que nos gustaría que ocurriera desde la imaginación del personaje y  desde la imaginación del propio Eastwood… Y es como si el director nos hubiera dado finalmente un premio a nuestra participación en su relato revelándonos lo que quizá pueda ocurrir luego o quizá no, dejándonos elegir a nosotros cómo acaba esta historia que contiene algunos momentos en los que tocamos el talento del director, como esos planos que nos revelan la soledad de sus  personajes, el niño frente a la cama vacía, Damon solo en la clase de cocina, Damon comiendo solo en su propia cocina… Y en medio de todo eso, alcanza a introducir algunos planos que son como pistas para otras historias, otros temas, otros caminos: el cambio en la foto de los carteles promocionales como pista sobre los juguetes rotos de la fama y lo efímero de muchas cosas a las que les damos importancia, o la forma en la que elegimos engañarnos a nosotros mismos para meter la cabeza debajo del ala y negarnos a enfrentar la realidad,  inventándonos un  “personaje” en lugar de ser simplemente personas, como le ocurre al papel interpretado por Bryce Dallas Howard, o la facilidad con la que somos capaces de explotar el dolor ajeno en el circo de la profanación del dolor ajeno que construyen los falsos videntes y profetas.

Una de las películas imprescindibles del año.

Miguel Juan Payán

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