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viernes, abril 26, 2024
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Memorias de un zombie adolescente ***

Memorias de un zombie adolescente ***

Memorias de un zombi adolescente la mejor versión de la fórmula de fantasías para jóvenes.

La semana pasada se estrenó Hermosas criaturas, que según dije en mi crítica para esta misma página me parecía un trabajo mejor elaborado de aplicación de la fórmula de fantasías para jóvenes que Crepúsculo por varios motivos que intenté aclarar en aquella ocasión. Me ocurre lo mismo con Memorias de un zombi adolescente, que en mi opinión da otro paso adelante para mejorar la fórmula dentro de unos parámetros que siguen estando regidos por la explotación comercial y la búsqueda quizá excesivamente afanosa de un tipo de cliente concreto para el producto, más que por el interés de contar una historia con su arco dramático y sus personajes. Dicho de otro modo, si dije que Hermosas criaturas era mejor que Crepúsculo, ahora digo que Memorias de un zombi adolescente es mejor que Hermosas criaturas, esto es, mucho mejor que Crepúsculo. Así que ahí arriba hay tres estrellas pero pueden ponerle tres estrellas y media de mi parte.

Memorias de un zombi adolescente me parece más interesante como producto de evasión cinematográfica par jóvenes que Crepúsculo porque ya de partida abraza con ganas y sin ningún tipo de pudor una descarada explotación de dos fórmulas de probado éxito en el mercado de ocio para jóvenes: los muertos vivientes y las fábulas románticas con ligerísimo toque gótico.

Esto tiene algo bueno: son sinceros. Quieren hacer pasta y van a entrar a saco que atraco y sin complejos en la explotación del asunto. Merced a esas actitud clara, no les sale un ejercicio pedante o pretencioso como en otros casos (por ejemplo, sin ser adaptación de la fórmula Crepúsculo, algunos momentos de la última de Tim Burton, Sombras en la oscuridad, eran muy “Crepúsculo”, pero pretendían ser una delicatesen de cine con autoría que se le quedó al director en ejercicio pedante de autoexplotación, que es lo que pasa cuando las claves del estilo de un autor se convierten en simples tics o manías para disimular las ganas de meterse en más huertos y probar cosas nuevas).

En Memorias de un zombi adolescente no hay nada nuevo, pero a ellos no les importa. Es un ejercicio muy bien perpetrado de explotación de las dos fórmulas citadas que consigue algo poco habitual en las películas de fantasías románticas adolescentes: que quienes ya por edad no andamos con la hormona revuelta, nos la trae ya totalmente floja encajar en nada y además tenemos muy claro que eso de perseguir sueños es una frase promocional para sacarle dinero a los más crédulos y pringados, nos traguemos la fábula a la espera de ver qué les ocurre a los dos protagonistas. Todo hay que decirlo, desde nuestro cinismo existencial, fruto de la experiencia en este sórdido planeta, tenemos cierto morbo por ver cómo van a salir los guionistas del huerto en el que se han metido. Porque, oigan, no es nada fácil meternos la bola de que una moza rubiales en edad de merecer vaya a cargar con un muerto viviente, por mucho que en este tipo de historias los tipos sean siempre algo así como una especie de novio-peluche para enseñarle a las amigas, un noviete-trofeo que va de malote pero luego resulta ser más dócil que un tamagochi con paperas.

En ese juego de pura fórmula, más falso que un euro de madera, tiene en mi opinión mucho mérito que los responsables de Memorias de un zombi adolescente consigan que los adultos cínicos podamos entretenernos y seguir la pista a algo que claramente nos pilla muy lejos al menos en un 45 por ciento del relato. Incluso han sido suficientemente astutos para construir, por primera vez en este tipo de fórmulas, todo hay que decirlo, un personaje que de algún modo representa ese otro tipo de público ajeno al suyo de referencia con el que nos podemos echar unas risas imaginando la reacción del tipo cuando la nena le vaya con el cuento de que se ha ligado a un zombi. Me refiero al personaje de John Malkovich .

En todo caso, lo que me ha confirmado esta película es que haciendo honor a las cualidades que les suponen los relatos de ficción que los reclutan como protagonistas, los zombis, o si ustedes lo prefieren, los muertos vivientes, son capaces de resistir todo lo que se les eche encima, incluyendo una variante de la fórmula Crepúsculo. Y nueve veces de cada diez son capaces de hacer que nos interesemos por lo que se nos está contando. Pasó ya con Zombieland, que en esencia no contaba nada y era una película de carretera tirando a sencillita (compárenla con Pequeña Miss Sunshine y ya me dirán si no había más “chicha” en esta segunda, por poner un ejemplo, porque tampoco que nadie tenga las agallas de decirme ahora que Zombieland era algo así como Easy Rider con zombis, podríamos sonrojarnos de vergüenza ajena), y pasa con la serie The Walking Dead, que parece que no cuenta nada pero cuenta muchas cosas sobre todos nosotros, por poner dos ejemplos más o menos recientes y populares de las peripecias de los inquietos muertos vivientes en pantalla grande. Los zombis son un motor argumental los metas donde los metas. Dan mucho juego, y los artífices de Memorias de un zombi adolescente saben sacarle partido a eso exponiendo cierta capacidad de autoparodia que, como era totalmente previsible, funciona bien en la primera parte del relato, hasta el momento en que se ven obligados a mezclarla con la otra fórmula argumental de romanticismo adolescente.

Cuando llega el tema romántico propiamente dicho, no se pasan mucho con ello, no ofenden al buen criterio del espectador más de lo estrictamente necesario, y como consecuencia la película sobrevive sorteando el escollo mayúsculo de las babas que se hacen presentes en este tipo de relatos con mayor solvencia que en otras aplicaciones del romanticismo fantástico adolescente.

Y en su tercer acto tiene más acción que cualquiera de las entregas de romanticismo fantástico adolescente que han ido llegando últimamente a la cartelera, con los huesudos como anzuelo para engancharnos a los que o tenemos la hormona loca dando saltos por nuestras cabezas.

Añadan a eso una protagonista que me convence más por su papel activo que la pasiva Bella, y es incluso más convincente que la bruja adolescente de Hermosas criaturas, y un protagonista que aún repitiendo el manido recurso de la voz en off con la que expresa sus neuras existenciales incluso consigue caer simpático.

La película me funcionó hasta ese final que es del libro, pero que necesitaría haber sido reescrito para el cine con mayor sarcasmo, más toque gamberro, e incluso el disparate. Tal como está, tiene el mismo efecto que el domesticado final de Shrek…

Una curiosidad final. Tal y como ya dije, Hermosas criaturas tiraba de la cita literaria para darle pátina de mayor solidez a la repetición cansina de la consabida fórmula del adolescente marginado que quiere encajar y tiene miedo al sexo contrario y además se ve en la posición de lidiar con las diferencias tribales estilo Romeo y Julieta, complaciendo las expectativas paternas y al mismo tiempo corriendo esos riesgos que son una tentación y una colección de inquietudes, algo muy repetido en este tipo de historias para explicar que quiere ser un campeón o campeona, triunfar socialmente y darle de comer a ese ego mayúsculo que todo adolescente lleva oculto tras una tupida cortina de insolencia y miedos menos inconfesables de lo que ellos creen. Memorias de un zombi adolescente hace lo mismo tirando de citas musicales como Bob Dylan, Bruce Springteen…

Miguel Juan Payán

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